LA SANTA BIBLIA
lunes, 4 de febrero de 2019
“YO PLANTÉ, APOLOS REGÓ; PERO EL CRECIMIENTO LO HA DADO DIOS.”
- Marcos 4:26-29
"Decía además: Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado."
En la parábola anterior del sembrador se enfatizaba la responsabilidad humana frente a la predicación de la Palabra. En esta parábola se destaca el crecimiento de la semilla por el poder de Dios a través de su Palabra.
Es importante ver la Escritura en su conjunto para no hacer énfasis indebidos. Por ejemplo, si sólo tuviéramos en cuanta la parábola del sembrador, parecería que la salvación es algo que nosotros nos ganamos por nuestra propia decisión, pero esta parábola pone el contrapunto para recordarnos que la salvación es el resultado de la obra sobrenatural de Dios en nosotros realizada por su Espíritu Santo a través de su Palabra.
Interpretación de la parábola
Seguramente la parábola representa al Señor Jesucristo predicando la Palabra durante su ministerio público antes de regresar al cielo. La semilla sembrada empieza a crecer de forma misteriosa, imperceptible pero victoriosa. Finalmente, después de un tiempo indeterminado se desarrolla una cosecha de verdaderos creyentes que son llevados al granero celestial.
Otra posible interpretación sería que el sembrador se refiere a los creyentes que predican la Palabra que crece en los corazones sensibles hasta que son llevados al cielo por medio del arrebatamiento o la muerte.
El reino de Dios
En la parábola del sembrador vimos que el Reino se extiende por el acto de sembrar la semilla de la Palabra. Aquí vemos que el Reino crece de una manera oculta, por el proceso interno de la germinación de la semilla.
Aprendemos también que el Señor enseñó que el Reino no se manifestaría de forma inmediata, sino que lo haría según el horario establecido por Dios mismo, del mismo modo que la semilla sembrada no da fruto inmediatamente. Este concepto del Reino chocaba frontalmente con las expectativas judías de aquella época, puesto que ellos esperaban un reino exterior, establecido con ostentación y pompa de forma inmediata cuando viniera el Mesías.
La parábola llama también nuestra atención sobre el hecho de que el avance del Reino no depende del hombre, que de hecho no llega ni siquiera a entender la forma en la que la semilla puede crecer ("crece sin que él sepa como").
El labrador
La tarea del labrador en esta parábola consiste en sembrar la semilla y segar el fruto al final. Es evidente que un labrador hace mucho más que esto, pero el énfasis de la parábola está en el hecho de que el labrador no puede hacer nada para que la semilla crezca, poniendo así en evidencia la impotencia humana en el crecimiento del Reino de Dios.
La parábola nos enseña también que sembrar es la responsabilidad del sembrador. Es cierto que no tiene poder sobre el crecimiento de la semilla, pero sí que puede y debe sembrar. Y de la misma manera que hay un tiempo adecuado para sembrar en el campo, también podemos decir que este es nuestro tiempo para sembrar la Palabra de Dios.
No olvidemos que el trigo no nace donde la semilla no ha sido sembrada. Esta es la razón por la que Cristo escogió a Doce para enviarlos a predicar, luego a setenta y finalmente a todos sus discípulos. Mientras que los reyes de este mundo preparan y envían soldados, Cristo envió predicadores.
Nos recuerda también las diferentes etapas en el trabajo del labrador. Habrá días en que todo lo que uno hará es sembrar, habrá otros días en que tendrá que esperar y otros en los que segará.
La semilla
¿A qué hace referencia la semilla? Por la parábola del sembrador pudimos identificar la semilla con la Palabra (Mr 4:14). La Palabra tiene en sí misma el secreto de la vida y del crecimiento. Tiene el poder divino para que nosotros nazcamos otra vez (1 P 1:22-23) (Stg 1:18). Tiene poder para ayudarnos a crecer (1 P 2:1-2). Tiene poder para salvar nuestras almas (Stg 1:21). Todo esto es posible porque la palabra de Dios es viva y poderosa, está llena del Espíritu Santo que da vida (He 4:12) (Jn 6:63).
El labrador debe tener confianza y esperanza en el poder de la Palabra. Vale la pena predicar y enseñar. No caigamos en el error de vaciar de contenido el mensaje de la Palabra de Dios, porque nos parezca duro de oír, utilizándolo solamente para acariciar los oídos de la gente. Ese no es el fin de la Escritura (2 Ti 3:16-17), sino el de enseñar, redargüir, corregir, instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra, pero también para compungir el corazón de los pecadores y procedan al arrepentimiento (Hch 2:37-38).
El crecimiento de la semilla
1. La semilla "de suyo" contiene todos los ingredientes necesarios para fructificar
Es el poder interior del Espíritu Santo el que produce el inicio del proceso, así como el proceso y la consumación de la obra.
Nosotros no sabemos cómo actúa el Espíritu, por medio de la Palabra, para cambiar un corazón regenerándolo. Este crecimiento puede ser lento, pero es continuo; una vez que germina la semilla de la salvación en el corazón del hombre, nada puede impedir el desarrollo de la obra de Dios.
El Apóstol Pablo estaba convencido de ello, y lo dice a los filipenses (Fil 1:6) "Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo".
2. Lo que Dios comienza, Dios lo termina
Por mucho que se esfuerce el enemigo del Reino de Dios, el diablo, por impedir el desarrollo de la Obra, nada podrá hacer. Aunque ponga en actividad todos sus medios para hacerlo, el plan de Dios seguirá adelante.
Durante siglos, nadie ha podido ahogar la semilla del Evangelio, aunque se han hecho muchos intentos para ello. Ni las persecuciones del imperio romano, ni la inquisición, ni la persecución moderna en algunos países, ni la introducción de herejías destructoras en la Iglesia, ni las divisiones internas; ninguna cizaña ha podido con el crecimiento de la semilla, que sigue dando fruto y lo seguirá dando hasta el día de Jesucristo.
No hay nada tan poderoso como el crecimiento. Un árbol puede quebrar una acera de hormigón con el poder de su crecimiento. Una planta puede asomar su cabecita verde en un camino de asfalto.
3. No se puede forzar el crecimiento por medios propios
En la actualidad, parece que muchos están olvidando, o han dejado de confiar, en el poder de la Palabra. Por uno y otro lado surgen ideas alternativas para hacer crecer rápidamente la Iglesia. Muchas de ellas son tomadas del mundo de los negocios. A continuación resumimos algunas de ellas:
La iglesia crecerá cuando estemos convencidos de que va a crecer.
Cuando mejoremos su organización.
Cuando tengamos líderes mejor cualificados.
Cuando estemos dispuestos a "pagar el precio" gastando energías, dinero, tiempo, probando nuevas ideas, haciendo cambios constantemente.
Cuando nos acerquemos al mundo y estudiemos lo que espera de la iglesia y sepamos adaptarnos a ello.
Cuando la iglesia se involucre más en la obra social.
Cuando convirtamos los templos en lugares confortables y "amistosos", mejorando aspectos como el sonido, la iluminación, los asientos...
Cuando sustituyamos la enseñanza bíblica por música y actuaciones variadas.
Cuando eliminemos todo aquello que pueda molestar a los simpatizantes, como por ejemplo mensajes de reprensión por el pecado.
Como cristianos no podemos aceptar estas técnicas que usa el mundo empresarial para atraer a los consumidores. Nuestra confianza debe estar puesta únicamente en el poder de la Palabra obrando por el Espíritu Santo. No podemos volvernos a la pericia humana en los campos de la psicología, los negocios, el gobierno, la política o el entretenimiento.
Recordemos algunos ejemplos bíblicos para ver que muchas de estas ideas modernas no proceden de la Palabra.
Dios le dio a Jonás un sermón para predicar en Nínive nada popular ni amistoso: "De aquí a cuarenta días Nínive será destruida" (Jon 3:4). Y aquella gran ciudad se arrepintió.
Juan el Bautista predicó bajo el poder y la autoridad de Dios diciendo: "arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mt 3:1-12). Y ya sabemos que no predicaba en un lujoso templo, ni vestía a la última moda, ni tampoco intentaba agradar a los oídos de los que le escuchaban, pero sin embargo, de todas las partes del país venían al desierto a escucharle y eran bautizados confesando sus pecados.
Tampoco el Señor predicó habitualmente en el templo o las sinagogas, sino que era frecuente verle predicando desde una barca, o por el camino, o en lugares desiertos donde la gente iba a buscarle. Y ¿por qué? Pues porque los judíos se habían sentido ofendidos por su mensaje claro y directo que les resultaba ofensivo.
La realidad es que estas técnicas mundanas intentan esconder cierta desconfianza en la Palabra. Muchos parecen creer que el mundo moderno en el que vivimos necesita de otras cosas, otros alicientes para que el hombre se acerque a Dios, pero nos engañamos; sólo la Palabra viva de Dios puede atraer al pecador hasta Dios y tiene el poder para transformarle.
Siendo honestos, hay que decir también que estas técnicas no funcionan. El único crecimiento que en la mayoría de las ocasiones experimentan es por "transferencia", es decir, personas de otras iglesias que buscan un lugar más "confortable" para su vida espiritual. Pero ¿cuántas de estas personas seguirían en la iglesia si les quitáramos las actuaciones y la música, si en lugar de cómodos asientos y grandes templos se tuvieran que reunir en ambientes de pobreza y persecución? ¿Cuántos perseverarían si lo único que quedara fuera el predicador y la Palabra?
La paciencia del labrador
El crecimiento lento de la semilla es un llamamiento a la paciencia del labrador. Este crecimiento es apenas imperceptible. Si vemos una planta todos los días no percibimos su crecimiento. Es como el crecimiento de los niños.
En especial esto es una dura prueba para el hombre moderno que desea que todas las cosas se hagan rápidamente y que mide el éxito por la rapidez con que algo se logra. Seguramente una de las tendencias más destructivas en la iglesia actual es nuestra insistente exigencia en obtener resultados de inmediato. ¡Cómo nos cuestan las esperas! Pero Jesús dijo: "Primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga". Es un proceso observable pero que lleva su tiempo.
Una ilustración: Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en "No Apto" para Impacientes: Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla aparentemente durante los primeros siete años. A tal punto que, un cultivador inexperto, estaría convencido de haber comprado semillas no fértiles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas... la planta de bambú crece ¡más de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
El labrador debe descansar sabiendo que Dios está obrando. ¡No todo depende de él!
(1 Co 3:6) "Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios."
Dios es el protagonista supremo de la obra del Reino.
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