LA SANTA BIBLIA

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jueves, 28 de febrero de 2019

“¿QUIÉN SOY YO?”

El hombre y el pecado La creación del hombre 1. La importancia del hombre Toda la inmensa riqueza de la naturaleza no pasaría de ser "un cero a la izquierda" si no hubiera un ser, como el hombre, capaz de contemplarla, explorarla, disfrutar de ella y controlarla hasta los límites de su comprensión, voluntad y facultades. Según la revelación bíblica, el hombre sólo se entiende y sólo adquiere importancia en relación con Dios, y por eso hemos presentado primeramente la doctrina bíblica de Dios para pasar después al estudio del "hombre". Con todo, si deseamos hacer preguntas filosóficas ("filosofía" quiere decir amor a la verdad, o el intento de comprender lo que perciben nuestros sentidos), hemos de tomar en consideración al hombre como punto de partida, puesto que es inútil preguntar: "¿Cómo he de entender mi medio ambiente?" si antes la persona que piensa no haya llegado a formular algunas contestaciones a preguntas más íntimas: "¿Quién soy yo? ¿Hay manera de entender mi personalidad, frente a mí mismo, frente a Dios y en relación con mis semejantes? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuáles son las posibilidades de mi vida y mi destino?". Diferentes filósofos darían respuestas distintas si uno les pidiera una definición de "persona" o "personalidad", pero cualquier hombre equilibrado, usando sólo su "sentido común", comprende que todo pensamiento y raciocinio empieza con lo que él es. La personalidad humana es el factor primordial y básico, y con ella tenemos que empezar, diciendo: "Yo soy yo, y por eso puedo pensar y actuar en este mundo". De paso quizá debiéramos aclarar que en estos estudios se emplea "hombre" en su sentido genérico, que abarca todo ser humano, varón o hembra. Si el contexto exige que se haga una distinción de sexos, lo indicaremos oportunamente. 2. La luz de la revelación La Biblia confirma nuestra impresión sobre la importancia del hombre dentro del medio ambiente de la naturaleza, y aun como protagonista relacionado con los planes eternos de Dios. En la narración del libro de Génesis la creación del hombre se destaca como única y especial, siendo precedida por un consejo divino, con el anuncio de que había de poseer una personalidad que reflejara, en ciertos aspectos, la de su Creador: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y señoree en toda la tierra y en todo animal" (Gn 1:26-30). Volveremos sobre algunos de estos términos, limitándonos aquí a observar que el relato adicional de (Gn 2:4-25) destaca la creación del hombre en relación con el Huerto de Edén, que había de ser la cuna apropiada que Dios preparó para este nuevo ser. El versículo clave es el séptimo: "Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente (o alma viviente)". Se cumple el propósito de (Gn 1:26), y se detalla más el hecho de la creación del hombre notado ya en (Gn 1:27). Por "polvo de la tierra" hemos de entender los elementos que estructuran la creación material, y se nos enseña que, en cuanto a su cuerpo (animado por su alma), el hombre es parte de la naturaleza, siendo evidentes las analogías entre el cuerpo humano y el de los animales más desarrollados. Ahora bien, en conformidad con el proyecto de (Gn 1:26), Dios tomó una iniciativa especial en cuanto al hombre. Sin duda toda vida animal procede del Creador, pero en este caso el proceso vital es general, no distinguiendo la Palabra entre una especie y otra desde este punto de vista. En el caso del hombre, Dios le dio espíritu conforme a su naturaleza especial. Había otros muchos "seres vivientes", pero el soplo de Dios, en el caso del hombre, determinó no sólo que fuese la corona de la creación material, sino que recibiera "espíritu humano", procedente directamente de Dios, como algo diferente de la vitalidad de meros animales, aun tratándose del más desarrollado de ellos. 3. El gran abismo Es muy necesario que apreciemos la importancia de esta diferencia esencial entre el hombre y los demás seres creados de este suelo, pues la "humanidad", según la revelación bíblica, no depende de que el hombre sea superior a otros animales en cuanto a la estructura de su cuerpo o la perfección de ciertas facultades suyas. La unión del cuerpo "formado" por Dios, y el espíritu que procedió de una manera especial de Dios, dio lugar a un "alma", equivalente en lo esencial a la personalidad humana, que no está limitada por la naturaleza. El hombre es "material" por cuanto su cuerpo es "polvo", y al "polvo" volverá, pero es "espíritu" gracias a su relación especial con Dios. Por muchos cráneos y huesos que nos traigan los antropólogos de los estratos de las rocas, no pueden probar por evidencias materiales que el ser del cual formaban parte fuese hombre en este sentido bíblico. Limitándose las investigaciones a lo material, y las de los científicos no pueden pasar más allá, es imposible que desemboquen a conclusiones verídicas y completas sobre un ser que supera lo material, gracias a un acto creador de Dios en la esfera del Espíritu. Es cierto que esta superioridad se refleja en la inteligencia aventajada del hombre, pero supone mucho más que eso. Los antropólogos, al recoger sus pruebas y evidencias, debieran empezar con la más obvia de todas ellas: el inmenso abismo que separa al hombre normal del más desarrollado de los animales. De ahí que los hombres de todos los tiempos, y procedentes de cualquier estrato social, han considerado la vida humana como sagrada, no siéndolo la del animal, que puede sacrificarse libremente en el servicio del hombre. El que mata a un ser humano con alevosía es un homicida criminal; el que sacrifica un animal, por razones adecuadas, hace uso de su señorío en la esfera de la naturaleza: algo que Dios le ha conferido. La naturaleza del hombre 1. El conjunto de espíritu, alma y cuerpo Es necesario examinar los términos bíblicos que describen al hombre, pero sin que perdamos de vista la unidad de su ser como personalidad equilibrada, según la enfatiza Pablo en (1 Ts 5:23): "El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo". El Apóstol menciona espíritu, alma y cuerpo, pero subrayando a la vez que el "ser" es uno, y así ha de ser guardado, hasta la consumación de la obra de Dios en relación con el hombre, para la Venida del Señor. A veces el alma representa la persona, como en (Hch 2:41): "Y se añadieron aquél día (a los discípulos) como tres mil almas (personas)". A veces "alma" indica toda la vida interior del hombre, en contraste con el régimen externo del cuerpo dentro de la naturaleza, según las palabras del Maestro en (Mt 16:26): "Pues, ¿qué provecho tendrá el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?". El vocablo griego "psuche" se traduce a veces por "alma", y en otros lugares por "vida", igual que "nephesh" (hebreo) en pasajes como (Is 53:10-12). Esto no impide el que se haga una distinción entre "alma" y "espíritu" en otros contextos, y es indiscutible (bíblicamente) que es el espíritu, aquel "soplo de Dios" de (Gn 2:7), que permite la relación del hombre con Dios. 2. El cuerpo en relación con el alma y con el espíritu Al dar a los corintios profundas enseñanzas sobre el tema de la resurrección, Pablo echa luz sobre las relaciones cuerpo-alma y cuerpo-espíritu (1 Co 15:42-49). A los efectos de estas breves notas hemos de limitarnos a señalar que el Apóstol llama el cuerpo en su estado actual "soma psuchicon", o sea, el cuerpo controlado por el alma (1 Co 15:44), mientras que el cuerpo de resurrección se designa como "sóma pñuematicon", o sea, el cuerpo controlado por el espíritu. La traducción "cuerpo animal" estaba bien cuando se entendía que (etimológicamente) "animal" se deriva de "ánima" o "alma", pero pocos lo comprenden ahora. El alma, desde este punto de vista, es el principio vital que da consistencia y orden al cuerpo. No se debe despreciar el cuerpo, ya que es obra del Dios Creador. Es verdad que puede ser instrumento para obras malas, pero también, en el hombre regenerado, es Templo del Espíritu Santo siendo animado por el Espíritu de Resurrección (Ro 8:11). Aun en la gloria seremos hombres con cuerpo, alma y espíritu, pero, libres ya del pecado, el espíritu redimido, bajo la influencia total del Espíritu de Dios, controlará el cuerpo de resurrección, cumpliéndose el anhelo que Pablo expresó en (1 Ts 5:23). Algunos términos importantes 1. Imagen y semejanza de Dios Léanse (Gn 1:26) (Gn 5:1-3) (Gn 9:1-7) (Sal 8:5-6) (1 Co 11:7) (Stg 3:9). Ha habido diversos intentos de distinguir entre "imagen" y "semejanza", creyendo muchos expositores que "imagen" es aquello que el hombre recibe de Dios, como determinante de su naturaleza, y que, por ende, no pudo perderse por la Caída. En cambio, según ellos, la "semejanza" tiene que ver con una justicia original, con atributos divinos "comunicables", que se perdieron necesariamente al caer el hombre en el pecado, pudiendo ser recreada la semejanza por la regeneración (Ef 4:24) (Col 3:10). No hay lugar aquí para examinar estos conceptos en detalle, y lo seguro de la enseñanza bíblica es que el "hombre" no dejó de serlo por la Caída, bien que ésta afectó todas las partes de su ser, con todas sus facultades humanas, como se destaca por la consideración de los versículos notados arriba. La imagen y semejanza de Dios en el hombre persisten potencialmente, pero su manifestación depende ahora de la obra de gracia por medio del Hijo del Hombre. Recordemos los rasgos que distinguen al hombre del mero animal: su inteligencia superior, su capacidad para el raciocinio, su sentido estético, la operación de poderes emotivos y afectivos que no dependen del instinto o del mero entrenamiento, su carácter como ser moral, capaz de distinguir entre el bien y el mal, el modo en que actúa su voluntad, su capacidad de "filosofar", o sea, de preguntar por el significado de la vida y del cosmos, sus investigaciones científicas, la posibilidad de "crear" obras de arte, y, sobre todo, la posibilidad de comunicar con Dios. Aun después de la Caída, Dios se dirige directamente al hombre, llamándole "tú", esperando la respuesta de su criatura. Es natural que el hombre emplee estas facultades en el ejercicio de su dominio concedido por Dios en el mundo mineral, vegetal y animal, pero ahora no todo puede serle sujeto, ya que ha salido del derrotero de la voluntad de Dios, dentro de la cual estaba llamado a actuar (He 2:5-8). 2. Carne y cuerpo Los hebreos no hablaban del "cuerpo" del hombre, sino de su "carne": vocablo que puede emplearse en buen sentido para expresar lo esencial del hombre como parte de la naturaleza (Sal 63:1). Sin embargo, se emplea más frecuentemente para indicar la flaqueza del hombre deslizado de Dios, y de allí surge el uso de la palabra como equivalente de la naturaleza caída heredada de Adán "Cuerpo" traduce "soma" en el Nuevo Testamento, siendo instrumento del pecado en el hombre caído, pero igualmente capaz de cumplir la voluntad de Dios en el hombre regenerado (Ro 8:10-11). Es importantísimo que nos libremos de la idea antibíblica de que el mal tiene su origen en la materia, y, dentro de la misma línea, que el pecado surge del cuerpo. El pecado (véase abajo) es el movimiento de la voluntad pervertida del hombre, que se expresa a través del cuerpo, como instrumento, pero que no nace en la parte material. La "carne" (en sentido peyorativo) no ha de identificarse con el cuerpo. 3. Corazón En lenguaje figurado la Biblia atribuye funciones morales o afectivas a varios órganos del cuerpo, de los cuales el más importante es el corazón, entendido como el "motor" del ser humano, la fuente no sólo de los afectos y pasiones, sino también de la inteligencia y sede de la voluntad. Por eso el Maestro insistía en que lo externo (comidas, bebidas, actos ceremoniales, etc.) no determinaba resultados morales y espirituales, sino que éstos surgían del corazón, o sea, de los móviles que operaban en el centro del ser humano (Mr 7:1-23). Las decisiones vitales de la vida se fraguan en el "corazón", decidiendo toda la actuación del ser humano. De ahí la importancia de la petición: "Dame, hijo mío, tu corazón" (Pr 23:26). Una mirada al epígrafe de "corazón" en una concordancia bíblica revelará la importancia de esta figura en la Biblia. 4. Mente Este término se destaca bastante en los escritos del apóstol Pablo, ya que mente o entendimiento (traduciendo "nous, dianoia, phronénia"), es sede del raciocinio: facultad típica del hombre, que ha sido entenebrecida de modo especial por las operaciones del príncipe de este mundo (Ef 5:17-6:12). La caída del hombre 1. El hombre y la voluntad de Dios El hombre, como obra de Dios, ha de quedarse dentro de la voluntad de su Creador, para cuya gloria fue formado y maravillosamente dotado. Esto no supone una sujeción arbitraria, ya que no puede haber verdadera bendición fuera de la voluntad divina, puesto que Dios es la suma de todas las excelencias concebibles. El hombre fue creado libre, ya que Dios no quiso que esta asombrosa creación fuese una marioneta que él manejara sólo por la imposición de su voluntad. El amor no tiene valor alguno, ni puede existir, si no se ofrece libremente. No sabemos lo que habría sido la meta del hombre si hubiese guardado su inocencia, pero, desde luego, no había límites a las posibilidades de su desarrollo, dentro de su categoría como hombre. La libre sumisión se conoce por la prueba y por eso fue preciso plantar en el Edén un árbol de la ciencia del bien y del mal, cuyo fruto fue prohibido al hombre. Los movimientos de la voluntad se desconocen si no surge la necesidad de llegar a decisiones, y la libertad del hombre exigía algo que la pusiera a prueba. La Caída es el acto por el cual el hombre llegó a ser desleal al principio fundamental de su ser como hombre: la sumisión en amor a su Creador. El diablo, a través de la serpiente, señaló la alternativa: "Vosotros seréis como Dios", induciendo a la criatura a "endiosarse", lo que llegó a significar, de hecho, la sujeción a las potencias satánicas. La rebeldía separó al hombre de la vida de Dios, y eso trajo como consecuencia inevitable toda la secuela de males que han surgido de esta falsificación de la naturaleza, desarrollo y destino del hombre. 2. El estado del hombre caído La Biblia echa mucha luz sobre el estado del hombre desde su caída, y haremos bien en estudiar este reiterado diagnóstico, sin olvidarnos de la necesidad de comprender lo que significan las figuras empleadas. Un pasaje de importancia fundamental se halla en (Ef 2:1-3), y otro en (Ef 4:17-5:14). La victoria que el diablo consiguió al separar al hombre de la voluntad de Dios le dio ocasión de establecer, sobre la base de una sociedad de hombres caídos, su propio sistema, que el apóstol Juan llama "el mundo" en sentido peyorativo (1 Jn 2:12-17). El "mundo" de (Jn 3:16) es el de los hombres, objetos del amor de Dios. Por dentro de cada hombre caído se halla la "carne", en su sentido malo, cuyas nefastas obras se describen en (Ga 5:19-21), declarando Pablo que son incompatibles con el Reino de Dios. Todas las asombrosas facultades del hombre, como "imagen" de su Creador, se hallan afectadas por el pecado, que puede definirse como todo movimiento de la voluntad del hombre en contra de la de Dios, sea consciente o inconsciente. Al seguir las sugerencias satánicas, el hombre, en este aspecto moral de su ser, llegó a ser "hijo" del diablo, como enfatiza el mismo Señor: "Vosotros sois hijos de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir" (Jn 8:44). ¿Qué pasa con la voluntad del hombre, que hemos apreciado como elemento esencial de su personalidad? Algunos teólogos, dando un sentido muy literal a la declaración de Pablo, "muertos en vuestras delitos y pecados" (Ef 2:1,5), niegan el "libre albedrío" del hombre caído, afirmando que ni siquiera es capaz de aceptar la oferta del Evangelio si Dios no le "regenera" antes por una acción soberana, ajena a la voluntad meramente humana. Otra escuela concede gran importancia al esfuerzo humano al colaborar con la gracia de Dios. Los pasajes mencionados han de leerse a la luz de toda la Biblia, que ilustra con abundantes ejemplos el caso de hombres que se someten a Dios y reciben su bendición, destacando el de otros que, manteniéndose como "hijos de desobediencia", rechazan las ofertas de gracia, quedando bajo la condenación que merece su rebeldía. Dentro de esta perspectiva amplia, y tomando en cuenta seriamente todas las declaraciones bíblicas en su contexto, parece justificada la siguiente conclusión: a) El hombre caído carece totalmente de poder para salvarse a sí mismo, siendo "muertas" todas sus obras a causa de la tacha del pecado que las afea, aun las religiosas y las que son muy aceptables en la sociedad humana. b) Sin embargo, la cruz es un "hecho eterno", determinado por Dios antes de los siglos, de modo que, estando satisfecha su justicia, pone su gracia a la disposición de todos los hombres, llamándoles a sí mismo, y haciendo posible que acudan al llamamiento. c) El arrepentimiento y la fe no son obras meritorias humanas, sino la manifestación de la debida postura que el hombre ha de adoptar al oír el Evangelio. El hombre sumiso reconoce su culpabilidad y su debilidad, lo que le lleva a "invocar el Nombre del Señor" y "todo aquel que invocare el Nombre del Señor será salvo" (Ro 10:13). d) Todo es de gracia, pues, pero la responsabilidad moral del hombre se mantiene, ya que puede "dejarse salvar", abriendo la puerta de su vida al Espíritu Santo, quien le convence de pecado y le revela la Persona y Obra del Salvador, sin que haya "obra buena" o mérito alguno de su parte. 3. Las consecuencias de la Caída Algunas de estas consecuencias se han estudiado en el párrafo anterior, pero conviene recalcar otras facetas que afectan al hombre, sea personalmente, sea en relación con la raza perdida. a) La muerte. "La paga del pecado es muerte" (Ro 6:23), porque la separación de la vida de Dios (Ef 4:18) supone un estado de muerte espiritual, ya que el hombre natural no puede agradar a Dios; sigue como consecuencia la muerte física en su día, pues "la muerte pasó a todos los hombres por cuanto todos pecaron" (Ro 5:12). En el caso de los rebeldes que no aceptan el valor de la Obra de Cristo (universal en potencia) la muerte física les introduce a la perdición eterna, o sea, la muerte en su última expresión, que no es aniquilamiento, sino la experiencia de las últimas consecuencias de la separación de Dios en la personalidad consciente del hombre. b) La ira de Dios. Los hombres caídos son "hijos de ira", o sea, su estado de pecado y de culpabilidad establece una trágica tensión entre Dios y ellos que se denomina "ira". Eso no quiere decir que "Dios se enfada", sino que describe el estado inevitable que existe cuando el hombre pecador se halla en la presencia del Dios infinitamente justo y santo. La "ira" trae consigo los juicios, que son aplicados con absoluta imparcialidad y justicia, sea en esta vida, sea en los últimos tiempos (Jn 3:36) (Jn 5:25-27)(Ro 1:18-2:16) (Ro 5:9) (Ef 2:3) (Ef 5:6) (1 Ts 1:10). c) La frustración. En (Ro 8:19-24) Pablo hace ver que Dios sujetó a la creación "a la vanidad" en vista del pecado, y "vanidad" equivale a "frustración". Muchas cosas humanas quizá tengan un principio aceptable, pero nunca llegan a su consumación. Así el apóstol recoge en una breve frase el significado del libro de Eclesiastés, que manifiesta el fracaso de los pensamientos del hombre "debajo del sol". A causa del pecado el hombre carece de los medios para solucionar los problemas que surgen de la vida y de la sociedad; no sólo eso, sino que le falta poder para lograr una verdadera satisfacción interior. Hay cosas buenas, ya que la naturaleza es obra de Dios, como también el hombre en la sociedad en su sentido original, pero si no rige la voluntad de Dios para el desarrollo y la consumación de lo creado, todo ello desemboca en la frustración, dolor y muerte. El pecado original y la depravación total del hombre 1. El pecado original y los actos voluntarios de pecado Las enseñanzas de (Ro 5:12-21) enfocan luz sobre dos personajes: Adán, en quien se hallaba toda la raza cuando pecó; y Cristo, como Hijo del Hombre, quien como perfecto Representante de la raza, llevó a cabo la obra de la redención. Por su desobediencia Adán arrastró todos sus descendientes a un estado de pecado y de condenación, pues "todos pecaron" (en él) (Ro 5:12). Cristo (el Creador) al encarnarse recabó "para sí" la "humanidad", y al expiar el pecado, elevó la raza potencialmente en su Persona, haciendo posible la salvación de todos. El pecado original es un término teológico que podemos aceptar en el sentido de que toda la raza cayó en Adán, de modo que los seres que nacen se hallan en un estado de pecado: algo que se manifiesta luego en actos voluntarios de pecado, sin excepción alguna aparte del Señor Jesucristo. Fundamentalmente, pues, pecamos porque somos pecadores y no llegamos a ser pecadores por el hecho de pecar, bien que lo segundo surge de lo primero. Pero nadie puede quejarse por estar envuelto en la condenación a causa del pecado de Adán, puesto que el "Postrer Adán" llevó la sentencia de la ley y vivificó la raza por su Resurrección. Pero la consideración de la responsabilidad moral de cada ser humano excluye el "universalismo", que enseña que todos los hombres serán salvos automáticamente por la obra de Cristo. Como un ser moralmente responsable, cada hombre ha de relacionarse con Cristo por medio de la sumisión y la fe, uniéndose así con el segundo Cabeza de la raza, asegurando su participación personal en la obra que, potencialmente, abarca a todos. Los actos voluntarios de pecado surgen de la raíz del pecado original. 2. La depravación total del hombre pecador De nuevo nos enfrentamos con un término teológico que se basa en (Ro 3:10-18), y pasajes parecidos, que manifiestan que "no hay justo, ni aun uno", señalando el efecto del pecado en todas las partes del ser humano. El término puede aceptarse con tal de que se entienda bien: a) No quiere decir que todos los hombres hayan llegado al límite extremo de la manifestación del pecado y de la perversidad, pues si fuera así la sociedad humana sería un infierno, destruyéndose a sí misma como tal. Hay muchas obras que son muy aceptables entre los hombres, como reconoció Cristo al decir: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre?" (Mt 7:11). El Maestro señaló el "pecado original", pero aun así esperaba "buenas dádivas", es decir, buenas obras entre los hombres. En este sentido es posible hacer referencia a una persona inconversa diciendo: "Es una buena persona, que hace favores cuando puede". b) La depravación total quiere decir que aun las buenas obras de los hombres llevan la mancha del pecado y por eso no pueden ser aceptables como "meritorias" delante de Dios; "No por obras, para que nadie se gloríe". c) Señala también la terrible verdad de que existe el germen de todo pecado en el corazón de todo ser humano. Al mencionar los peores crímenes y perversidades que prevalecen en sectores depravados, señalamos algo que, potencialmente, existe en nuestro propio corazón, ya que constituyen el nefasto fruto de la carne que se halla en todos los individuos de la raza caída. La gran variedad que existe en la crianza y en las circunstancias de cada cual disimula mucho este hecho, pero no debiéramos olvidarlo jamás, ya que nos libramos de las peores consecuencias de la Caída sólo por la gracia de Dios. El Hijo del Hombre y el destino del hombre 1. El significado del título Examinaremos las evidencias bíblicas sobre la Persona de Cristo en el estudio siguiente, pero el tema del "hombre" exige una breve referencia al título que Cristo aplicaba constantemente a sí mismo: el Hijo del Hombre. El propósito de Dios al crear el hombre (ya hemos notado sus gloriosas posibilidades) no podía quedar frustrado por la maliciosa intervención de Satanás. Una vez caído el hombre, no era posible "reformarle", pero el plan eterno de Dios se basaba sobre su redención, o sea, determinaba su liberación de la potencia del diablo. Cuando el Hijo de Dios, Agente en la creación del hombre, se encarnó, con todo derecho recabó para sí la "humanidad" que él mismo había dado. Nosotros no hemos visto más que "hombres pecadores", y, por eso, tendemos a identificar el pecado con la esencia del hombre, mientras que, de hecho, es lo que afea y estropea su humanidad. El título "Hijo del Hombre" indicaba que la raza se resumía en Cristo, y que, según el término de Pablo, el "Postrer Adán" había de morir por todos los hombres, vivificando la raza luego por su Resurrección. Agotó en su Persona los funestos resultados del pecado, expiando la culpabilidad delante del Trono de Dios, para "recrear" al hombre según la potencia de su Resurrección (1 Co 15:20-22) (2 Co 5:13-18). Hallamos un maravilloso resumen de esta nueva creación en (Ro 8:29): "Por que a los que (Dios) antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el Primogénito entre muchos hermanos". Se desarrolla el mismo tema en (He 2). 2. El destino del hombre Las citas anteriores aseguran el hecho primordial de la redención de la raza en Cristo. Los hombres asociados por la fe con Cristo llevarán con diáfana claridad la "imagen" del Hijo del Hombre, sin perder por ello la personalidad creada y redimida, que es precisamente lo que Dios planeó con el fin de llevarla a la perfección y glorificación de la meta final. Comprendido este hecho fundamental, caben infinitas posibilidades de bendición, de servicio y de adoración que notaremos al tratar el tema en capítulos posteriores.

domingo, 24 de febrero de 2019

CAMINAR A LA LUZ DE CRISTO

Confesar el pecado a otros nos mantiene humildes y es sumamente honroso ante Dios. Él que se humilla será exaltado y el que se exalta, será humillado. Todos somos humanos, todos nos equivocamos, todos pecamos y todos podemos ser perdonados y redimidos por la gracia redentora de Cristo. Arrepentirse y hablar sus pecados no era un problema ni para la Iglesia primitiva ni para los hombres de Dios en el Antiguo Testamento. Había un entendimiento muy diferente de lo que esto significaba. Ellos tenían la preeminencia en Dios. Lo que Dios pensaba era lo más importante, no lo que el hombre opinara; hoy en día parece que es al revés. Usted no ve, por ejemplo, un pleito tremendo entre Pedro y los autores de los Evangelios, porque le publicaron a perpetuidad su pecado cuando negó a Cristo. Yo creo que ellos lo platicaron con Pedro, y este ha de haber dicho: “Si por supuesto, escriban sobre esto, es necesario que lo que yo hice quede como ejemplo para otros”. Lo mismo cuando Lucas escribe sobre Pedro, diciendo de él era digno de condenar su comportamiento con los gentiles. Usted no ve que Pablo oculte su pecado, antes habla de sí mismo como un abortivo. Ni tampoco ve que David destituya a Samuel de su puesto por escribir y hacer público su pecado. David era un hombre conforme al corazón de Dios. Se ven confesiones de sus pecados y fracasos por todos lados en los Salmos. Él mismo escribió para que quedara publicada su confesión, y cómo él se sentía delante de Dios. (Salmo 51:1-14) “Ten piedad de mí, Oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante mí. Contra ti, contra ti sólo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres Justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas. He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tu deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto me harás conocer sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, que se regocijen los huesos que has quebrantado. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu. Restitúyeme el gozo de tu salvación y sostenme con un espíritu de poder. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de delitos de sangre, OH Dios, Dios de mi salvación; entonces mi lengua cantará con gozo tu justicia”. (Paráfrasis del autor) Fíjese como la perspectiva, el punto de vista de David es tan diferente al que nosotros tenemos. Para David no era importante como él se viera ante los hombres, sino que fuera Dios el reconocido como justo en su Palabra y tenido por puro en Su Juicio. David sabía que si él se humillaba y hacia público su pecado escribiéndolo y quedara a perpetuidad. Dios sería exaltado y le daría por recompensa el predicar la verdad, y que la gente realmente viniera a los pies de Dios, arrepentida y con convicción de pecados. Por lo menos esto es lo que nosotros debemos querer, predicar a Jesús y que la gente verídicamente cambie sus caminos. Aquí podemos aparentar que somos unos santos inmaculados, que jamás cometieron ningún error, y los hombres te pondrán en alto y escribirán sobre ti; pero en el Cielo se ve y se escribe diferente. Al lado de cada uno de nosotros hay un ángel que escribe día y noche el libro de nuestra vida. (Apocalipsis 20:12) “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Hoy en día los llamados al arrepentimiento que se hacen en las Iglesias, son tenidos por los creyentes como algo vergonzoso. Pasan los inconversos y unos poquitos más, y el resto de la Iglesia se queda sentada como si todos creyéramos que en toda esa gente inmóvil ya no hay más pecado. Es más importante que los hombres nos tengan por “perfectos” que lo que Dios está viendo de nosotros. Para Dios no hay momentos más maravillosos que cuando corremos al altar a confesar nuestros pecados. Para Él es la fiesta más hermosa. Cuando confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos, hay fiesta de ángeles en los Cielos. Para Dios no es vergonzoso que vayamos y nos arrepintamos todos los días, si es necesario. Cada vez que lo hacemos, El es reconocido justo en su Palabra y puro en su Juicio. ¡Pecamos de tantas maneras, oh santos de Dios! Cada vez que limitamos al Espíritu, pecamos. Por esto es importante entender el significado de la cruz de Cristo que nos da la total libertad y la victoria sobre el pecado. Confesar nuestros pecados para Él es la fiesta más hermosa. Cada vez que ponemos nuestras estructuras religiosas y le cortamos la libertad a lo que Dios quiere hacer, pecamos. Cada vez que pudiendo movernos por fe, escogemos métodos humanos para resolver las cosas, pecamos. Cada vez que aceptamos reproche alguno contra el hermano, cuando hacemos acepción de personas. Cuando vemos al hermano tener necesidad y cerramos contra él nuestro corazón. y cada vez que escogemos proteger nuestra reputación en vez de dar pasos de amor; y amar, a veces tiene un precio muy alto. Cuando nos olvidamos de los huérfanos y de las viudas aún en nuestras propias Iglesias. Cuando son prioritarios nuestros deseos materiales en este mundo, que la obra de Dios o el acordarse de los pobres. Y a esta lista añado, los celos, las envidias, los pleitos, las divisiones, el juzgar a los demás y todas las obras de la carne, además de las terribles abominaciones. ¿Realmente crees amado lector, que alguien se puede quedar sentado en la banca porque de verdad ya no tiene pecado? ¿No es ya tiempo de agradar a Dios y hablar verdad los unos con los otros, y quitarnos las máscaras que en fondo todo el mundo sabe que tenemos? Medita en esto y determina caminar en nuevos niveles de luz, y llevar todos tus pecados a la Cruz de Cristo.

viernes, 22 de febrero de 2019

“SALÍ DEL PADRE Y HE VENIDO AL MUNDO; OTRA VEZ DEJO EL MUNDO Y VOY AL PADRE”

La ascensión y su significado Se suele dar muy poca importancia a la Ascensión de Cristo en comparación con la Obra expiatoria y la Resurrección. Sin embargo, el hecho es altamente significativo y merece meditación y estudio. Puso fin oficial al ministerio de Cristo en la tierra El Hijo se había ofrecido según el consejo eterno del Trino Dios para realizar una misión especialísima en la tierra, como Verbo eterno que revelaba a Dios y como Cordero de Dios que llevó y quitó el pecado del mundo. Siempre había sido y sería el único Mediador entre Dios y los hombres, pero su estancia en la tierra se revestía de un carácter específico, dentro de límites claramente definidos: "Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16:28) (Jn 13:1-3). El acontecimiento se asocia con la exaltación de Cristo como Príncipe y Salvador De este modo anula el veredicto adverso del Sanedrín, tribunal que condenó al Príncipe de vida, haciéndole clavar en la cruz de Barrabás. La Ascensión señala el triunfo del Hijo del Hombre a quien Dios dio un Nombre que es sobre todo otro nombre. La gloria del Hijo de Dios es intrínseca, y pertenece a su deidad inalterable, pero Dios le reviste de una nueva gloria como Cabeza triunfante de la raza humana (Hch 2:24-36) (Hch 3:13) (Fil 2:8-11) (He 1:3) (He 2:9). La Ascensión inaugura esta doble gloria del Dios-Hombre. La Ascensión inaugura el ministerio del Mediador y Sumo sacerdote, quien se presenta a favor de su pueblo, intercediendo por ellos La presencia del Resucitado a la Diestra del Trono es la garantía de la justificación del creyente, ya que exhibe las pruebas de haber muerto por ellos: "el cual fue entregado a causa de nuestras transgresiones y resucitado a causa de nuestra justificación" (Ro 4:25) (Jn 16:10) (Ro 8:34). De igual forma es Intercesor y Auxiliador de los santificados, simpatizando con la condición de éstos y obrando con plena autoridad a su favor al enviarles el "oportuno socorro" (He 2:17-18) (He 4:14-16) (He 5:1-10) (He 6:20) (He 7:24-28) (1 Jn 2:1-2). La Ascensión señala el principio del período del reino espiritual del Rey-Sacerdote que culminará en su triunfo final sobre todos sus enemigos (Sal 110:4) (He 10:12-13) (1 Co 15:24-28). Inaugura la dispensación del Espíritu en la tierra En los capítulos 14 a 17 de Juan, que describen cómo el Maestro preparó la mente de los discípulos en vista de su próxima ausencia y la inauguración de una nueva dispensación, se destaca frecuentemente el tema de la venida del Espíritu Santo, quien ha de sustituir la presencia personal de Cristo en la tierra, llegando a declarar el Maestro: "Os conviene que yo me vaya, porque si no me fuese, el Consolador (Paracleto) no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré" (Jn 16:7). Cristo había de consumar su obra redentora y ser exaltado antes de que pudiese enviar el Espíritu Santo, quien habitaría la Iglesia y los corazones de los creyentes. Por medio del ministerio de Pablo se sabe que este período había de coincidir con la presencia y el testimonio de la Iglesia en el mundo (Jn 7:38) (Jn 14:16-18) (Jn 15:26) (Jn 16:7) (Hch 1:4,8) (Hch 2:1-13,33,38) (Hch 10:44-48) (Ef 2:21) (1 Co 3:16-17) (1 Co 6:19). Señala, por lo tanto, la época de las "mayores obras" de los siervos de Dios en la tierra, que surgen de la obra consumada de Cristo cuya virtud se hace eficaz por la presencia con ellos del Espíritu Santo (Jn 14:12) (Mr 16:19) (Hch 2:41) (Hch 5:12-16) (Hch 19:8-12) (Ef 4:4-13). La Ascensión se relaciona con la Segunda Venida de Cristo en Persona Los discípulos que fijaron su vista en Cristo mientras ascendía fueron advertidos por dos ángeles de que no era ya hora de nostalgias, sino de la esperanza del retorno de Jesús, "de igual modo que le habéis visto ir al cielo" (Hch 1:10-11). Mientras tanto, una vez bautizados por el Espíritu Santo, habían de emprender la misión de testificar a Jesús en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (Hch 1:8). El hecho, pues, destaca la consumación del ministerio terrenal del Señor Jesucristo, insiste en la proclamación del Evangelio que ha de llenar el período inaugurado por el descenso del Espíritu, y anticipa el momento del regreso de Cristo, al acabarse las finalidades de esta dispensación. Los cielos han de recibir al Señor mientras que se cumple el plan, pero siempre podemos afirmar: "porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará" (Hch 3:19-21)(He 10:37). Nota final sobre la Ascensión No era del todo necesario que el Señor volviese al cielo en forma visible, pues los pilares de su obra salvífica vienen a ser su Encarnación, la revelación de su Persona, y la gloria del Padre, durante su ministerio en la tierra, la obra de expiación por medio del sacrificio de la Cruz, la Resurrección corporal y el descenso del Espíritu Santo. Subía al Padre después de la Resurrección según las condiciones de la vida de resurrección, diciendo a María Magdalena: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20:17) y a ella no le correspondía "agarrarle" con el anhelo de hacer durar lo que ya había pasado. Sin embargo, desde el punto de vista de la comprensión de los mensajeros, que esperaban ya la promesa del Padre, el efecto de la ascensión visible fue importantísimo, prestando fuerza especial a su proclamación posterior. El Señor se dignó dar fin visible a su misión por amor a los suyos, destacando el variado significado que hemos notado en los apartados anteriores. Subió a la Diestra, y, sin demasiada rigidez exegética, es posible hacer uso del Salmo 24 en relación con su "entrada" con el fin de situarse "en medio del trono" (Ap 5:6): "Alzad, oh puertas vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, él es el Rey de gloria" (Sal 24:7-10) (Sal 110:1-5). La resurrección de los justos y de los injustos El concepto de la resurrección en el Antiguo Testamento En su lugar señalamos la escasez de referencias claras a la Resurrección del Mesías en el Antiguo Testamento, bien que, auxiliados por las palabras del Maestro, discernimos preanuncios muy importantes. Pasa igual con el tema general de la resurrección. Un rey piadoso y bueno como lo era Ezequiel no aparentaba tener esperanza de bendición alguna más allá de la muerte, sino que sólo aguardaba las sombras del Seol, la tenebrosa ultratumba. Curado milagrosamente de una enfermedad que amenazaba con terminar su vida en la tierra, escribió luego sus experiencias y meditaciones (Is 38:9-20) y hemos de considerar sus expresiones como típicas de los hombres píos de la dispensación antigua, pese a la mucha luz que recibieron sobre otros temas. Los salmistas y la resurrección David, rey y profeta, se expresa en términos parecidos a los de Ezequiel, exclamando en el (Sal 6:4-5): "Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame por tu misericordia. Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?". La mayoría de las promesas dadas a Israel se relacionaban con la vida aquí y con la tierra de Palestina. Sin embargo, la luz de la revelación progresiva iba en aumento a través del Antiguo Testamento, bien que seguía una línea ondulante. Vimos anteriormente el rayo de luz que iluminaba la oscuridad de los padecimientos de Job (Job 19:23-27), y después de los lamentos del Salmo 6, David recibió la seguridad de que su alma no sería dejada en el Seol y que había senda de vida con plenitud de gozo a la Diestra de Dios para siempre (Sal 16:10-11). El hecho de aplicarse estas declaraciones al Hijo de David por Pedro en (Hch 2:25-27)no anula la esperanza del mismo profeta, quien halló consuelo análogo en la experiencia que describe el (Sal 17:15): "En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia: estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza". En el Salmo 73, llamado "de Asaf", el autor describe una esperanza eterna en las palabras: "Me has guiado según tu consejo y después me recibirás en gloria... la Roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre" (Sal 73:23-26). Los profetas y la resurrección Los profetas hablaban de la resurrección futura de Israel como nación (Ez 37), y bien que hemos de interpretar tales pasajes según su contexto, sin duda la promesa de una renovada vida nacional encauzaba los pensamientos de los israelitas piadosos a la posibilidad de una resurrección de personas, y esta esperanza halla adecuada expresión en (Dn 12:2-3): "Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna y otros para vergüenza y confusión perpetua". Es significativo que Daniel se halla a puertas del período ínter testamentario, durante el cual la opresión de los reyes de Siria llevaba a muchos judíos, los Macabeos y sus asociados, a alzarse en contra de quienes querían destrozar su religión, dando lugar su valiente lucha a persecuciones y muertes. Las promesas materiales parecían muy lejanas entonces, y los tiempos eran propicios para realzar la importancia de la revelación de la profecía de Daniel ya citada, que, a su vez, echó luz sobre otros pasajes, algunos de los cuales hemos considerado. Estos períodos de persecución animaban a quienes sufrían a agarrarse a una esperanza más allá de la tumba. El libro apócrifo, I Macabeos, narra el período del alzamiento con bastante exactitud histórica, y da lugar al comentario inspirado de (He 11:35-40). Gracias a estas experiencias crecía la convicción de que la vida del creyente no se terminaba por la muerte, de modo que la doctrina de la resurrección del cuerpo se había arraigado firmemente entre los judíos de la secta de los fariseos en primer siglo a. C., bien que fue rechazada por los saduceos, una minoría más bien aristocrática y materialista, que aplicaban el Pentateuco sólo a las perspectivas nacionales y terrenales de los judíos, no creyendo ni en la resurrección, ni en ángeles ni espíritus (Lc 20:27-38). En cambio, el pecado de los fariseos era la hipocresía y el legalismo, pero no debiéramos olvidar que los fieles entre ellos profesaban doctrinas de bastante pureza aparte del error fundamental de la salvación por las obras. Marta expresaba sus creencias en cuanto a la resurrección en su entrevista con el Maestro antes del levantamiento de Lázaro: "Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero". Sin embargo, esta fiel hermana tuvo que aprender mucho más que eso, declarando el Señor: "Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Jn 11:21-27). Las enseñanzas del Maestro Acabamos de citar textos que no sólo revelan hasta dónde habían llegado los piadosos de Israel en su comprensión de la resurrección durante el período del ministerio terrenal del Señor, sino que nos introducen a las enseñanzas del Maestro, quien acepta lo aprendido anteriormente y pasa a exponer la esperanza en relación con su propia Persona y Obra. Al declarar "Yo soy la Resurrección y la Vida" anticipa la Cruz y su propia Resurrección, hecho conjunto que "abolió la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio" (2 Ti 1:10). Al repasar los Evangelios debiéramos tomar cuidadosa nota de los hechos y de las palabras siguientes: 1) Los milagros de resurrección devolvieron sólo la vida natural a quienes habían muerto, ya que les tocaba pasar otra vez por el trance de la muerte física. Con todo, especialmente en el caso de Lázaro, demostraban que el Señor era Príncipe de vida, poderoso para vencer al enemigo que resiste los mayores esfuerzos de los hombres. 2) La doctrina general de la resurrección, que se relaciona íntimamente con (Dn 12:2-3), se halla en (Jn 5:24-29). Entre los poderes especiales concedidos por el Padre al Hijo se halla el de tener vida en sí mismo, siendo fuente de vida para los demás. En primer término, el Hijo da vida eterna al creyente (Jn 5:24), pero esta vida, por su misma naturaleza, encierra la seguridad de la resurrección del cuerpo: "Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz (la del Hijo); y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (Jn 5:28-29). Notemos que habrá vida (o la continuación de la existencia) para los malos, además de para los "buenos". A la luz de otras Escrituras, hemos de entender por "los buenos" aquellos que se someten a Dios, recibiendo vida nueva por medio del arrepentimiento y de la fe, mientras que los "malos" son aquellos que no quieren renunciar a las pretensiones del "yo", manteniendo su actitud rebelde frente a Dios, sean religiosos o mundanos. Añádase a (Jn 5:24-29) el refrán del discurso de Juan 6, que ya hemos señalado como consumación de la entrega por Cristo de la vida a quienes comen el Pan de Vida: "Y yo le resucitaré en el día postrero". La doctrina general se destaca también en la refutación de los saduceos, ya citada. Los saduceos, al rechazar la doctrina, ignoraban las Escrituras y el poder de Dios (Mt 22:29), y Lucas recoge frases del Maestro que nos hacen ver la inmortalidad de los fieles resucitados, quienes son "los hijos de la resurrección" y "los hijos de Dios" cuyo modo de vivir será como el de los ángeles (Lc 20:35-36). "Hijos de la resurrección", según la terminología de los hebreos, quiere decir "participantes en todo cuanto significa la resurrección". La doctrina se individualiza La contestación del Señor a Marta individualiza la cuestión (Jn 11:25-26). Todo depende de la Persona y Obra de Cristo como Resurrección y Vida. Por eso el creyente, aunque le toque morir físicamente, volverá a vivir. El creyente que vive está en posesión de una vida que nunca se acaba, encerrando la certidumbre de la resurrección. "¿Crees esto?", pregunta el Maestro, y ella comprende que la solución se halla en Cristo, el Hijo de Dios, Resurrección y Vida para cada alma creyente. Las enseñanzas de los Apóstoles Empezamos este estudio enfatizando la importancia del cometido de los Doce como testigos de la Resurrección del mismo Señor. Hay una relación tan íntima entre su Resurrección y la de los fieles que remitimos al lector a las características ya señaladas, sobre la base de 1 Corintios 15. La Resurrección del Señor involucra el principio de vida después de la muerte, siendo él las primicias y los creyentes la cosecha: verdad que el Señor había insinuado ya en su contestación a los griegos (Jn 12:24). Exceptuando 1 Corintios 15 y el testimonio a la Resurrección del Señor Jesucristo, los autores de los libros del Nuevo Testamento no adelantan argumentos para probar la verdad de la resurrección, sino que la aceptan como doctrina fundamental para todos los aspectos de la vida de la nueva familia de Dios. Mencionaremos algunos casos típicos en la sección siguiente, pero es preciso notar lo que Pablo enseña no sólo sobre el hecho de la Resurrección, sino sobre la naturaleza del cuerpo de resurrección. Pablo subraya lo que hemos visto en Lucas 24 en cuanto al Señor resucitado, es decir: la identidad de la personalidad del resucitado que es compatible con una diferencia en el modo de vivir. "Carne y sangre", vida física y biológica, no pueden heredar el Reino en su plena manifestación, de modo que "seremos cambiados". Hay diferencias en la "sustancia" de los seres que Dios ha creado (1 Co 15:35-42), y el "grano" que se siembra es muy diferente de la planta y flores que brotarán de él, "así también en la resurrección de los muertos". El cuerpo gobernado por el alma ("psychicos", traducido en algunas versiones por "animal") dará lugar al cuerpo gobernado por el espíritu ("pneumaticos"). El cuerpo será real y glorioso en extremo, libre de las limitaciones heredadas de Adán caído, y participando en el poder glorioso de Cristo como "Espíritu vivificante"; "El Señor Jesucristo... transformará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya" (Fil 3:20-21); "Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Jn 3:2). Naturalmente, esta semejanza es la del Hombre triunfante, ya que la deidad, por definición, sólo puede ser de Dios. El glorioso cambio coincide con la Venida del Señor para recoger a su Iglesia. En aquel momento habrá creyentes vivos y otros que habrán pasado por el trance de la muerte física, pero "todos seremos cambiados", en un abrir de ojo, triunfando la inmortalidad sobre lo mortal en ambos casos. Las enseñanzas de (1 Co 15:42-54) coinciden con aquellas de (1 Ts 4:13-18), con otras muy gráficas en (2 Co 5:1-5), y con la promesa fundamental de Cristo a los suyos en (Jn 14:2-3). La resurrección de los injustos Esta resurrección es una doctrina bíblica Es natural que los adventistas y otros hayan enseñado el aniquilamiento de los perversos, como medio para eliminar todo mal de la Nueva Creación, pues esto concuerda con los sentimientos humanos. Sin embargo, las Sagradas Escrituras no enseñan eso. Ya hemos visto que hay "resurrección de juicio" para quienes obran lo malo (Jn 5:29) y las palabras del Maestro hallan otras análogas en (Dn 12:2)(Hch 24:15) y en (Ap 20:12-15) (Ap 21:8). El énfasis recae sobre la resurrección para vida No es posible negar que, según la revelación bíblica, los cuerpos y almas de los rebeldes se han de unir, pero es evidente también que este hecho, implícito en la naturaleza humana, no es elemento básico del Plan de la Redención, que halla su consumación en la resurrección de los justos. Se trata de la aplicación de normas invariables de justicia, y del cumplimiento de la ley universal: "Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará". Los muertos son juzgados según sus obras: algo imposible si se trata del fin absoluto de la personalidad humana. Los términos que implican "eternidad" son iguales en el caso del juicio de los injustos como en el de la bendición de los justos (Mt 25:46). Si en el estado intermedio entre la muerte física y la resurrección del cuerpo, el alma siega exactamente lo que sembró en la vida terrenal (Lc 16:19-31), ¿cuánto más en la realidad de los siglos de los siglos? No hemos de confundir simbolismos con lo que significan (llamas y azufre, por ejemplo), pues el modo de la existencia futura de los rebeldes no se ha revelado. Sólo sabemos que habrá una correspondencia exacta entre lo que escogieron y practicaron en la tierra y lo que han de experimentar para siempre. Los condenados han formado su carácter en oposición a las operaciones de la gracia de Dios, y según los resultados de su elección, así serán y existirán. Podemos estar seguros de que no habrá la menor sombra de injusticia en la sentencia que pronuncie el Dios de toda justicia. La resurrección corporal de los injustos, pues, no es medio para una segunda oportunidad, sino el requisito necesario para el juicio que sea apropiado en cada caso a la obra de los pecadores. La resurrección y la doctrina cristiana El hecho fundamental reflejado en la vida y el destino del creyente. La vida de resurrección del creyente depende de la de Cristo Todo lo que el creyente ha llegado a ser delante de Dios depende de su unión espiritual con Cristo, muerto por nuestros pecados y resucitado en triunfo. En esencia, hemos notado este hecho ya en varias partes del estudio, pero conviene señalar los conceptos que los apóstoles asocian con la Resurrección, sobre todo con la del Príncipe de vida. El símbolo del bautismo Aquellos que se rendían al Señor al recibir el mensaje del Evangelio fueron bautizados por inmersión, testificando delante de todos que habían muerto con Cristo, pasando a una nueva vida de resurrección en unión con el Salvador que murió y resucitó. El tiempo gramatical de los verbos "morir" y "ser bautizados" en el notable pasaje de (Ro 6:1-11) es el aoristo, que señala algo que fue completado en tiempo pasado: "Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo..." (Ro 6:1-4). Los versículos siguientes aclaran que existe la misma identificación en cuanto a la Resurrección del Señor, de modo que la vida nueva del creyente se deriva de la potencia de la Resurrección del Señor. Así el creyente inauguraba su testimonio público proclamando por medio de su bautismo que el "viejo hombre" habría sido crucificado con Cristo, y que la nueva y fructífera vida se derivaba de su unión con Cristo resucitado. No se trata de esforzarnos como hombres con el fin de conseguir esta unión vital, que es un hecho para todo verdadero creyente, sino nos toca manifestar la realidad del hecho por la potencia del Santo Espíritu que ahora mora en nosotros (Ro 6:1-11) (Ro 7:4-6) (Ro 8:9-11) (Ga 5: 16-26) (Col 2:12-13) (Col 3:1-3). La Resurrección, relacionada con la regeneración, la salvación, la justificación y la santificación La Resurrección vitaliza todos los aspectos de la obra redentora que hemos estudiado en secciones anteriores. La regeneración equivale al nuevo nacimiento. ¿De dónde procede la vida nueva? Para Pedro brota de la maravillosa fuente de la Resurrección, ya que escribe: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la Resurrección de Jesucristo de los muertos" (1 P 1:3). Vida de resurrección es la que se manifiesta después de la muerte, y se hace real en nosotros por "el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús" (Ro 8:11). La salvación es la preciosa posesión de quienes creen que Dios levantó de entre los muertos al Señor (Ro 10:9). Aun la justificación halla su manifestación y poder en la Resurrección. Pablo, en Romanos 4, al ponernos delante el ejemplo de Abraham, insiste en que es aplicable al pueblo de los "resucitados" que habían sido muertos, escribiendo: "Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación". Esta traducción literal nos hace ver que el sacrificio de Cristo anuló la funesta cuenta de nuestras transgresiones, permitiendo, ya que la obra se había consumado, que Cristo fuese resucitado a causa de la justificación ya realizada. La resurrección no es el medio de la justificación, pero sí su plena manifestación. La santificación posicional significa nuestro apartamento para Dios y nuestra victoria sobre el pecado como resultado de nuestra identificación con la Muerte y la Resurrección de Cristo. No es preciso repetir lo que ya adujimos al exponer el significado del bautismo, pues las mismas referencias sirven para apoyar esta relación doctrinal entre la Resurrección y la santificación, que es el tema dominante de Romanos 6-8. Únicamente cabe notar las dos vertientes de la santificación, ya que el creyente ha de sentir la obligación de evidenciar la realidad de su santificación posicional, manifestando que es santo por "perfeccionar la santidad en el temor de Dios" (2 Co 7:1), o sea, en el lenguaje de (Ga 5:16-26), que manifieste el fruto del Espíritu, abandonando los viles andrajos de las obras de la carne. El "nuevo hombre" viene a ser la personalidad redimida que manifiesta la vida del Resucitado por las energías del Espíritu de resurrección, del modo en que el "viejo hombre" es el conjunto de las tendencias que surgen de la Caída, manifestándose sus obras también a través de la personalidad del hombre. La "resurrección de entre los muertos", que Pablo anhela según sus expresiones en (Fil 3:10-14), no puede ser la escatológica, que es segurísima según los versículos 20 y 21 del mismo capítulo, sino la experiencia de la potencia de la resurrección en todos los aspectos de su vida y servicio, correspondiendo a la obra del Espíritu de resurrección: "Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, el que levantó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que mora en vosotros" (Ro 8:11). Escatológicamente la vida de resurrección se relaciona íntimamente con la vida del Señor resucitado, como hemos notado por medio de las frecuentes referencias a 1 Corintios 15. La expresión que hallamos en (1 Ts 4:14) expresa elocuentemente la estrecha relación entre la Muerte y la Resurrección de Cristo y el triunfo de los suyos sobre la fatídica sombra de la muerte: "Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también creemos que Dios traerá con Jesús a los que durmieron en él" (1 Ts 4:13-18). La esfera de la vida actual del resucitado con Cristo Mientras tanto, "nuestra patria está en el Cielo", o, en otras palabras, también bíblicas, nos hallamos en "los lugares celestiales en Cristo", ya que Dios "nos dio vida juntamente con Cristo... y con él nos resucitó y con él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús" (Ef 2:4-6). Espiritualmente nos hallamos ya en esferas celestiales por estar en Cristo, pero nuestro enlace con la naturaleza (por medio del cuerpo) nos obliga a una vida de peregrinaje en el mundo. No despreciamos lo que nos corresponde como criaturas de Dios aquí y ahora, pero anhelamos la patria ("ciudadanía" equivale a "patria" en (Fil 3:20) "de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" (Fil 3:20-21). Debiéramos ser consecuentes, buscando en la práctica lo que corresponde a nuestra posición celestial: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la Diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3:1-3). Otros temas rozan con éste tan fundamental de la Resurrección y habrá más que decir sobre sus gloriosos resultados. Notemos, para finalizar este estudio, que la Resurrección del Señor Jesús es la manifestación máxima de la potencia de Dios, ya que se evidencia la victoria sobre el mal, cuya gloria Pablo describe en (Ef 1:19-23) con tanto énfasis que casi agota el caudal de vocablos griegos que significan "poder": "Para que sepáis... cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su Diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero, y sometió todas las cosas bajo de sus pies...".

jueves, 14 de febrero de 2019

¿CÓMO, PUES, HARÍA YO ESTE GRANDE MAL, Y PECARÍA CONTRA DIOS?

(Gn 39:8-9) José: fidelidad a toda prueba (Génesis 39) La esposa del capitán era bastante más joven que él. Tendría unos veinte y pocos años. Era una de esas que de haberse presentado a un concurso de belleza se llevaba el primer premio. Era elegante y bella. Se vestía con ropas que resaltaban su hermosura, y tratándose de vestidos, el precio no importaba. Después de todo ¿para qué se había casado con el capitán de la guardia personal del Faraón? El dinero nunca fue un problema en esa mansión. Pero lo que más nos llamaría la atención eran esos perfumes exóticos que cuando ella pasaba perduraba el hálito de su aroma. Los sirvientes de la casa podían seguirle el rastro: decían que tales fragancias tenían poderes mágicos. Temida como esposa del famoso y valiente militar Potifar, los sirvientes, en secreto, entre ellos, la llamaban Potifarsa, destacando su cualidad de farsante. El capitán le doblaba la edad; bastante calvo y de grisácea barba; estatura mediana, musculoso, de mirada penetrante y parca para la sonrisa. Se había destacado brillantemente en muchas acciones militares. Era hombre de confianza de Faraón. Cada vez que el emperador se ausentaba, y a veces lo hacía por varias semanas, siempre requería la compañía de Potifar. No había sustituto. José era un joven que acababa de cumplir 18 años. Era un esclavo. Se decía que había sido vendido por unos madianitas. Hablaba muy poco de su familia. De muy buen parecer, llevaba una abundante cabellera negra y ojos inquisidores. Era elegante, inteligente, y parecía extraño que su educación fuese muy superior de lo que se podía esperar de un cautivo. En la casa de Potifar había tenido un "ascenso meteórico". Rápidamente se ganó la confianza de sus jefes inmediatos. Siempre se le veía bien dispuesto y todo lo que hacía le salía bien. Nunca se quejaba. A poco de llegar, el capitán, que tenía buen "ojo clínico", se dio cuenta que este joven era de mucho "potencial". En forma progresiva le fue dando más y más responsabilidades en la casa y en sus negocios, incluyendo la administración de sus posesiones de ganados y cultivos. El militar vio con agrado que por primera vez en su vida podía ver un aumento constante con sus crías y cosechas, y sus posesiones incrementadas. Potifar había notado que este esclavo era muy distinto a cuantos había tenido antes. Era un creyente en una deidad que en Egipto no se conocía mucho y que se llama Jehová. Cuando su amo lo interrogó, José con todo respeto le explicó quien era ese Dios Eterno que él adoraba. Potifarsa pensó que ese era el día perfecto. El capitán había salido y no volvería hasta el siguiente día. Era de tardecita. Ella se ingenió para que uno a uno todos los criados se fueran de la casa o estuvieran en la parte alejada de la mansión separada de los aposentos privados. Ella se quedó sola con aquella nodriza que conocía desde niña y que siempre estaba dispuesta a complacer a su ama en todo lo que a ésta se le ocurría. Esa tarde Potifarsa se había hecho maquillar cuidadosamente. Se había perfumado con esas esencias que excitan los sentidos. Llamó a la "niñera" y le ordena que llame a José, pues tiene que hablarle "privadamente". Cuando pase, que cierre ella la puerta, asegurándose que nadie pueda entrar. La "ama de cría" se sonríe con una mueca maliciosa como si entendiera perfectamente lo que su patrona está tramando. José entra en la habitación. Potifarsa, como si fuera ascendiente directa y con las mismas mañas de nuestra conocida Dalila, trata de seducirlo con esas frases de amor como las que abundan hoy en las telenovelas de la tarde. El muchacho sabe que está en una posición peligrosa. La mujer se le acerca atrevidamente. Por unos segundos parecería que José titubea. Ella percibe y aprovecha su confusión: — Te quiero mucho; no hay peligro. Mi marido está lejos y no hay nadie en la casa. José se ha repuesto de su instante de debilidad y le responde: — Mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Gn 39:8-9). Ella ahora se acerca osadamente, lo abraza y lo trata de arrastrar. José forcejea, se libra de ella y huye, aunque dejando en manos de Potifarsa algunas de sus "ropas íntimas" que ella consigue retenerle. La mujer empieza a gritar ordenando a su nodriza que busque y traiga a todos los de la casa. Ya tenía su teatro bien montado. A media mañana del siguiente día vuelve Potifar. Su esposa le cuenta "su historia" con detalles, lloriqueos y escenas de teatro callejero. Potifar se enfurece. Es un hombre que sabe que no hay que tomar decisiones precipitadas pero ordena que José sea arrestado. Dos de sus soldados lo buscan y se lo traen. Potifar ni lo mira ni le habla. Tampoco le da oportunidad de defenderse. Los esclavos no tienen ese derecho. Ordena que sea encarcelado. Esa misma noche en la celda José se pregunta por qué Dios ha permitido esto. Si él hubiera sucumbido a la tentación ahora estaría disfrutando de una buena cena y un lugar limpio y confortable para el descanso. Podía salir y mirar las estrellas del cielo todas las veces que quisiera. Pero ahora solo tiene el derecho de ver esa ventanita pequeña y alta que apenas le permite ver algo de luz. Esa misma noche el capitán no puede dormir. Tiene en su mente la mirada triste de José en el momento en que es encarcelado por sus soldados. El oficial se pregunta cómo es posible que un hombre que habla tanto de su Dios que es santo, lo haya traicionado de esa manera. Una duda empieza a asomar en su mente: ¿Y si mi esposa me estuviera mintiendo...? Pasan las semanas y las dudas le siguen persiguiendo. Varios meses han transcurrido. Las cosechas ahora son pobres como antes. El ganado ya no crece como lo venía haciendo. La producción lechera ha bajado mucho. El capitán ha puesto a otra persona en el puesto de José pero no es lo mismo. Ya ha cambiado varias veces de mayordomo pero estos nuevos empleados no se pueden comparar con aquel joven que había comprado de los ismaelitas. Potifar se da cuenta que desde que José salió nada funciona como antes. Recuerda aquella vez que le preguntó a José por la causa de su éxito y él sencillamente respondió que era la bendición de su Dios. La historia bíblica y nosotros Por un lado esta es una historia de pasión pecaminosa, calumnia, crueldad, despecho. Por el otro lado vemos en José el joven con integridad, pureza, fidelidad a su superior y temor reverencial de Dios. Nos preguntamos: ¿por qué Dios permite que los creyentes rectos sufran injustamente? José ha pasado de una crisis a otra. Sus hermanos casi lo matan y al final deciden venderlo como esclavo a una caravana de ismaelitas que pasan por allí. ¡Quién iba a pensar que ese esclavo iba a llegar a ser el segundo en poder en el imperio más grande del momento! ¿Cuál es la clave del éxito de José? El texto lo establece claramente: "Mas Jehová estaba con él" (Gn 39:2). A pesar de todas las dificultades que le sobrevenían esta palabra "mas" hace una diferencia muy grande. "Jehová estaba con él". No solamente el Eterno estaba con José sino que el joven lo sabía y actuaba de acuerdo al hecho de reconocer la presencia y la soberanía de Dios en su vida. Potifar se daba cuenta de las cualidades extraordinarias de este muchacho. Por eso lo nombró encargado (mayordomo) de toda su casa y posesiones. El militar nunca ha tenido un empleado como éste. Desde que José está a cargo de sus negocios las cosechas son copiosas. La calidad de los productos es excelente. Los ganados de vacas y ovejas se multiplican de una manera nunca vista. Las transacciones que emprende el joven esclavo son todas con mucho provecho. Se han comprado nuevos campos para el ganado y los cultivos. El capitán, quien no es un hombre de fe en el Dios de Abraham, se da cuenta que hay algo muy distinto en este muchacho. Le ha inquirido varias veces a José cuál es el secreto para su éxito. La respuesta era sencilla: Jehová en su gracia está conmigo. El "mayordomo" sabe muy bien que no son sus dones naturales o habilidades propias sino la bendición de Dios. Como resultado de su éxito ha mejorado la "calidad de vida" del joven. El mozo reconoce que su amo le tiene confianza total y todo lo ha dejado para que disponga. Todo, menos, por supuesto, su esposa. Y ese sentido de responsabilidad es tan profundo que él no lo cambiará por nada. En la primera parte del capítulo 39 todo parece ir marchando bien. Esta es la calma antes de la tempestad. Potifarsa lo invita quizás amparándose en su estado social más alto. Ella cree que tiene todo tipo de derechos sobre ese esclavo. Ella lo ha intentado en numerosas oportunidades y en cada una de ellas José se rehúsa. La mujer estaba acostumbrada a dar órdenes y ser obedecida. Encuentra aquí a un joven que está dispuesto a decir ¡no! Y esto es lo mismo que hoy necesitamos: jóvenes que sean fieles al Señor y que estén dispuestos a decir ¡no! cuando corresponde. ¡Qué fácil le hubiera sido a José haber cedido y después echarle la culpa a las circunstancias! Algunos de los psicólogos modernos hubiera dicho que si José hubiera consentido no estaría mal porque era la "voluntad consensual" de dos personas. Pero para José pecar contra Dios era algo muy serio. La mujer lo toma por las ropas para arrastrarlo al lugar para cometer el pecado y José huye. La Palabra dice "Honroso es en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla pero a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios" (He 13:4). Nos podemos imaginar el enojo de esta mujer. Seguramente piensa que el joven la ha "despreciado" y muchas veces se ha repetido a sí misma que "¡A mi nadie me desprecia!". El amor fingido y sensual de la mujer se ha transformado en pocos minutos en un odio mortal. José le da argumentos por su rechazo. Noten que las causas por la cual la desecha no es porque ella no sea lo suficiente bonita o atractiva. Por supuesto que lo era. Las razones de la negativa son morales y espirituales: "Tú eres su mujer" (Gn 39:9). Es decir: perteneces a tu esposo. Mi amo me tiene confianza absoluta y no voy a defraudarlo (Gn 39:8). Tal adulterio sería una gran maldad. Notemos que no dice "yo no haría eso", sino a lo malo lo llama por su nombre. El argumento final: "¿Cómo pecaría yo contra Dios?". Nos llama la atención en José ese temor profundo y reverencial al Todopoderoso. Dios le ha salvado la vida, le ha bendecido y por encima de todo él sabe que el Señor es Santo. Si bien los "Diez Mandamientos" todavía no habían sido dados oficialmente, sus principios eran aplicables desde el comienzo de la Creación. Hoy vivimos en una sociedad con una tendencia a minimizar las cosas. Les restamos importancia, las hacemos aparecer como menos peligrosas o menos serias que lo que son. A lo que nuestros abuelos llamaban robo ahora se le llama "abuso de confianza" o "apropiación indebida". Es interesante que José preserva su pureza. La castidad no es una virtud que sólo las mujeres deben ejercer. La pureza es exigida al hombre de la misma manera que a la mujer. ¡Para José pecar contra Dios era algo grave! (Gn 39:9). ¡Por supuesto que lo es! Al principio se defiende con argumentos morales. Pero esto no es lo suficiente para la esposa de Potifar. Cuando ella físicamente trata de arrastrarlo consigo él no tiene más remedio que huir. Con el paso de las horas, lo peor del enojo de Potifar tiene que haber cedido para volverlo sumamente intrigado. ¿Cómo pudo ser posible que un hombre probadamente fiel, y temeroso de un Dios santo, pudiera cometer tal maldad? En (1 Co 3:16) leemos: "¿no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual está en vosotros, santo es". Salomón enseña claramente sobre el tema: "el marido no está en casa... lo rindió con la suavidad de sus muchas palabras...va como el buey al degolladero... como el ave se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida, hasta que la saeta traspasa su corazón" (Pr 7:19-23). Observemos la secuencia de los ataques. A la primera invitación José dice no. Luego las "invitaciones" se repiten y las negativas también se reiteran. Por fin sucede la circunstancia "ideal". El marido no está en la casa y no hay nadie alrededor. Para la esposa del capitán no hay nadie observando, pero para José, Dios es "el que todo lo ve". Las Escrituras nos enseñan: "Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre comete, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca" (1 Co 6:18). José, acusado injustamente, es encarcelado. Está de nuevo en la parte más baja de esa " montaña rusa" que ha sido su vida con unos pocos altos y muchos bajos. Pero no es el fin de la historia, dado que "Jehová estaba con él y le extendió su misericordia y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel" (Gn 39:21). No olvidemos que más vale estar en la cárcel siendo fiel al Señor y con su bendición, que vivir en el pecado en la mansión de Potifarsa. Al pasar el tiempo y por la misericordia del Eterno, José llega a ser la persona de más importancia en el imperio, después del faraón. Las pruebas y dificultades Dios las ha permitido y orquestado, todo para su bien. Sin embargo, no todos los que sufren injusticias y pruebas, pasándolo mal aquí, siempre llegan a puestos de honor y prominencia, con los cuales, como José, quizás hayan soñado. Dios tiene un propósito que puede ser muy distinto para cada persona. Pero si en la vida nos tocara la parte de sufrimiento y pruebas no hay que desmayar. El Apóstol lo resume así: "Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Ro 8:18). "No es algo nuevo que los mejores hombres hayan sido acusados falsamente de las peores infracciones por aquellos mismos que son los peores criminales. De la manera que vemos esta historia uno pensaría que el honesto y puro José era un hombre malo y que esta mujer pecaminosa era una mujer virtuosa". Es maravilloso que en el plan de Dios, para poder llegar al palacio real era necesario pasar antes por la cárcel real. Para poder salvar a todo un gran país de una hambruna tremenda, fue necesario que un hombre se mantuviera fiel a su Dios y que estuviera dispuesto a pagar el precio, cueste lo que cueste: en este caso la prisión. Es sin duda en la casa de Potifar donde José aprende mucho de la cultura de los egipcios, lo que le va a resultar después tan útil en el palacio imperial. Desde ese lugar, donde se encuentran "presos políticos", va a ser catapultado hasta las esferas más altas del poder. El enemigo de los creyentes siempre trata de perjudicarnos pero Dios es quien tiene la última palabra. Quizás José podía decir como muchas centurias después lo haría el apóstol Pablo: "Quiero que sepáis hermanos que las cosas que me han sucedido han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio y a todos los demás" (Fil 1:12-13). Nos llama la atención que José ha sido condenado sólo a la cárcel en vez del castigo habitual muchísimo más severo de cientos de latigazos o aún la muerte. Es probable que se dio cuenta que su esposa le ha mentido. Algunos comentaristas como Keil y Deitzch comparten esta opinión. Aún en el día de hoy, un delito como del que José fue acusado podría determinar la pena de muerte en muchos países del mundo. El texto nos muestra que Potifar se enfureció, lo cual fue posiblemente su natural reacción primaria. Quizás el capitán tiene que "salvar las apariencias" y no le queda otra que dejar a José en la cárcel. Aquí vemos nuevamente la mano de Dios con su plan perfecto. Esta prisión parecería que sería semejante a la que hoy llamaríamos para "presos políticos", mientras se decidiera su destino final. 1. Las distintas ropas de José Las ropas del amor paterno: demostrado en las prendas de muchos colores (Gn 37:23). Las ropas del engaño: las teñidas de sangre animal por sus hermanos para engañar al padre (Gn 37:31). Las ropas de la calumnia: las que retiene la mujer de Potifar (Gn 39:15). Las ropas no mencionadas: las usadas en la cárcel. Las de su dignidad como el segundo después del faraón. 2. Contrastes entre José y David (en relación a Betsabé) (2 S 11) José sufrió por su fidelidad mientras que David lo hizo por su pecado. José fue tentado expresamente por la esposa de Potifar, mientras que David lo fue viendo a la mujer de Urías que imprudentemente se estaba bañando a su vista. José finalmente recibió la bendición de Dios, mientras que David fue disciplinado por su pecado. 3. El líder que hay en cada uno El dirigente tiene que poder decir un no rotundo cuando corresponde. Esta debe ser la respuesta frente a una situación que afecte lo moral, lo económico, lo ético o tenga que ser una posición contraria a las enseñanzas de las Escrituras. En esos casos debe decir no aunque parezca un error y le impida seguir su "ascenso en la escalera de la organización". El liderazgo de José se observa desde su temprana edad. Él sabe que ser un ejemplo de honestidad e integridad es esencial. El hijo del patriarca Israel (Jacob) no esperó al estar en la cumbre del imperio para hacer su trabajo con el máximo de responsabilidad y rectitud. Lo hizo tan bien cuando estaba de esclavo de Potifar, como preso en la cárcel, o en el consejo de ministros de Faraón. Dios en su misericordia borra los pecados de aquel que ha caído y se arrepiente, pero muchas veces las cicatrices que quedan en la familia o en la iglesia son prácticamente imborrables. El Señor perdona al arrepentido pero muchas veces son los hombres los que nunca van a perdonar ni a olvidar.

sábado, 9 de febrero de 2019

“TU HIJO VIVE”

- Juan 4:43-54 (Jn 4:43-54) "Dos días después, salió de allí y fue a Galilea. Porque Jesús mismo dio testimonio de que el profeta no tiene honra en su propia tierra. Cuando vino a Galilea, los galileos le recibieron, habiendo visto todas las cosas que había hecho en Jerusalén, en la fiesta; porque también ellos habían ido a la fiesta. Vino, pues, Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo. Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él y le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir. Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis. El oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera. Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive. Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a estar mejor. Y le dijeron: Ayer a las siete le dejó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con toda su casa. Esta segunda señal hizo Jesús, cuando fue de Judea a Galilea." "Salió de allí y fue a Galilea" En los últimos pasajes, hemos considerado algunas de las cosas que Jesús hizo en Jerusalén durante la fiesta de la pascua y también una rápida visita a Samaria. Ahora se menciona su viaje nuevamente a Galilea, en donde iba a comenzar un amplio ministerio, del que Juan apenas nos da detalles, pero al que los otros tres evangelistas dedican bastante espacio. Seguramente esto se deba a que Juan escribió después que los otros evangelistas y conociendo sus escritos quiso evitar repetir aquellos sucesos de la vida del Señor que ya habían sido relatados. En cualquier caso, lo importante de todos estos viajes del Señor, es que poco a poco se iba revelando a círculos cada vez más amplios. "El profeta no tiene honra en su propia tierra" La razón por la que Jesús tomó la decisión de ir a Galilea nos puede parecer un tanto enigmática: "Porque Jesús mismo dio testimonio de que el profeta no tiene honra en su propia tierra". Ahora bien, antes de pensar en lo que quería decir con esta frase, es necesario que consideremos a qué se estaba refiriendo con "su propia tierra". Todos sabemos que Jesús había nacido en Belén de Judea, al sur del país, pero nunca vemos a lo largo de los evangelios que él volviera allí, ni que tampoco considerara aquel lugar como su ciudad. Por el contrario, él se había criado en Nazaret, al norte del país, en Galilea, y llegó a ser conocido como "Jesús nazareno" (Jn 18:5), o "Jesús, el hijo de José, de Nazaret" (Jn 1:45). Y cuando comenzó su ministerio público, se trasladó a Capernaum, también en Galilea, desde donde estableció su base de operaciones (Mt 4:12-13). Por lo tanto, podemos decir que "su propia tierra" no se refería al lugar de su nacimiento en Belén, sino a la tierra de Galilea, primero en Nazaret y luego en Capernaum. Pero, ¿por qué tomó Jesús la decisión de regresar a Galilea en este momento de su ministerio público? Realmente puede parecer un poco extraño que después de la popularidad que había llegado a tener en Jerusalén (Jn 2:23) y en Judea (Jn 4:1-3), lo abandonara todo para regresar nuevamente a Galilea, una zona que en todos los sentidos estaba lejos del área de influencia del judaísmo ortodoxo. Allí no había ninguna posibilidad de progresar si su intención era llegar a ser alguien importante a nivel nacional. Sin duda el Señor sabía esto, y por eso regresó allí, evitando de esta forma el peligro de seguir ganando una fama y prestigio que hubieran provocado un enfrentamiento directo con los fariseos, lo que habría precipitado la crisis final antes de la hora señalada. En Galilea estaba su familia y la gente que le había visto crecer desde bien joven. Y según el dicho de Jesús, en ese ambiente no había ningún peligro de alcanzar más popularidad. Es triste decirlo, pero el principio que el Señor enunció aquí es totalmente cierto: "el profeta no tiene honra en su propia tierra". Por un lado, difícilmente estamos dispuestos a aceptar que alguien que ha crecido junto a nosotros, pueda llegar a ser más que nosotros. Pero por otro lado, todos tenemos cierta tendencia innata a admirar mucho más a los que vienen de afuera que a los que son "de casa". Pero ésta no es una actitud cristiana, y deberíamos tener cuidado con ella, porque tanto los de Nazaret, como los de Capernaum, llegaron a despreciar por esto al mismo Hijo de Dios, perdiendo así innumerables bendiciones. "Los galileos le recibieron habiendo visto todas las cosas que había hecho en Jerusalén" Aparentemente, la acogida que en principio le dieron los galileos a Jesús cuando nuevamente llegó a su tierra, choca con el versículo anterior. Pero no debemos entender este "recibimiento" en el sentido de "creer en él", sino más bien como una admiración parecida a la de aquellos que en Jerusalén "creyeron en él viendo las señales que hacía" (Jn 2:23). Podemos decir que todos ellos eran personas que habían quedado impresionadas por sus milagros, pero que no entendían ni aceptaban quién era él de verdad. Por eso, Jesús "no se fiaba de ellos", y con el tiempo, llegaron a rechazarle y a abandonarle (Jn 6:66). "Había en Capernaum un oficial del rey cuyo hijo estaba enfermo" En su regreso, Jesús fue primeramente a "Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino". Recordaremos que allí había hecho su primera señal y sus discípulos habían creído en él (Jn 2:11). No sabemos cuánto tiempo permaneció en Caná, pero allí tenía al menos un hogar abierto donde hospedarse en la casa de uno de sus discípulos, Natanael (Jn 21:2). Pronto la noticia de su llegada se divulgó por las ciudades de alrededor, y nuestro texto nos dice que alguien que se interesó especialmente por su visita fue un oficial del rey que vivía en Capernaum, a unos 25 kilómetros de Caná. Éste tenía a su hijo enfermo y no dudó en ir rápidamente hasta donde Jesús estaba para rogarle que le ayudara. En cuanto a este "oficial del rey", es muy poco lo que sabemos de él. Debía ser un hombre de cierto rango dentro de la corte de Herodes Antipas, que aunque aquí es mencionado como "rey", sin embargo gobernaba como tetrarca, si bien era conocido de esta manera, ya que su padre, Herodes el Grande, había sido rey antes que él. Pero el detalle realmente importante es que tenía un hijo enfermo, "que estaba a punto de morir". Esto nos recuerda una vez más que la enfermedad y la muerte no hacen distinción entre personas; lo mismo le son los ricos que los pobres, los niños que los adultos. Por esta razón, es necesario que estemos preparados para la muerte cualquiera que sea nuestra edad o condición. Ahora bien, podemos imaginarnos la angustia del padre viendo cómo la vida de su hijo se iba sin que él pudiera hacer nada. ¡Qué triste es ver que un hijo llega al sepulcro antes que su padre! Pero a pesar de la angustia del padre por la inminente pérdida de su hijo, sin embargo lo dejó allí e hizo el viaje que separaba Capernaum de Caná para ir a buscar a Jesús. Por supuesto, dada su condición y las circunstancias, bien podría haber enviado a alguno de sus criados mientras él se quedaba acompañando a su hijo, pero él no lo hizo así, sino que tomó la decisión de dejar a su hijo enfermo e ir personalmente a encontrarse con Jesús, lo que nos demuestra que de alguna manera creía en él. Y aunque no sabemos el grado de interés o de identificación que había tenido con el ministerio que el Señor ya había desarrollado anteriormente en Capernaum, evidentemente había oído hablar de él y tenía la información necesaria para que la fe pudiera haber llegado a germinar en su corazón. En cualquier caso, no cabe duda de que la aflicción nos despierta de nuestra comodidad y letargo, impulsándonos a buscar a Jesús. Y aunque tal vez ésta no fue la experiencia exacta de este oficial, si que ha sido la de muchos otros. "Y le rogó que descendiese y sanase a su hijo" Ya hemos señalado que su hijo "estaba a punto de morir", por lo que el asunto era realmente urgente. Así que nos imaginamos que el padre hizo su petición de forma insistente y desesperada. Ahora bien, aunque el padre tenía la fe suficiente para llegar hasta donde estaba Jesús y hacerle su petición, sin embargo había dos errores que el Señor se disponía a corregir. El primero de ellos, es que dio por sentado que para sanar a su hijo Jesús tendría que ir hasta Capernaum. Porque si bien creía que allí donde Jesús estuviera la enfermedad huiría, sin embargo no alcanzaba a creer que pudiera hacer un milagro desde la distancia. Y el segundo error por el que Jesús se lamentó fue porque este hombre, como muchos otros, aunque había oído y visto muchos de los milagros de Jesús, su confianza tenía que ser constantemente alimentada por nuevas señales y prodigios. Le costaba creer en Cristo y en su palabra si no iba acompañada por algún milagro. Así que, como veremos a continuación, el Señor se dispuso a sanar a su hijo de tal manera que su fe fuera depurada de estos dos errores y así pudiera crecer. De hecho, notemos que a pesar de la urgencia del estado del hijo, Jesús comenzó por tratar la fe del padre. Todo esto nos debe hacer pensar que en nuestras propias vidas y circunstancias, Dios está más interesado en fomentar nuestra fe antes que en librarnos de todos los problemas que pudiéramos tener. "Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis" En estas palabras del Señor se aprecia cierto reproche, que evidentemente no iba dirigido exclusivamente al oficial del rey, sino a todos en general. La razón de su queja fue porque lo único que parecía interesarles era verle hacer algo extraordinario y sensacional. Pero al Señor le contrariaba ser considerado como un mero obrador de milagros. Nunca debemos olvidar que los "prodigios" que hacía Jesús eran "señales" que indicaban alguna verdad espiritual acerca de su persona y obra. En ese sentido servían para despertar la fe de la gente que los veía o recibía (Jn 14:11). Pero si las personas sólo se quedaban admiradas por el extraordinario poder de los milagros, estarían perdiendo de vista su verdadero propósito, que era mostrar "que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tuvieran vida en su nombre" (Jn 20:30-31). En este sentido, los milagros tuvieron mucha importancia en la fase inicial del ministerio de Jesús, porque lo acreditaban como el verdadero Mesías, sin embargo, después de que el Señor había hecho tantas señales entre ellos, no era razonable que la gente rehusara creer en él si no seguía haciendo nuevos prodigios. Y éste era también el problema del oficial de rey, que no podía creer la palabra de Jesús a no ser que fuera acompañada de algún milagro. Estando ausente este requisito, su fe corría el peligro de expirar. El caso de este angustiado padre es muy común también en nuestros días, así que Jesús aprovechó esta ocasión para enseñarnos a todos nosotros un principio fundamental: la verdadera fe debe apoyarse en su Palabra, sin tener necesidad de ver señales o milagros. Además, debemos tener presente que Satanás también es capaz de realizar señales y milagros para engañar, y que esta será la táctica que usará el anticristo cuando venga (2 Ts 2:8-9). Por esta razón, el Señor quiere que nuestra fe este basada fundamentalmente en su Palabra. "Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó" No es difícil imaginar la angustia del padre mientras pensaba en que su hijo se estaba muriendo. En esos momentos él no estaba preparado para mantener una discusión teológica con Jesús acerca del lugar que los milagros y la fe deben ocupar en la vida del hombre. Así que, preocupado como estaba por la salud de su hijo, no parecía atender a ninguna otra cosa, de ahí su renovado clamor: "Señor, desciende antes que mi hijo muera". Pero como hemos dicho, el Señor no sólo veía la necesidad del hijo enfermo, también estaba preocupado por la fe del padre. De hecho, casi nos atreveríamos a decir que el punto central de todo el pasaje tiene que ver con la fe del padre. Así pues, el Señor atendió a la súplica del padre, pero no como él esperaba. No le acompañó hasta Capernaum en donde estaba su hijo enfermo, tampoco hizo ninguna señal, ni apeló a ninguna emoción o sentido, lo único que le dio fue su palabra: "Ve, tu hijo vive". De esta manera se subraya la lección que le estaba intentando enseñar: la fe debe descansar únicamente en la Palabra de Dios. "Creyó la palabra que Jesús le dijo" Habiendo llegado a este punto es importante que nos preguntemos cuál era el contenido de la fe de este padre. E inmediatamente notamos que fue "la palabra que Jesús le dijo". Por supuesto, la fe verdadera no consiste en creer cualquier cosa. Eso fácilmente puede ser superstición. Hay que aclarar que desde una perspectiva bíblica la fe que Dios espera de nosotros debe estaba basada en su Palabra revelada. Esta es la razón por la que Pablo afirmaba lo siguiente: (Ro 10:17) "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios." Como vemos, hay una estrecha relación entre la fe y la Palabra. Por ejemplo, cuando Judas escribe acerca de "la fe que ha sido una vez entregada a los santos" (Jud 1:3), la "fe" a la que se refiere no es la confianza personal que el creyente tiene en Cristo, sino el cuerpo de enseñanza que les había sido entregado y en el cual habían puesto su confianza. Creemos que es muy importante subrayar esta relación entre la fe personal y subjetiva, con la Palabra de Dios, aquello que objetivamente debemos creer. Cuando esta relación se rompe, este nuevo tipo de "fe" no agrada a Dios y puede ser muy peligrosa para la persona. Desgraciadamente, vemos muchos casos en que esto ocurre. Por ejemplo, una persona presume de la fe que tiene en el santo de su localidad, o en su virgen favorita. Esto es algo muy frecuente dentro de la Iglesia Católica, pero hay que preguntarse dónde ha mandado Dios en su Palabra que debamos depositar nuestra fe en santos o vírgenes. Lo que vemos es que de hecho Dios nos prohibe poner nuestra confianza en nada que no sea él mismo, porque todo lo demás es la idolatría que Dios condena. Por otro lado, cada vez es más frecuente ver personas que confunden la fe con una especie de autosugestión. Por ejemplo, si quieren ver la sanidad de un pariente enfermo, creen que si llegan a convencerse suficientemente de que lo desean ardientemente, Dios les concederá lo que piden, porque lo están haciendo con fe. Pero insistimos, la fe que Dios espera de nosotros es una respuesta positiva a lo que él ha revelado. Fuera de eso, no hay garantías de que Dios nos vaya a conceder nuestras peticiones. Y hemos de decir, en honor a la verdad, que en el tiempo presente Dios no se ha comprometido a solucionar todos nuestros problemas en el campo de la salud, la economía, el trabajo... Creemos fundamental enfatizar esto, porque cuando tristemente las cosas no ocurren como nosotros habíamos esperado, con facilidad acusamos a Dios de habernos defraudado, cuando en realidad el problema es que nosotros habíamos creído algo a lo que Dios en ningún momento se había comprometido. Pero si nosotros encontramos una promesa clara en su Palabra, podemos apropiárnosla y orar con fe para que se cumpla en nosotros. Por ejemplo, cuando Santiago dice: "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada" (Stg 1:5). Aquí tenemos una promesa concreta que cualquiera de nosotros podemos reclamar con fe, y si lo hacemos así, Dios nos la concederá. Y por supuesto, cualquier persona que pida la salvación a Dios con arrepentimiento y fe, también la recibirá, porque Dios lo ha prometido. "Y se fue" Volviendo al caso del oficial del rey, vemos que aunque Jesús no quiso acompañarle hasta Capernaum, tal como éste le había pedido, sin embargo quedó satisfecho con su palabra y no discutió. Así que se puso en camino, demostrando por su obediencia que su fe era real. Y con esto llegamos a otro principio bíblico fundamental: fe y obediencia deben ir siempre juntas. Demostramos nuestra fe por nuestra obediencia a la Palabra. Tal es así que en ocasiones encontramos que la fe es descrita como la "obediencia a la verdad" (1 P 1:22). El Señor había percibido en el padre un pequeño principio de fe, pero era necesario que madurara, y la forma de hacerlo es siempre por medio de la prueba (1 P 1:6-7). Así que envió al padre solo de vuelta. Por eso, cuando el padre obedeció la palabra del Señor y emprendió nuevamente el viaje de regreso a Capernaum, estaba dando un gran paso en su crecimiento espiritual. Estaba confiando en la palabra de Jesús sin haber visto ningún milagro. Y de esta manera iba a comprobar que cuando se tiene la palabra de Jesús, no es necesaria su presencia física. "Sus siervos salieron a recibirle diciendo: Tu hijo vive" Suponemos que durante su viaje de regreso, habría un sinfín de pensamientos que se agolparían en la mente de este padre, pero aun así, la palabra de Jesús que él había creído, le infundía nuevo ánimo, y seguro que una paz y seguridad incomprensibles llenaban su corazón. Y ésta es también la experiencia de todos los que hemos puesto nuestra fe en el Señor; nosotros también atravesamos este mundo cual "valle de sombra de muerte", camino hacia nuestro hogar celestial, con la seguridad y confianza que su Palabra nos da. Todavía no hemos visto la plenitud de su salvación, pero la confianza en su Palabra nos llena de gozo y ánimo para no desesperar. "Sus siervos salieron a recibirle y le dieron nuevas: Tu hijo vive" Los siervos del oficial notaron la súbita mejoría del enfermo y no tuvieron paciencia para aguardar la llegada del padre, sino que le salieron al encuentro. Entonces el padre averiguó en qué momento el niño había comenzado a estar mejor, y vio que había tenido lugar a la misma hora en que Jesús había dado su palabra. Y la conclusión inevitable a la que llegó es que la sanidad repentina de su hijo había tenido que ver directamente con la palabra dada por Jesús. Con esto el padre tuvo que aprender también que el método elegido por Jesús para sanar al niño, era mucho mejor que el que había propuesto él mismo. Porque notemos que su hijo fue restablecido un día antes de lo que lo habría sido si Jesús se hubiera tenido que desplazar hasta Capernaum para realizar el milagro. Una vez más el Señor demuestra que sabe mejor que nosotros lo que más nos conviene en cada momento. Y ahora el evangelista añade que "creyó él con toda su casa". Es cierto que el padre ya había creído, pero lo que nos está dando a entender es que después de esta experiencia su fe había llegado a ser mucho más profunda, mejor fundamentada, tenía nuevas evidencias que la hacían mucho más segura y su conocimiento de quién era Jesús era totalmente nuevo. Y más hermoso todavía es el hecho de que su fe se extendió a toda su familia. La fe y los milagros Antes de concluir debemos considerar un último punto que tiene que ver con la relación que la fe y los milagros tienen entre sí. Porque la forma en la que Jesús respondió a la petición del padre, no sólo sirvió para probar su fe, sino que planteó una cuestión importante: ¿Son las señales y los prodigios una causa para la fe, o son éstas el resultado de la fe? ¿Hay que ver para creer o creer para ver? Muchas personas exigen ver alguna intervención sobrenatural de parte de Dios antes de creer en él. Esto quedó bien ilustrado por Tomás, uno de los discípulos de Jesús, quien cuando los otros apóstoles le anunciaron que habían visto a Jesús resucitado, se negó a creerlo a no ser que lo viera por sí mismo: "Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré" (Jn 20:25). Como sabemos, el Señor le concedió lo que había pedido, pero le dijo algo que desde entonces es un principio fundamental: "Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron" (Jn 20:29). Desde que el Señor ascendió al cielo, esto tiene que ser necesariamente así, porque él ya no va a estar disponible físicamente en este mundo hasta su regreso. Las personas que quieran creer en Jesús no pueden exigirle verle resucitado. Pero si creen en él, finalmente le verán en toda la gloria de su resurrección y compartirán la eternidad junto a él. Este mismo principio queda reflejado en el proceso que Jesús siguió para sanar al hijo del oficial: fue necesario que el padre creyera primero para poder ver el milagro que esperaba. Pero si bien es cierto que debemos creer antes de ver las grandes maravillas que Dios tiene preparadas para nosotros, también es verdad que esta fe que Dios espera que depositemos en él, se basa en evidencias sobrenaturales y milagrosas. Por ejemplo, Tomás no tenía derecho a dudar de lo que los otros apóstoles le anunciaron acerca de la resurrección de Jesús, puesto que él mismo había visto durante tres años cómo el Señor hacía toda clase de milagros, incluidas varias resurrecciones. ¿Sobre qué base racional se negaba a creer que Jesús mismo pudiera haber resucitado? ¿No estaba su incredulidad totalmente injustificada? Y de la misma manera, el oficial del rey fue hasta Caná de Galilea a buscar a Jesús porque conocía de primera mano los milagros que había hecho en Capernaum. Así que, este conocimiento era toda la prueba que su fe necesitaba, y por lo tanto no había ninguna necesidad para exigir a Jesús nuevas evidencias. La fe que Dios espera de nosotros no es un salto en el vacío, no implica un suicidio intelectual, no se trata de algo irracional. Es cierto que muchas personas lo entienden así, y creen que la fe es algo subjetivo y personal que nada tiene que ver con realidades o hechos históricos. Y la historia nos ha dejado innumerables evidencias de cómo las mismas religiones han fomentado esta idea, obligando en muchos casos a sus súbditos a creer cosas irracionales por el sólo hecho de que ellos las afirmaban. Y en el día de hoy, la "cultura del ocio", esa que nos llega "inocentemente" a través del cine y otros programas de entretenimiento, es una de las mayores promotoras de estos conceptos. Por ejemplo, en la película "El Código Da Vinci", Langdon, el personaje principal, le dice a Sophie: "Todas las religiones del mundo están basadas en invenciones. Esa es la estricta definición de lo que es la fe, la aceptación de lo que imaginamos verdadero pero no podemos demostrar". Sin embargo, esto es algo que no se puede afirmar del cristianismo. Dios se ha revelado de diversas maneras a lo largo de la historia de la humanidad, y ha querido que quedara constancia de ello en un libro que él mismo ha inspirado, la Biblia. Y cualquiera que lo lea con atención, se dará cuenta de que no se trata de un libro de mitos y leyendas, sino que su contenido está fuertemente arraigado en la historia, y viene avalado por los testigos presénciales de los hechos. De hecho, el Dios de la Biblia, lejos de pedirnos que creamos sin exigir ningún tipo de evidencia, parece estar invitándonos una y otra vez a que investiguemos los hechos allí escritos. Por ejemplo, no nos dice que creamos que Jesús resucitó, sino que nos relata la historia de la resurrección junto con el testimonio de aquellos que lo vieron, esperando que nosotros examinemos las evidencias en busca de la verdad. La Biblia nunca nos anima a creer algo que no es verdad, o que simplemente es fruto de nuestra imaginación. Pero desgraciadamente, muchas personas no se toman el interés, ni dedican el tiempo para comprobar si lo que la Biblia dice es verdad. Y esta es la razón por la que nunca llegan a tener fe, pero nunca porque la fe bíblica sea absurda o irracional. Cuando Juan termina su evangelio dice que "hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir" (Jn 21:25), "pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre" (Jn 20:31). De esta manera Juan nos revela cuál fue el propósito por el que escribió su evangelio: proveer evidencia de primera mano sobre la venida del Hijo de Dios a este mundo. Y dice que lo relatado en su evangelio sólo era una pequeña muestra de todo lo que Jesús hizo, pero que era suficiente para generar la fe en cualquiera que de forma sincera quiera conocer la verdad. Por lo tanto, podemos decir que la fe encuentra una sólida base en las intervenciones milagrosas que Dios ha hecho a lo largo de nuestra historia, y de manera especial a través de la vida de su propio Hijo. Y desde la perspectiva divina, estas evidencias son suficientes para satisfacer aun al más exigente de los mortales. Por eso, a partir de aquí Dios espera que los hombres depositen su fe en él si quieren ver y participar de todas aquellas cosas nuevas y maravillosas que él ha preparado en su gloria celestial.