LA SANTA BIBLIA

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martes, 2 de abril de 2019

“PORQUE NO HAY MÁS QUE UN DIOS, Y UN SOLO HOMBRE SEA EL MEDIADOR ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES: JESUCRISTO”

1 Timoteo 2:5 La obra mediadora del Sumo Sacerdote 1. El sacerdocio aarónico cede ante el sacerdocio real Reiteramos la importante distinción entre la obra sacerdotal que Cristo realizó sobre la tierra, en cumplimiento del tipo de Aarón, y la que inauguró al ser exaltado a la Diestra de Dios. En la Cruz actuó como sacerdote y víctima a la vez, ya que se repite muchas veces que "se ofreció a sí mismo" en ofrenda de expiación, ante el Trono de Dios, sin la intervención de otro agente. La consumación del sacrificio de infinito valor, esperado y tipificado a través de los siglos, puso fin al régimen levítico cuyas sombras desaparecieron con la manifestación de la sustancia del designio eterno (He 7:11-19) (He 9:9-13) (He 10:1-14). Pero si bien un "sacerdocio" fue cumplido, llegando a su fin por la Obra de la Cruz, otro de no menos importancia, y de excelsa gloria, fue iniciado al pasar el Redentor triunfante a través de los cielos para presentarse delante del Trono de Dios. Según la figura que examinaremos "se sentó a la Diestra de Dios" con el fin de administrar los bienes conseguidos por su obra en la tierra, disponiendo ya de "toda autoridad en el cielo y en la tierra" para el adelanto de su Reino después de haber derrotado a Satanás, y compartiendo el Trono con su Padre hasta que vea a todos sus enemigos puestos por estrado de sus pies (Mr 16:19-20) (Hch 2:32-36) (He 1:3) (He 2:9) (He 4:14)(He 6:20) (He 8:1-2) (He 10:12-14). El sacerdocio aarónico no es adecuado para representar esta etapa de consumación y triunfo, bien que algunas características permanecen, de modo que el Espíritu Santo nos ha provisto en los capítulos 5 a 7 de Hebreos del simbolismo del Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. La "clave" para entender el argumento se halla en el Salmo 110, donde la declaración de Dios, frente al Mesías: "Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec", indicó un sacerdocio mesiánico de una naturaleza distinta del de Aarón, y posterior a su consumación. Será también, según el primer versículo del mismo salmo, un sacerdocio real y vencedor, en cumplimiento también de la profecía de (Zac 6:12-13): "Dominará en su trono y habrá sacerdote a su lado". 2. La Diestra de Dios La designación del lugar del ministerio triunfal del Hijo Sacerdote se llama también, con mayor solemnidad, la Diestra de la Majestad en las alturas, discerniéndose la figura de un potentado oriental a cuya diestra se sentaba el gran visir para ejecutar con máxima autoridad todos los decretos de su soberano. El Trono es el misterioso lugar de una manifestación especial de la gloria del Dios que es Espíritu y omnipresente, y allí el Hijo de Dios y Hombre triunfador administra con absoluta autoridad, y con todos los recursos de la potencia divina, los resultados de su propia obra de expiación, dirigiendo el curso de los acontecimientos hasta la manifestación de la victoria sobre el mal en todos sus aspectos. Pero esta suprema realeza y excelsa dignidad no le alejan de los suyos, toda vez que es "Jesús", el Hombre nacido de mujer, quien está allí, y quien quiso ser en todo como sus hermanos por el misterio de la encarnación, dignándose pasar por una escuela de dolor, de tentación, de prueba y de muerte "para venir a ser misericordioso y fiel Sumo Sacerdote en lo que a Dios se refiere" preparado para compadecerse de nosotros en nuestras debilidades (He 2:10-18) (He 4:14-5:10). La expresión "se sentó a la Diestra" no significa en manera alguna un período de inactividad, ya que el Hijo ministra de diversas maneras, sino señala la consumación de la obra redentora en contraste con la actuación siempre incompleta de Aarón. 3. La vida indisoluble del Mediador Al hablar de la obra sacerdotal en la tierra el énfasis recae necesariamente en la muerte de la víctima que se ofreció a sí mismo, pero al contemplar el sacerdocio de la Diestra de Dios las Escrituras enfatizan la vida indisoluble del Sacerdote que ha vencido el pecado y la muerte para siempre. En Hebreos se recalca el contraste entre la brevedad de la vida de los sacerdotes antiguos, cuya muerte cortaba siempre su ministerio, haciendo necesario que fuesen reemplazados por sus sucesores, y esta vida eterna y salvadora del Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec: "no constituido sacerdote conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible... permanece sacerdote para siempre..., éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (He 7:16,3,24-25). Por eso Melquisedec pudo servir de figura de su sacerdocio, ya que en las Escrituras, y por omisión providencial, se le ve "sin padre, sin madre, sin genealogía". Cristo no es sólo Vida, sino Resurrección y Vida ya que la vida que necesitamos los pecadores es la que ha vencido la muerte (Jn 11:25-26) (Ro 5:10). 4. El santuario La "Diestra del Trono" indica la realeza del Mediador y su ministerio activo que adelanta la consumación del Reino. Pero en la misma epístola a los Hebreos se habla de la entrada del Sumo Sacerdote en el santuario, perfilándose la figura sobre el fondo de las funciones de Aarón en el Día de Expiaciones. Volvemos, pues, hasta cierto punto, al simbolismo aarónico, pero con importantes diferencias, ya que Aarón no podía quedar en el Lugar Santísimo, y al año siguiente tenía necesidad de entrar de nuevo con la sangre de otra víctima. No sólo eso, sino que Aarón entraba solo y salía solo, mientras que Cristo entra como Precursor, a la cabeza de las multitudes de "creyentes sacerdotes" que tienen derecho de entrar en pos de su Sumo Sacerdote que se presenta allí. "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos... no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención... Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos..." (He 9:11-14) (He 10:18-22). 5. Presentación e intercesión Aarón entraba en el Lugar Santísimo llevando la sangre que había de esparcir sobre el propiciatorio, pero se nota un cambio significativo en la fraseología de Hebreos en cuanto a la llegada del gran Sumo Sacerdote al Santuario celestial, pues no se trata ya de un sacrificio por cumplir, sino de una obra ya hecha, y de eterna eficacia. Por eso se dice que Cristo entró por medio de su propia sangre (He 9:12), o sea, en virtud de la obra de expiación ya realizada. Sobre tal base se adelantó "para presentarse ahora a favor nuestro en la presencia de Dios". No hace falta ahora repetir ninguna clase de sacrificio de sangre, ni salpicar la sangre como símbolo de la vida entregada, pues basta la presencia del Cordero inmolado, que en sí es la garantía de eterna bendición para todo aquel que por él se acerca a Dios. Bastan las señales de las heridas que se conservan como preciosísimas joyas en sus manos y pies para que todo el universo sepa que la obra se ha consumado triunfalmente y una vez para siempre. De igual forma su presencia en sí constituye su intercesión por nosotros, y no hemos de imaginar al Sumo Sacerdote en actitud orante delante del Padre, suplicando favores que son difíciles de conseguir, pues la unidad de voluntad y de intención entre el Padre y el Hijo es perfectísima, y todo se ha conseguido ya por la obra de propiciación de la Cruz. Como alguien ha dicho: "La intercesión de Cristo ascendido no es una oración, sino una vida". Tal intercesión, así entendida, constituye la base de la justicia de los creyentes, librándoles de toda posibilidad de condenación: "¿Quién es el que condenará? Cristo Jesús es el que murió; aún más, el que también resucitó, el que está a la diestra de Dios, y el que intercede por nosotros" (Ro 8:34). Presentándose así e intercediendo, asumió y asume toda responsabilidad con referencia a quienes acuden a Dios por medio de él, y "consumado (en su preparación como Sumo Sacerdote) vino a ser causa de eterna salvación para todos los que le obedecen". Al mismo tiempo el temido Trono de Dios, lugar de justicia deslumbrante que nos condenaba irremisiblemente, se convirtió en el Trono de Gracia, adonde acudimos para hallar simpatía y ayuda (He 5:9) (He 4:16). 6. El ministerio de socorro Son sublimes, conmovedoras y casi increíbles las expresiones que en hebreos recalcan el amoroso interés del Sacerdote-Mediador por los suyos, y que reflejan la naturaleza del Dios de amor. "El que santifica y los que son santificados, de uno son todos", dice la Palabra, y tan importante le fue la formación de una nueva familia espiritual que rodeara eternamente al Hijo que "convenía a aquél, por cuya causa son todas las cosas, y por el cual todas las cosas subsisten, que al llevar a la gloria a muchos hijos, perfeccionase por aflicciones al Autor de la salvación de ellos" (He 2:10-18). Ya hemos visto cómo se dignó "prepararse" con el fin de comprender las necesidades de los suyos, los objetos especiales de su obra mediadora, llegando a tener un conocimiento íntimo de su condición y sentir profunda simpatía por ellos en sus sufrimientos y luchas. Pero no sólo simpatiza, sino que siempre está dispuesto a ayudarles desde el centro de todo poder, siendo "poderoso para socorrer a los que son tentados (probados)". Este aspecto consolador de su obra mediadora se detalla especialmente en (He 2:17-18) (He 4:14-16) (He 5:7-10), y bien podemos responder agradecidos a la exhortación del autor sagrado: "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro". El Mediador "Abogado" La obra mediadora de Cristo, en sentido amplio, abarca todos los aspectos de la redención, pero a los efectos de este estudio subrayamos más la actuación del Mediador al echar un puente sobre el abismo que separa el hombre de su Dios, manteniendo luego la comunión que así se renueva en él. Las epístolas a los Hebreos y a los Colosenses son las que más se preocupan del tema, debido a las necesidades de sus primeros lectores, pero el apóstol Juan no pierde de vista esta "gloria" de su amado Maestro y es en el capítulo 17 de su Evangelio que hallamos la sublime "oración de intercesión" que nos admite a los secretos pensamientos del Hijo, al hablar con su Padre, y preocupándose por los suyos. Hemos dicho que la "intercesión", como base de nuestra seguridad eterna, es sobre todo la presencia del Mediador delante del Trono, pero no se excluye la comunión del Hijo con el Padre en cuanto a la familia de la fe, y ésta halla sublime expresión en la oración sacerdotal que anticipa la presencia del Hijo a la Diestra del Trono. En armonía con estos pensamientos es el apóstol Juan quien da al Señor el título de "Abogado", que en el original es "paracletos": "Y si alguno hubiere pecado, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (1 Jn 2:1). El título es idéntico al que el Maestro empleó para describir al Espíritu Santo quien le había de sustituir como ayudador de los discípulos en la tierra, significando "uno llamado a nuestro lado para socorrernos", y que podía aplicarse a la labor de un abogado defensor. El contexto del versículo citado (1 Jn 1:5-2:2) revela que el apóstol desarrolla el tema de la comunión del creyente con el Padre y con el Hijo, y la forma en que puede mantenerse a pesar de la naturaleza pecaminosa del hombre, y de los pecados que aún pueden afear el testimonio del creyente. Para "andar en luz como él está en luz" hemos de reconocer la condición humana y confesar en el acto los pecados cometidos, lo que hace posible que "la sangre de Jesucristo el Hijo de Dios nos limpie de todo pecado". La confesión se relaciona también con la obra del Paracletos (la división de los capítulos en esta sección oscurece mucho la continuidad del pensamiento), quien puede ser justo al auxiliar al creyente que confiesa su pecado, toda vez que él mismo es "la propiciación por nuestros pecados, y no por los nuestros solamente, sino por los de todo el mundo" (1 Jn 2:2). Se aplican al caso especial del pecado cometido y confesado las enseñanzas que ya hemos notado en Hebreos, y quedamos con el precioso pensamiento de un Paracletos divino quien nos socorre en la tierra, el Espíritu Santo, al par que otra Persona divina, el Hijo Mediador, acude en nuestro auxilio a la Diestra. El Mediador eterno En el curso de su gran discusión sobre la resurrección en (1 Co 15), Pablo presenta parentéticamente la escena cuando el Hijo-Siervo habrá cumplido totalmente la misión especial que le fue encomendada antes de la fundación del mundo, viendo consumada no sólo la redención de los salvos, sino también la destrucción de los enemigos (1 Co 15:24-28). Habiendo vuelto todas las cosas a la obediencia de Dios, "entonces también el mismo Hijo estará sujeto al que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todo en todos". ¿Indica esta frase el fin de la obra mediadora del Hijo? Desde luego habrá pasado la etapa actual, pues los hijos estarán gozándose de su herencia en la Nueva Creación por los siglos de los siglos, unidos con su Señor, y no necesitarán su intercesión a la Diestra. Pero ya hemos notado el carácter cósmico de la obra del Hijo Mediador, y hay aspectos de su sacerdocio que se llaman eternos. Más bien el pasaje de referencia señala el fin de su misión especial de redención y de reconciliación, haciendo posible que entregue las vastas provincias del Reino universal al Trino Dios, sin que haya movimiento alguno en contra de su voluntad ni posibilidad de ello en el porvenir. Pero sin duda el Hijo siempre se relacionará de una forma especial con todo lo creado, aun en la Nueva Creación, y hay abundante indicación de su eterna unión con la vasta familia de los hijos que redimió con su sangre y recreó a su imagen, además de su enlace indisoluble con su Esposa la Iglesia (Ro 8:29)(Col 3:10) (Ap 21:9) (Ef 1:10) (Ef 2:7) (Ef 5:25-27).

lunes, 25 de marzo de 2019

“POR ESTA PALABRA, VE; EL DEMONIO HA SALIDO DE TU HIJA”

La fe de la mujer sirofenicia - Marcos 7:24-30 (Mr 7:24-30) "Levantándose de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón; y entrando en una casa, no quiso que nadie lo supiese; pero no pudo esconderse. Porque una mujer, cuya hija tenía un espíritu inmundo, luego que oyó de él, vino y se postró a sus pies. La mujer era griega, y sirofenicia de nación; y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio. Pero Jesús le dijo: Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos. Respondió ella y le dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos. Entonces le dijo: Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija. Y cuando llegó ella a su casa, halló que el demonio había salido, y a la hija acostada en la cama." "Levantándose de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidón" Después de una fuerte controversia con los fariseos y los escribas, Jesús salió de Galilea y se fue más allá de sus fronteras, a tierras gentiles en la región de Tiro y de Sidón, en Fenicia, un país que ocupaba el litoral mediterráneo entre los montes del Líbano y el mar. En la semana siguiente, el Señor pasó bastante tiempo fuera del territorio de Israel. Primero en Fenicia (Mr 7:24), luego en Decápolis (Mr 7:31), y finalmente en Cesarea de Filipo (Mr 8:27). Este periodo resultó en un ministerio muy fructífero entre sus discípulos, que llegaron a reconocerle como "el Cristo" (Mr 8:29). A partir de ese momento, el Señor tomó el camino que le llevaría hasta Jerusalén y allí a la Cruz. ¿Por qué fue Jesús a la región de Tiro y Sidón? De su visita a aquellos lugares, Marcos sólo recoge la curación de la hija endemoniada de la mujer sirofenicia, y aunque seguramente el Señor tuvo más oportunidades de mostrar su misericordia y ministrarles la Palabra de Dios, sin embargo, parece que el propósito principal del evangelista es mostrarnos el interés del Señor por atender con calma a la formación de sus discípulos y tener un tiempo de descanso con ellos. Por otro lado, no debemos olvidar el clima de oposición que se respiraba en Galilea contra Jesús. Hacía tiempo que los líderes religiosos lo habían marcado como pecador y habían decidido destruirlo porque quebrantaba sus tradiciones y no se sujetaba a su autoridad. Tal vez, en medio de estas circunstancias, salir del país era una decisión acertada que evitaría un desenlace precipitado, antes de que sus discípulos hubieran logrado entender quién era realmente Jesús y el significado de su obra en la Cruz. Pero viendo el contexto anterior, debemos notar también que Jesús se fue a Tiro y Sidón inmediatamente después de haber estado enseñando acerca de la limpieza de todos los alimentos (Mr 7:18-19). Esta distinción entre alimentos limpios e inmundos, era una de las razones fundamentales que impedían el trato entre judíos y gentiles. Cuando Dios hizo estas prohibiciones en la ley, tenía como propósito separar a Israel de las naciones paganas a su alrededor, y sin duda, la prohibición de comer de ciertos alimentos, dificultaría notablemente el trato social entre ambos pueblos. Por lo tanto, cuando en el pasaje anterior Jesús enseñó que todos los alimentos eran limpios, estaba eliminando también las barreras entre judíos y gentiles. Por supuesto, como ya explicamos en la lección anterior, esto no era algo que iba a ocurrir inmediatamente, sino que tendría que esperar a que Cristo realizara la obra de la Cruz y fuera anunciado el evangelio a los judíos. Y más tarde, ante el reiterado rechazo de los judíos a su Mesías, entonces sí que el evangelio sería llevado a los gentiles. Esto tuvo lugar por primera vez en casa de Cornelio (Hch 10), y curiosamente, Dios tuvo que repetir a Pedro ciertas verdades que ya se desprendían claramente de estos pasajes que estudiamos: que Dios había limpiado todos los alimentos (Hch 10:15), y que por lo tanto, también podía entrar en la casa de un extranjero (Hch 10:28). Entonces, podemos decir que otro de los propósitos de Jesús al ir a la región de Tiro y Sidón era el de ilustrar de forma práctica las implicaciones de lo que acababa de decir, preparando así a sus discípulos para su ministerio futuro en relación con los gentiles. Aunque esto sólo podría comenzar una vez que los judíos se hubieran "saciado", lo que parecía que ya estaba empezando a ocurrir tal como manifestaba el creciente rechazo hacia Jesús. "Una mujer, cuya hija tenía un espíritu inmundo... le rogaba" El evangelista nos dice que el Señor intentaba pasar desapercibido en aquella región. La razón para que el Señor no quisiera que se supiera de su estancia allí, tendría que ver seguramente con su propósito de descansar e instruir a sus discípulos lejos del agobio constante de las multitudes. Pero también, por que como más adelante va a señalar, no había llegado todavía el tiempo de abrir plenamente la puerta a los gentiles en tanto que los judíos no se hubieran saciado. Sin embargo, todos sus esfuerzos por esconderse resultaron inútiles, porque su fama se había extendido también incluso en este territorio pagano, y una mujer escuchó de su presencia y fue hasta donde estaba. Sobre esta mujer no sabemos casi nada, porque como ya nos tiene acostumbrados Marcos, él omite cualquier detalle que no tenga relevancia para el fin que persigue. Sin embargo, sí nos dice que era una mujer griega y sirofenicia de nación, es decir, que era fenicia y que hablaba griego. Por lo tanto, desde el punto de vista judío, era una pagana, o tal como Mateo la describe, "una mujer cananea" (Mt 15:22). "Y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio" Otro detalle que Marcos nos proporciona es que tenía una hija endemoniada. Ella vino a Jesús pidiéndole ayuda porque lo que más amaba en el mundo estaba bajo el control del diablo. Observemos también que la mujer no estaba rogando por sí misma, sino para conseguir una bendición a favor de su hija, dándonos un buen ejemplo de lo que debe ser la obra de intercesión que los padres debemos llevar a cabo por nuestros hijos. Y percibimos también su insistencia y constancia en sus ruegos. Según Mateo, ella seguía a Jesús y sus discípulos dando voces, lo que llegó a ser del desagrado de los discípulos (Mt 15:23). Pero esta insistencia no surgía únicamente por el dolor y la ansiedad que sentía por el estado de su hija, sino que también manifestaba una fe sólida en el Señor Jesús, y por supuesto, una intercesión tan ferviente no había de quedar sin contestación. "Pero Jesús le dijo: Deja primero que se sacien los hijos" Tenemos por lo tanto a una mujer cananea rogando a Jesús por la liberación de su hija. ¿Qué haría el Señor? Cualquier judío conocía la historia de Israel y los problemas que los cananeos les habían causado desde los días de Josué. Además, la ley judía separaba a los judíos de los gentiles. En el mismo templo se levantaba un gran muro para evitar que los gentiles entraran en los atrios de los judíos, avisando de la pena de muerte en el caso de que lo hicieran. ¿Derribaría Jesús esta pared de separación intermedia y eliminaría la distancia espiritual que había entre judíos y gentiles? Pablo dijo años después que por medio de su obra en la cruz, Cristo había conseguido precisamente eso (Ef 2:11-22). Ahora veremos que en su trato con esta mujer cananea ya anticipó el deseo del corazón del Señor de bendecir a los gentiles por el Evangelio y recogerlos en un solo redil junto a los judíos (Jn 10:16). Nunca fue el deseo de Dios que sus bendiciones quedaran limitadas sólo a los judíos, y notemos cómo Jesús dejó entreabierta esta puerta cuando le dijo a la mujer "deja primero que se sacien los hijos". Pero aunque Jesús era el salvador universal, esta salvación debía producirse sobre la base de un orden riguroso: los judíos primero y después los gentiles. Pablo trató en Romanos la prioridad que concernía a Israel en el plan universal de salvación: "al judío primeramente, y también al griego" (Ro 1:16). Y Cristo, en su ministerio terrenal se limitó principalmente a ser "siervo de la circuncisión, para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres" (Ro 15:8). Y lo mismo mandó a sus discípulos cuando los envió a predicar: (Mt 10:5-6) "A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Cuando consideramos estos principios establecidos por las Escrituras, podemos entender la contestación del Señor a la mujer, que si bien parecía un tanto dura, definía correctamente la posición de los gentiles frente al Reino de Dios antes de la Cruz. Como explica el apóstol Pablo a los efesios, "los gentiles estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo" (Ef 2:12-13). "No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos" En un principio, la respuesta del Señor podía parecer de los más descorazonadora. Jesús usa una ilustración para explicar la situación a la mujer: Los "hijos", en referencia a los israelitas, eran los que estaban sentados a la mesa y tenían el privilegio de disfrutar del ministerio terrenal del Señor. Los "perrillos" eran por lo tanto los gentiles, quienes aún no habían sido admitidos al regio festín. Por lo tanto, Jesús se estaba refiriendo a la "hijita" de esta mujer como un "perrillo". ¿No podía ser interpretado esto como algo ofensivo? Es cierto que los judíos se referían despectivamente a los gentiles como "perros". Pero Jesús usó un diminutivo, "perrillos", seguramente en sentido cariñoso. Y así lo debió entender la mujer, porque no sólo no se sintió ofendida ni desechada por ello, sino que en la forma en que se lo dijo Jesús, encontró fuerzas para seguir haciendo su petición. "Pero aun los perrillos debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos" La mujer entendió y aceptó sin quejas ni disputas la posición de precedencia que el pueblo judío tenía frente a los pactos y promesas de Dios. Así que, en lugar de enojarse por las palabras de Cristo, vio en ellas una puerta abierta para volver a presentar su súplica a favor de su hija. En cualquier caso, no deja de asombrarnos que esta mujer suplicaba por unas migajas de pan, mientras que los judíos rechazaban el verdadero pan que había descendido del cielo (Jn 6:35-36). En este punto podemos preguntarnos por qué el Señor mostró una aparente falta de disposición para atender a esta mujer inmediatamente. Porque es evidente que en esta ocasión Jesús se hizo de rogar mucho más que en el resto de los casos en que las personas necesitadas venían a él en busca de ayuda. Lo que podemos apreciar, es que éste fue el medio por el que el Señor sacó a relucir la fe de esta mujer gentil, que contrastaba fuertemente con la maldad de los judíos, que a pesar de la luz que tenían, seguían siendo duros y rebeldes. Pero no sólo de los judíos rebeldes, sino también de los propios discípulos. Notemos que el Señor sigue usando el pan en sus ilustraciones, y en esta ocasión, una mujer pagana logra entender que unas migajas de ese pan pueden satisfacer plenamente todas sus necesidades espirituales. Por contraste, los discípulos, después de haber presenciado cómo el Señor multiplicaba unos pocos panes para dar de comer a una multitud de judíos, todavía no lograban entender el significado de este milagro porque sus corazones estaban endurecidos (Mr 6:52). Por lo tanto, en medio de todo este contexto, podemos apreciar la fe de esta mujer como una auténtica joya, de hecho, una joya casi única. Sin apenas evidencias, el concepto tan elevado que esta mujer tenía de la provisión de la gracia del Señor, nos deja admirados. Por la narración de Mateo sabemos que el Señor quedó maravillado ante semejante fe en una mujer gentil: (Mt 15:28) "¡Oh mujer!, ¡grande es tu fe!". Ella había captado correctamente el corazón de Dios. "Entonces le dijo: Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija" El pasaje nos ha mostrado que los gentiles también tenían grandes necesidades espirituales, y que desde lo profundo de sus corazones clamaban a Dios. Por lo tanto, aunque Cristo se dirigía primeramente a los judíos, de ninguna forma les estaba ofreciendo exclusividad. Fue la fe de la mujer la que logró eliminar todas las barreras para llegar al corazón mismo de Dios. Este es un claro ejemplo del hecho de que ningún alma hambrienta y humilde, que se acerca a la mesa abundante del Señor quedará sin saciar. Pero es necesaria la fe. El Señor sanó a la niña a distancia, por medio de su palabra. Esto sirvió para que la mujer mostrara nuevamente la calidad de su fe: con una plena confianza en la palabra del Señor, regresó a su casa. Y por supuesto, su fe no fue defraudada, sino que cuando llegó, comprobó que efectivamente una migaja de la mesa del Señor había sido suficiente provisión para su gran necesidad. Así que, si una mujer pagana usó el poco conocimiento que tenía del Señor con tantos resultados, ¿cuánto más se requiere de nosotros que hemos recibido privilegios mucho mayores? Conclusiones Al terminar este tema podemos reflexionar sobre cuáles son los requisitos para conseguir estas "migajas" del Señor. Una comprensión adecuada tanto del poder como del amor del Señor. Insistencia en la oración. Y sobre todo, una fe capaz de vencer todas las pruebas. Por otro lado, este incidente nos trae a la memoria también a otra mujer necesitada que vivió en "Sarepta de Sidón" en los tiempos del profeta Elías. El relato lo podemos encontrar en (1 R 17:8-16)y nos recuerda cómo Elías fue enviado a aquella región después de anunciar una gran sequía sobre Israel como juicio de Dios por haber rechazado su palabra. En cambio, aquella mujer gentil confió en la palabra del profeta y no le faltó el pan durante todo el tiempo en que Israel pasaba hambre.

jueves, 21 de marzo de 2019

“NADA DE LO QUE ENTRA DE AFUERA PUEDE HACER IMPURO AL HOMBRE. LO QUE SALE DEL CORAZÓN DEL HOMBRE ES LO QUE LO HACE IMPURO”.

Marcos 7:14-23 "Y llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga. Cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. El les dijo: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre." Nuestro estudio surge de la acusación que los fariseos y escribas hicieron a los discípulos de Jesús porque los vieron "comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas" (Mr 7:2). Un incidente tan sencillo como comer pan si haberse lavado las manos, originó una profunda e interesantísima explicación de parte del Señor sobre dos temas claves que separaban a Cristo del judaísmo: En la primera parte, el Señor trató el asunto de la fuente de la autoridad. Ya hemos tenido ocasión de considerar que mientras que los judíos daban tanta o más autoridad a su tradición que a las Escrituras, Jesús afirmó que la única fuente de autoridad está en las Escrituras. El segundo tema que el Señor trató, y que no es menos importante, tenía que ver con la verdadera naturaleza de la contaminación y la purificación. Según los judíos, la contaminación actuaba desde afuera hacia dentro, mientras que el Señor afirmó que lo contrario es lo cierto. Los judíos afirmaban que la contaminación real era la física, pero Jesús dijo que la verdadera contaminación era la moral y espiritual. "Oídme todos, y entended" Por la forma en la que el Señor introdujo su enseñanza, podemos percibir la seriedad e importancia de lo que estaba a punto de decir. El no quería que simplemente le escucharan, sino que entendieran lo que les estaba diciendo. Y también a nosotros se nos dirige esta nota de atención, porque después de dos mil años, sigue estando igual de arraigado en el corazón del hombre que la verdadera pureza espiritual tiene que ver con cosas externas. ¡En cuantas religiones sigue habiendo innumerables ritos de lavamientos para alcanzar la pureza del alma! ¡Cuántos cristianos mantienen listas de alimentos prohibidos, en la creencia de que si comen de ellos verán estropeada su relación con Dios! "Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar" La afirmación que el Señor hizo no deja lugar a dudas: Ningún alimento puede contaminar al hombre moral o espiritualmente. Sin embargo, este claro principio expresado por el Señor, ha sido malinterpretado con frecuencia. Algunos han llegado a decir que nada de lo que se hace con el cuerpo puede afectar al espíritu. Pablo tuvo que enfrentar este problema en (1 Co 6:12-20). Allí había ciertas corrientes filosóficas que estaban llevando a los creyentes a pensar que podían hacer lo que quisieran con su cuerpo, porque eso no afectaría a su vida espiritual. Y así estaban pasando de la libertad que tenían para comer cualquier alimento, a las prácticas sexuales fuera del marco del matrimonio. Ahora bien, ¿es esto lo que Jesús quería decir? ¿Realmente no importa lo que hagamos con nuestro cuerpo? Para contestar correctamente a esta pregunta, lo primero que debemos notar es que Jesús estaba tratando sobre la comida y los lavamientos de las manos. Aquí no estaba hablando de relaciones sexuales. En segundo lugar, el Señor completó esta afirmación diciendo que es lo que sale del corazón lo que contamina al hombre, y entre las cosas que enumeró como procedentes de un corazón malo, se encuentran también los "adulterios y las fornicaciones" (Mr 7:21). Por lo tanto, una relación sexual prohibida por Dios, no es algo inofensivo que se realiza simplemente en el plano físico sin que llegue a afectar al espíritu, sino que por el contrario, se trata realmente de un asunto que surge del corazón y que encuentra su cauce de expresión por medio del cuerpo físico. "¿También vosotros estáis así sin entendimiento?" Como en pasajes anteriores, el evangelista nuevamente vuelve a subrayar la incomprensión de los discípulos. Y en esta ocasión, pareciera como si el Señor estuviera contrariado por esta falta de comprensión. Es como si les estuviera diciendo: "que los escribas y los fariseos no entiendan mi enseñanza no me extraña, pero que vosotros, que habéis estado conmigo por tanto tiempo sigáis así, me parece inexcusable". Sin embargo, podemos hacernos una idea de las dificultades con las que se encontraban los discípulos. No olvidemos que ellos se habían criado bajo las enseñanzas del Antiguo Testamento, y siempre habían considerado que ciertos alimentos eran impuros y los contaminarían si los comían. Pero ahora Jesús les estaba diciendo que ningún alimento que el hombre coma, puede contaminarlo. ¿Cómo debían entender esto? ¿Se trataba de una nueva enseñanza que contradecía lo que decía el Antiguo Testamento? La verdad es que, en cierto sentido, el Señor no estaba diciendo nada nuevo. No debemos olvidar que todas aquellas leyes ceremoniales del Antiguo Testamento tenían como finalidad enseñar por medio de cosas externas principios espirituales internos. Ya tuvimos ocasión de comentar que por ejemplo, los lavamientos establecidos por la ley ceremonial tenían como finalidad enseñar al israelita la necesidad de la limpieza interior. Así que, el Señor coincidía plenamente con lo que enseñaba la ley ceremonial, en que lo verdaderamente importante era la pureza del corazón. Y por otro lado, en relación a los alimentos prohibidos, cuando un israelita quedaba inmundo por comer cerdo, la contaminación no le venía por el cerdo que había comido, sino por la desobediencia que surgía de su corazón y que le llevaba a hacer lo que Dios había prohibido. Por lo tanto, tampoco en esto el Señor estaba entrando en contradicción con la ley ceremonial. "Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre" Con estas palabras, el Señor enunció una verdad fundamental que marca la diferencia clave entre el cristianismo y todas las demás religiones del mundo y por supuesto, del judaísmo de los tiempos de Jesús. Mientras que los líderes judíos consideraban que el ser humano (especialmente el judío) era básicamente bueno, y que su problema era simplemente el peligro de la contaminación espiritual por contacto con el pecado externo, el Señor consideraba que el corazón del hombre, incluido el del judío, era pecaminoso, y que su problema era que constantemente procedían de su interior pensamientos y acciones que lo contaminaban a los ojos de Dios. Esta afirmación molesta al ser humano, que siempre intenta justificar sus propios pecados atribuyéndolos a la maldad de otros hombres, a sus malos ejemplos, a las malas compañías, a las injusticias sociales..., pero se olvida que cada hombre lleva consigo el manantial de la maldad. Es cierto que el mundo y Satanás incentivan el pecado, pero sólo lo pueden hacer porque ya está dentro del corazón de los hombres. En realidad, lo que el Señor estaba diciendo es que en el corazón de todos los hombres sin distinción, se encuentra la simiente de todos los pecados que encontramos aquí: "los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez". Quizá permanezcan inertes toda nuestra vida, tal vez el miedo a las consecuencias, los comentarios de la opinión pública, el deseo de parecer personas respetables, los contengan e impidan su desarrollo. Pero todo hombre lleva dentro de sí la raíz de todos los pecados. ¿Cómo puede el hombre llegar entonces a tener una relación correcta con Dios? Si entendemos la gravedad de la pecaminosidad del corazón humano descrita por el Señor, nos daremos cuenta inmediatamente de que dejar de comer ciertos alimentos, o lavarnos las manos de una forma determinada antes de comerlos, no podrá cambiar de ninguna manera nuestro corazón ni colocarnos en una buena relación con Dios. ¡Eso es absurdo! Al mismo tiempo, comprenderemos también que el hombre no se puede salvar haciendo buenas obras, porque todo lo que haga estará manchado por surgir de un corazón pecaminoso. La única posibilidad es que Dios nos dé un corazón nuevo y transformado. Este fue el ruego que el rey David le hizo a Dios después de que se dio cuenta de la maldad de su corazón cuando pecó con Betsabé: "Crea en mí, oh Dios un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí" (Sal 51:10). ¡Que no nos pase como a los judíos, que estaban tan acostumbrados a pensar que el peligro de la contaminación espiritual radicaba en el contacto con cosas externas, que se olvidaron de la contaminación espiritual que procedía de sus propios corazones! "Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos" Estas palabras no son de Jesús, sino que fueron añadidas por Marcos a modo de conclusión. Y seguramente, más que de Marcos, serían del mismo apóstol Pedro, que como ya hemos considerado en otras ocasiones, fue la fuente de donde Marcos recibió su evangelio. Nos resulta inevitable pensar en la estrecha relación que esta declaración guarda con la experiencia vivida por el apóstol Pedro en Jope y que encontramos relatada en el libro de Hechos (Hch 10:9-16). Allí Pedro tuvo una visión en la que declinó tres veces la invitación del Señor a matar y comer animales impuros, y la respuesta del Señor fue similar a lo que Marcos expresa en su evangelio: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común". Sin lugar a dudas, esta declaración era revolucionaria, y a Pedro y a los primeros cristianos judíos, les llevó un buen tiempo comprenderla y asimilarla. En realidad, lo que encontramos en este pasaje de Marcos, es un anticipo de lo que más tarde llegaría a ser una verdad consumada: la abolición de las diferencias entre alimentos limpios e inmundos. Pero debemos fijarnos en que no fue en este momento durante el ministerio de Jesús cuando él abolió las diferencias entre los alimentos, sino cuando después de su muerte y resurrección, el evangelio iba a comenzar su extensión por el mundo gentil. La razón era lógica. Los judíos como nación había rechazado a su Mesías, y a partir de ahí, Dios envió su evangelio a los gentiles. Con el fin de facilitar el contacto entre judíos y gentiles, tanto en la evangelización, como también en la comunión entre ambos grupos en las iglesias, el Señor abolió la prohibición de comer ciertos alimentos que previamente estaban prohibidos para los judíos.

jueves, 14 de marzo de 2019

“SI USTEDES ME AMAN, OBEDECERÁN MIS MANDAMIENTOS. Y YO LE PEDIRÉ AL PADRE QUE LES MANDE OTRO DEFENSOR, EL ESPÍRITU DE LA VERDAD, PARA QUE ESTÉ SIEMPRE CON USTEDES. LOS QUE SON DEL MUNDO NO LO PUEDEN RECIBIR, PORQUE NO LO VEN NI LO CONOCEN; PERO USTEDES LO CONOCEN, PORQUE ÉL PERMANECE CON USTEDES Y ESTARÁ EN USTEDES”

(Juan 14:15-17) La persona y obra del Espíritu Santo (1ª parte) El Espíritu Santo y la Santísima Trinidad La importancia de aceptar la verdad revelada. Sería acertado volver a leer el estudio sobre “La Deidad” antes de emprender este estudio, teniendo en cuenta dos consideraciones fundamentales: 1) Es imposible que el raciocinio del hombre caído comprenda la naturaleza de la Deidad, y ésta ha de ser revelada por medio del Hijo, el Verbo encarnado, y por la iluminación del Espíritu Santo (Mt 11:25-27) (1 Co 2:10-16). 2) Los Apóstoles aprendieron el misterio de la Trinidad, no por declaraciones dogmáticas promulgadas por el Maestro, sino por medio de su propia experiencia. En el estudio sobre la Persona de Cristo subrayamos las reacciones de los discípulos al verse frente al Señor cuando efectuaba obras nacidas de su autoridad divina, llegando ellos a la convicción práctica de que Jesús de Nazaret era Dios manifestado en carne. Análogamente, tenían experiencia de las operaciones del Espíritu Santo durante el ministerio del Señor en la tierra, recibiendo después la “promesa del Padre”. Después del Día de Pentecostés, la “Promesa” fue hecha realidad en su experiencia, hasta el punto de comprender ellos muy claramente que el Espíritu Santo no era una mera influencia, sino una Persona divina. Mucho antes de formularse la doctrina de la Trinidad, los Apóstoles habían llegado a comprender por la experiencia que el Dios Uno, del cual habían aprendido por medio del Antiguo Testamento, no era ?monolítico?, sino que existía en tres Personas, iguales en sustancia y en honor, pero con una distinción interna que hacía posible el amor y la comunicación (Jn 1:1-3). De esta distinción surgen diversas actividades, tal como notamos en el estudio sobre “La Deidad”. Recordamos que, según las referencias bíblicas, el Padre es Fuente del pensamiento y de los planes del Trino Dios, siendo típico la declaración del Maestro en (Hch 1:7) “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Mr 13:32). Con todo, es preciso recordar que a veces el Padre representa el Trino Dios, y que los términos “Dios” y “Padre” pueden intercambiarse (1 Co 1:1-3). El Hijo es el gran Mediador entre el Padre y toda la creación, siendo el Agente para realizar los propósitos que emanan del Padre, obrando en la esfera externa, que incluye cosas visibles o invisibles para nuestra visión (Jn 1:1-3) (Col 1:15-20). Con todo, hay textos que muestran que no hemos de pensar en “compartimientos estancos” cuando se trata de las actividades de las Personas de la Santísima Trinidad, ya que “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo el mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Co 5:19). El Espíritu Santo es también Agente para efectuar los pensamientos divinos, pero obra interiormente, vitalizando la palabra de Dios en todas las esferas. El Espíritu Santo según la revelación del Antiguo Testamento En la obra de la creación “El Espíritu de Dios se movía (o incubaba) sobre la faz de las aguas” (Gn 1:2), llevando a su cabo la obra que cada “palabra divina” decretaba para adelantar las distintas etapas de la creación. Alguna traducción moderna traduce la frase hebrea por “viento”, y si bien es verdad que el sentido básico de “ruah” es viento, o soplo, la luz conjunta de las Escrituras indica en este contexto la obra vitalizadora del Espíritu de Dios. Aguas y tierra habían de llenarse de vida, culminándose el proceso de la creación en la del hombre hecho a imagen de Dios, con el fin de controlar la vida vegetal y animal de este mundo. Hagamos una distinción entre la vitalización amoral del Espíritu (es decir, sin implicaciones morales), lo que hace crecer la planta más humilde, dando su fuerza también a las fieras, etc. (Sal 104:30), y su obra en seres conscientes que necesitan someter su voluntad a los impulsos del Espíritu. Donde existe oposición voluntaria a la obra del Espíritu, éste sigue obrando en la esfera natural, pero no es responsable por la rebeldía, que surge de la libertad moral del hombre, bajo los impulsos del mal. El Espíritu Santo y la creación del hombre (Gn 1:26) anuncia el propósito de Dios en cuanto al género humano, y los versículos siguientes constatan el cumplimiento del plan en sus líneas generales. Desde (Gn 2:4) la esfera se limita al Huerto de Edén, y la creación se describe en términos apropiados a Adán y Eva. La declaración de (Gn 2:7) es de gran importancia y significado. Dios “formó” al hombre, polvo de la tierra, o sea, le dio una constitución relacionada con la naturaleza. Luego “sopló en su nariz aliento de vida” por una iniciativa especial, lo que dio al hombre su carácter determinativo de “ser espiritual”. Los animales también son “seres vivientes”, pero no se halló entre ellos ninguno que podía ser compañero del “hombre del espíritu”. He aquí una obra especialísima del Espíritu Santo: comunica el “soplo” de Dios, en virtud de la cual “Dios es Dios de los espíritus de toda carne (hombre)” y “lámpara de Jehová es el espíritu del hombre” (Nm 16:22) (Pr 20:27) (Zac 12:1). Pese a su enlace físico con la naturaleza, el hombre es un ser espiritual, igual que la creación angelical, y por lo tanto pertenece a una categoría más elevada que la de un mero “homo sapiens”. El pecado rompió la comunión íntima con Dios, que se mantenía por el Espíritu Santo, y que debiera caracterizar al hombre en su plenitud. No vuelve a gozarse de la consumación de su “hombría” hasta que sea “bautizado con Espíritu Santo”: obra culminante del Mesías, como veremos más abajo. El Espíritu Santo y la profecía Es evidente la relación entre la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. El Maestro subrayó la importancia de (Dt 8:3), al insistir en lo escrito: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4:4). Dios se comunica mediante su Palabra, que, vitalizada por el Espíritu Santo, es medio de vida para el ser humano. Por eso el ministerio profético es una obra típica del Espíritu Santo, algo ya conocido por Moisés y la gente de su tiempo, puesto que, frente a los recelos de Josué, el caudillo dijo: “tienes tú celos por mí” “¡Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta y que Jehová pusiera su Espíritu sobre ellos!” (Nm 11:29). En un momento crítico del reinado de Asa “Vino el Espíritu de Dios sobre Azarías, hijo de Obed, y salió al encuentro de Asa y le dijo: Oídme Asa y toda Judá y Benjamín...”. El mensaje del profeta, inspirado por el Espíritu, produjo una reforma en el pueblo que se sometió a la Palabra (2 Cr 15:1-19). Otro incidente parecido se halla en (2 Cr 20:14-30) donde se enfatiza la obra del Espíritu en la profecía. Lo mismo se reconoce en las extrañas “consultas” que precedieron la derrota de Acab en Ramot de Galaad (1 R 22:1-28). Los profetas de los libros Isaías a Malaquías no se apresuran a reclamar la potencia del Espíritu para todos sus oráculos, quizá por el deseo de distinguirse de los falsos profetas, tan dados a fingir éxtasis sobrenaturales, pero Ezequiel repite frecuentemente: “Entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba...” (Ez 2:2). Normalmente los profetas son fieles siervos de Dios, declarando Amós: “No hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Am 3:7), pero en el caso de Balaam hallamos a un hombre, llevado por sórdidos móviles de interés propio, quien tiene que declarar la Palabra de Dios por el impulso incontestable del Espíritu soberano: “Vio a Israel alojados por sus tribus, y el Espíritu de Dios vino sobre él... y dijo...” (Nm 24:2). Al iniciarse la monarquía en Israel el pueblo preguntó: ¿Qué le ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre los profetas? El caso de Saúl es enigmático, pero, tempranamente, después de su unción por Samuel, podría haber estado en comunión con el Señor. De todas formas, lo que nos interesa es la obra del Espíritu Santo, puesto que, según las señales dadas anteriormente por Samuel, “El Espíritu de Dios vino sobre él con poder y profetizó...” (1 S 10:5-11). Distintas actividades del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento Toda actividad ordenada por Dios, operando dentro de las vidas de los hombres, procede del Espíritu Santo. Veremos más tarde la tremenda importancia del Día de Pentecostés, pero el nuevo modo de operar el Espíritu desde aquella fecha trascendental no debería cegarnos a su obra durante el Antiguo Régimen y durante el ministerio terrenal de Cristo. La Divina Persona es siempre igual y nada se realiza en ninguna época sin su potencia y vitalización. No se nos dice mucho de su operación silenciosa e interior, pero podemos estar seguros, por ejemplo, de que la fe de Abraham y la visión y constancia de José no habrían sido posibles sin la ayuda del Espíritu Santo, y lo mismo rige en cuanto a todo adelanto del plan de Dios. En cuanto a referencias directas, el Espíritu se menciona en relación con ciertas obras llevadas a cabo por medio de los instrumentos que Dios elegía, y se nota una amplia gama de ministerios. Recibimos la impresión de que los instrumentos fueron investidos por el Espíritu para el cumplimiento de su misión especial, que podría ser de menor o de mayor duración. Esto no anula la bendición que el siervo de Dios podría recibir, simultáneamente, como individuo. a) Los jueces. Estos eran campeones levantados por Dios para librar las tribus de Israel de la opresión de ciertos enemigos vecinos, cuyo dominio entrañaba una manifestación de los juicios de Dios frente a los desvaríos del pueblo. Al manifestarse alguna señal de arrepentimiento de parte de Israel, Dios proveía los medios para su liberación, ungiendo por el Espíritu a hombres aptos para la tarea, quienes, posteriormente, asumían cierto control de los asuntos nacionales. Después del llamamiento de Gedeón leemos: “Entonces el Espíritu de Jehová vino sobre Gedeón y los abiezeritas se unieron con él”. Revestido de este poder derrotó a los madianitas, algo parecido a lo que ocurrió con Jefté (Jue 11:29). Hasta las manifestaciones de extraordinaria fuerza física que caracterizaban la extraña obra de Sansón se atribuyen al Espíritu Santo que venía sobre él (Jue 14:6,19) (Jue 15:14). b) Los reyes. Cuando el establecimiento de la monarquía puso fin a la confusión y anarquía de los días de los jueces, la unción del escogido de Jehová tipificaba el don del Espíritu Santo para la realización de la obra de pastorear el “rebaño” del Señor. Los monarcas de Israel no habían de ser déspotas, sino virreyes, ya que Jehová era Soberano de su pueblo. Ya hemos notado el caso de Saúl, quién terminó por ser infiel a los implicados de su unción. Cuando David confiesa un pecado horrible, agravado porque había sido infiel a su labor de pastoreo, ruega al Señor: “No me eches de delante de ti y no quites de mí tu Espíritu Santo” (Sal 51:11). Es probable que está pensando en el don del Espíritu Santo que le capacitaba para llevar a cabo su misión como pastor de su pueblo. Se había mostrado indigno de su alto cargo, pero pidió misericordia con el fin de que el Espíritu Santo le utilizara aún para el bien de Israel. c) Los artesanos. Moisés había visto en el Monte el diseño de la obra del Tabernáculo, pero le hacían falta artesanos y artistas para realizar lo dispuesto en cuanto a la construcción de esta “casa portátil” de Dios. Es interesante notar que esta obra de artesanía fue inspirada por el Espíritu según (Ex 31:3): “Habló Jehová... he llamado por nombre a Bezaleel... y yo le he llenado del Espíritu de Dios en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte” (Ex 35:21,31). (Ex 35:21) muestra que el espíritu de Bezaleel mismo estaba dispuesto a la tarea, lo que hizo posible las poderosas operaciones del Espíritu Santo, al sacar adelante la obra simbólica que Dios había dispuesto hasta que viniera el tiempo de la consumación de la obra por medio del Mesías. Notemos que el Espíritu Santo, dentro de la voluntad de Dios, puede obrar en asuntos científicos y artísticos. El Espíritu y el Plan de Dios Dios escogió a Abraham para ser “padre de los fieles” y sus descendientes llegaron a formar la nación Israel, el testigo de Dios en la tierra (Gn 12:1-3). El pueblo escogido sólo pudo cumplir su cometido por medio del Espíritu Santo, de quien se dice que los pastoreó(Is 63:14) y que les “enseñó”(Neh 9:20). Lo triste fue que los propósitos de Dios en su plenitud, sólo se llevaron a cabo por medio de los hijos espirituales de Abraham, el Resto Fiel, ya que tantas veces Dios testificaba al pueblo con su Espíritu por medio de los profetas, pero no prestó oído, según el lamento de Esdras y de los levitas en (Neh 9:30). Con todo, se promete que, bajo el Nuevo Pacto, basado sobre la Obra de la Cruz, el Espíritu renovará su obra en Israel, levantando bandera contra sus enemigos (Is 39:19), recreando la nación “muerta”(Ez 37) y escribiendo las leyes en el corazón del pueblo. En la conocida profecía sobre el Nuevo Pacto de (Jer 31:31-34) no se menciona directamente al Espíritu Santo, pero la obra realizada es típicamente suya. La profecía de (Jl 2:28-32), que Pedro citó en relación con el Día de Pentecostés, tiene una primera referencia a la renovación de Israel, como se ve por el estudio del contexto: “Después derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas... porque en el monte de Sión y en Jerusalén habrá salvación” El Espíritu Santo y las profecías mesiánicas La esperanza que ilumina el Antiguo Testamento se asocia con el Mesías, el Ungido por Dios para llevar a cabo sus propósitos, no sólo en relación con Israel, sino con miras al reino universal. Como es natural, su misión se relaciona íntimamente con las operaciones del Espíritu Santo. Así en el elocuente anticipo del Reino en (Is 11) leemos:”Y reposará sobre (el Mesías) el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová...” En el oráculo de (Is 42:1-2) hallamos expresiones que habrán de reflejarse claramente en el bautismo del Señor: “Heaquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento. He puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones...” Al anunciar el sentido de su obra mesiánica en Nazaret el Señor habrá de utilizar la profecía de (Is 61:1): “El Espíritu de Jehová Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová: me ha enviado para predicar buenas nuevas a los quebrantados...”(Lc 4:18-19). El tema se enlaza con el de las operaciones del Espíritu durante el ministerio terrenal del Señor, que tratamos más abajo. La clave del asunto Advertimos una y otra vez del peligro de dogmatizar cuando se trata de las relaciones que existen entre las Personas de la Santísima Trinidad, que se basan en secretos que no podemos conocer. Parece evidente por la lectura del Sal 139 (especialmente el versículo 7) que la Omnipresencia de Dios se relaciona íntimamente con la Persona y Obra del Espíritu Santo, exclamando David: ¿Adónde me iré de tu Espíritu? ¿Y adónde huiré de tu presencia? En todo el pasaje se identifica el Espíritu con Jehová el Señor, el Creador de todas las cosas, a quien se dirige el salmista. La importancia de la Persona y Obra del Espíritu se resume en la conocida declaración de (Zac 4:6) “Esta esla palabra de Jehová a Zorobabel que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu ha dicho Jehová de los ejércitos” La obra total de los siervos de Dios es diversa, pero si no actúa del Espíritu Santo no queda más que la cáscara de un pretendido servicio, algo que viene a ser carnal y nulo. La persona y obra del Espíritu Santo en los Evangelios El Mesías y el Espíritu Santo Este epígrafe enlaza el ministerio terrenal de Cristo con las profecías mesiánicas que acabamos de considerar. Antes de ver algunas referencias típicas, será conveniente preguntar por qué se destaca tanto la Obra del Espíritu Santo en el ministerio del Dios-Hombre, ya que éste se hallaba revestido de toda autoridad para cumplirlo, puesto que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos (Mt 11:27) (Jn 13:3). La pregunta es análoga a la que consideramos al ver que el Hijo-Siervo no quiere hacer nada sin su Padre (Jn 5:19) (Jn 8:28,30), y no se trata de que el Hijo sea incapaz de realizar su Obra, dentro de los términos de su propia autoridad, sino que las referencias enfatizan la obra conjunta del Trino Dios en todo. Ya hemos visto que la obra divina, interna y subjetiva es propia del Espíritu Santo, y nada anula este principio aun cuando el Hijo mismo se halla personalmente en el mundo. En todo tiempo el Padre ordena, el Hijo realiza la obra externa y el Espíritu Santo vivifica, armonizándose la obra divina de una manera perfecta. El Espíritu Santo y la concepción del Mesías Ante los temores de José, el ángel le tranquiliza: “Notemas recibir a María tu esposa, porque lo engendrado en ella del Espíritu Santo es”(Mt 1:20). Esta declaración se amplia en el mensaje de Gabriel a María misma: “ElEspíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”(Lc 1:35). La plenitud de Dios obra por medio del Espíritu Santo en el misterio de la Encarnación. El Espíritu Santo y el ungimiento del Mesías Juan el Bautista conocía a Jesús como Hombre, pero la plena comprensión de su misión le vino después del Bautismo: “Yhe aquí, se abrieron los cielos y vio (Juan) el Espíritu de Dios que descendía como paloma sobre él; y he aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo Amado, en quien tengo complacencia”(Mt 3:16-17) (Lc 3:21-22) (Jn 1:29-34). Ya hemos notado que la Voz del cielo hace eco de la profecía de (Is 42:1). Hubo perfecta armonía entre la voluntad del Padre, la Obra del Siervo y la plenitud del Espíritu Santo que reposó sobre él. El Mesías justificado por el Espíritu (1 Ti 3:16) Las obras del Mesías que evidencian las profundas operaciones del Espíritu Santo le justifican ante los hombres, que debían haber percibido el carácter divino de lo que se hacía. El Maestro apela especialmente a esto en (Mt 12:22-32) (y paralelos). Los rabinos habían intentado explicar una manifestación de poder que echaba fuera a demonios diciendo: Este no echa fuera demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios. El Maestro contesta con lógica contundente: en su loco afán por desacreditar a Jesús, los rabinos suponían que Satanás destrozaba su propio reino, algo obviamente imposible, no queriendo confrontarse con la verdadera solución que anuncia el Maestro: Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera a los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el Reino de Dios. No hace falta multiplicar referencias, pues la misma lógica se aplica a todas las obras de restauración y de vivificación, siendo el Mesías justificado por el Espíritu, según el hermoso himno que cantaban los creyentes del primer siglo, que es como hemos de entender (1 Ti 3:16). El Espíritu Santo y la obra culminante de la Cruz y de la Resurrección No tenemos plena luz sobre las distintas facetas de la obra de las Personas de la Santísima Trinidad al llegar al gran Sacrificio y triunfo sobre la Muerte, por la Obra del Calvario y del Día de la Resurrección (He 9:26). La figura central es la del Dios-Hombre, a la vez Víctima y Sacerdote; sin embargo, la obra realizada es del Trino Dios, bien que nos conviene emplear expresiones prudentes, ya que interviene el factor del juicio sobre el pecado que procedió del Trono de Justicia para caer sobre el Sustituto. La referencia más directa a la obra del Espíritu Santo en esta crisis se halla en (He 9:13-14): Porque si la sangre de machos cabríos... santifican (ceremonialmente) para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?. El título Espíritu Santo aquí no lleva artículo definido, pero es evidente que se trata de una ofrenda, presentada por Aquel que era a la vez la Víctima inmaculada y el Sumosacerdote a los efectos de la expiación del pecado, según el impulso del Espíritu eterno, ya que es imposible hacer distinciones entre el Espíritu del Hijo y el Espíritu Santo de Dios. Aquí la dinámica infinita que hizo posible la derrota del pecado y de la muerte se asocia con el Espíritu Santo. Es más fácil ver el enlace entre la Resurrección de Cristo y la operación del Vivificador, bien que el hecho no se declara muchas veces en tantas palabras precisamente por ser tan obvio. En (Ro 1:3)hallamos estas palabras: (Jesucristo)... declarado Hijo de Dios con poder, según (el) Espíritu de Santidad.., por la resurrección de los muertos.... De nuevo falta el artículo definido, pero, como en el caso de (He 9:14), el Espíritu de Santidad tiene que identificarse con el Espíritu Santo. El Espíritu de vida es el que anima y utiliza el cuerpo del creyente, que de otra forma no podría ser instrumento vital en el servicio de Dios: pensamiento relacionado con la santificación, la Resurrección del Señor y la obra del Espíritu de resurrección: Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros (Ro 8:11). Todas las expresiones que señalan la potencia suprema que operó en la Resurrección y glorificación de Cristo en (Ef 1:19-23) implican la obra del Espíritu Santo, bien que no hallamos el título expresado. De igual modo el postrer Adán, Espíritu Vivificante, obra por el Espíritu Santo al resucitar a los muertos, dándoles cuerpo espiritual (1 Co 15:42-58). El enlace con el periodo pospentecostal, (Juan 14 a 16) Las enseñanzas sobre la Persona y Obra del Espíritu Santo Normalmente los Evangelios ilustran la obra del Espíritu en relación con el Mesías, ungido éste para llevar a cabo la misión de redención. Si tomamos en cuenta los propósitos de Juan al redactar su Evangelio, no nos sorprende que sea él quien más nos enseñe sobre la Persona que había de venir a sustituir, de forma directa, la Persona del Hijo. Los discursos del Aposento alto preparan a los discípulos para el gran cambio que se avecina, y por lo tanto enseñanzas más detalladas se nos ofrecen en este sentido, pero antes de examinarlas debiéramos notar las declaraciones anteriores de (Jn 7:37-39). En el último día de la fiesta de los Tabernáculos el Señor dirigió una preciosa invitación a todos los sedientos diciendo: Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado. La puntuación que hemos utilizado enfatiza la verdad de que la Roca mesiánica es Fuente única del agua viva del Espíritu Santo, según las figuras y profecías del Antiguo Testamento. Repetimos que la obra del Espíritu Santo es constante, pero notamos también que la glorificación de Cristo, después de llevar a cabo la obra de redención, había de hacer posible el don especial del Espíritu Santo, cumpliéndose la predicción en el día de Pentecostés. Las enseñanzas del Cenáculo Las enseñanzas que el Maestro dio a sus discípulos en el Cenáculo, según los capítulos 13 a 16 de Juan, cobran una importancia muy especial, puesto que el Señor, en la víspera de la Pasión, se expresó como si la Obra fuese ya realizada, enfocando la atención de los suyos en las realidades basadas en el cumplimiento de su misión en la tierra. El, en cuanto a su Persona como Dios-Hombre en la tierra, se marcha, y frente a la tristeza de los suyos, que no pueden imaginar la vida y el servicio sin su presencia, el Maestro esboza algunos de los principios que han de regir después. Naturalmente, da realce a la Persona y obra del Espíritu Santo, ya que el nuevo período habría de ser el del Espíritu hasta que el Señor volviera para recoger su Iglesia. Esta enseñanza viene a ser el eje de la doctrina sobre el Espíritu Santo, enlazando la que ya hemos meditado con el hecho primordial del día de Pentecostés. Se destaca el desarrollo de la labor especial de los Doce, cuyo testimonio ha de ser vitalizado por la obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo había de venir para sustituir al Señor, (Jn 14:15-19) Los discípulos no habían de quedar como huérfanos en medio de un mundo hostil: No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros.., vosotros me veréis.... Es evidente que la promesa de (Jn 14:2-3) se refiere a la venida del Señor para recoger a los suyos a los lugares celestiales preparados para ellos, la meta última del desarrollo de este siglo, y ha de distinguirse netamente de la de (Jn 14:16-19), ya que estos versículos prometen la venida del Espíritu Santo, el alter ego del Señor, quien será su Paracletos (su Ayudador cercano), del modo en que Cristo lo había sido durante los tres años de ministerio. Pero el Espíritu Santo, Espíritu de verdad, podría morar en ellos, y estar con ellos para siempre. Los hombres del mundo no comprenderían esta presencia, pero ayudaría a los discípulos a reconocer la verdad, haciendo posible que vieran al Señor espiritualmente y que recibieran constantemente la ayuda del Paracletos. El Espíritu Santo como Enseñador, (Jn 14:26) El Paracleto no sólo había de consolar y auxiliar a los discípulos, sino enseñarles todas las cosas, con referencia especial en (Jn 14:26) a su obra al despertar su memoria, recordándole las maravillosas palabras del Verbo Encarnado. De ahí la garantía de la verdad de los Evangelios, que no sólo constituyen excelentes documentos históricos, sino que vienen a ser la presentación inspirada de la Persona, Obra y enseñanza del Dios- Hombre. Se volverá a subrayar este tema más abajo. El Espíritu Santo da testimonio a Cristo, (Jn 15:26-27) Estos versículos enfatizan la verdad que acabamos de comentar, pero es importante notar aquí el testimonio dual que se daría en el mundo en cuanto a Cristo. Los discípulos estaban muy enterados en todos los aspectos de la misión terrenal del Señor, porque habían estado con él desde el principio de su ministerio, pero reiteramos que hacía falta la garantía divina de la inspiración, ya que el hecho central del Evangelio es Cristo mismo. El Paracletos procedió del Padre por mediación del Hijo glorificado, pudiendo recordar y comunicar la verdad con toda autoridad (Hch 1:21-22) (Hch 5:32). El Espíritu convence del pecado, (Jn 16:7-15) La porción señalada es de especial importancia, ya que el Maestro desarrolla con mayor detalle el ministerio del Espíritu que había de enviar no sólo a los discípulos, sino para la iluminación de los hombres del mundo. Tan importante sería la labor del Espíritu que ?convenía? que el Señor se marchara, pues había de inaugurarse otra etapa de la historia de la redención. En el Estudio sobre la Regeneración hicimos ver que toda la obra de gracia, no sólo objetiva, sino subjetiva (interna), dependía de la gracia de Dios y de las operaciones del Espíritu Santo, citando lo que hallamos aquí: Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.... Esta bendita obra puede ser rechazada por el hombre, pero en manera alguna puede ser iniciada por él, pues la comprensión de la culpabilidad del pecado ha de ser despertado por las operaciones del Espíritu Santo, en relación con la obra de Cristo. Convencer al mundo no indica que el mundo de todos los hombres había de responder a los impulsos del Espíritu, sino que todo testimonio tendente a despertar la conciencia de los hombres depende del Espíritu Santo en todo el mundo. El Espíritu Santo completa la revelación del Nuevo Pacto, (Jn 16:12-14) El Señor vuelve a afirmar la labor didáctica del Espíritu Santo, pero de una forma más amplia. El Maestro había enseñado mucho a los fieles discípulos, manifestando su Nombre a ellos y entregándoles palabras divinas (Jn 17:6-8); sin embargo, aún tenía mucho más que decirles que no eran capaces de asimilar antes de participar en el gozo de la Resurrección (Jn 16:12). Por eso era preciso que el Espíritu les guiara a toda la verdad, con referencia, claro está, a lo que corresponde a la nueva dispensación, y que había de concretarse por fin en el Nuevo Testamento. Los versículos 13 y 14 notan tres facetas de esta enseñanza: a) su procedencia divina, hablará todo lo que oye; b) revelará asuntos proféticos, os declarará las cosas que están por venir; c) enseñará la verdad en cuanto a Cristo, pues le ha de glorificar por tomar de lo suyo, dando a conocer a los fieles el misterio de Dios, que es Cristo (Col 2:3). Un acto simbólico, (Jn 20:19-23) Terminamos las referencias a la doctrina del Espíritu Santo que hallamos en los Evangelios por notar el significado del hecho simbólico de (Jn 20:21-23). El Señor resucitado se presentó en medio de sus discípulos, con su mensaje de Paz, reiterando los términos de la misión de ellos: Como el Padre me ha enviado a mí, así también os envío yo a vosotros... Dicho esto, sopló en ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Los discípulos habían de ser bautizados por el Espíritu Santo en el Día de Pentecostés igual que los demás creyentes presentes en el Aposento Alto, por medio del Descenso del Paracletos aquel día: hecho único que no podía duplicarse. Ahora bien, tratándose de estos hombres que habían de iniciar el nuevo testimonio, siendo piedras en la fundación de la Iglesia (Ef 2:19-20), el Maestro les concedió un acto simbólico, efectuado por él mismo, estando aún con ellos. Anticipa la realidad de Pentecostés en estrecha relación con la misión que les encomendó para ser sus enviados al mundo. Los Evangelios empiezan con una profecía de parte del Bautista: El os bautizará con el Espíritu Santo y terminan con un acto simbólico que señala el cumplimiento de esta misión mesiánica, cuyo significado hemos de estudiar en los párrafos siguientes.

jueves, 28 de febrero de 2019

“¿QUIÉN SOY YO?”

El hombre y el pecado La creación del hombre 1. La importancia del hombre Toda la inmensa riqueza de la naturaleza no pasaría de ser "un cero a la izquierda" si no hubiera un ser, como el hombre, capaz de contemplarla, explorarla, disfrutar de ella y controlarla hasta los límites de su comprensión, voluntad y facultades. Según la revelación bíblica, el hombre sólo se entiende y sólo adquiere importancia en relación con Dios, y por eso hemos presentado primeramente la doctrina bíblica de Dios para pasar después al estudio del "hombre". Con todo, si deseamos hacer preguntas filosóficas ("filosofía" quiere decir amor a la verdad, o el intento de comprender lo que perciben nuestros sentidos), hemos de tomar en consideración al hombre como punto de partida, puesto que es inútil preguntar: "¿Cómo he de entender mi medio ambiente?" si antes la persona que piensa no haya llegado a formular algunas contestaciones a preguntas más íntimas: "¿Quién soy yo? ¿Hay manera de entender mi personalidad, frente a mí mismo, frente a Dios y en relación con mis semejantes? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuáles son las posibilidades de mi vida y mi destino?". Diferentes filósofos darían respuestas distintas si uno les pidiera una definición de "persona" o "personalidad", pero cualquier hombre equilibrado, usando sólo su "sentido común", comprende que todo pensamiento y raciocinio empieza con lo que él es. La personalidad humana es el factor primordial y básico, y con ella tenemos que empezar, diciendo: "Yo soy yo, y por eso puedo pensar y actuar en este mundo". De paso quizá debiéramos aclarar que en estos estudios se emplea "hombre" en su sentido genérico, que abarca todo ser humano, varón o hembra. Si el contexto exige que se haga una distinción de sexos, lo indicaremos oportunamente. 2. La luz de la revelación La Biblia confirma nuestra impresión sobre la importancia del hombre dentro del medio ambiente de la naturaleza, y aun como protagonista relacionado con los planes eternos de Dios. En la narración del libro de Génesis la creación del hombre se destaca como única y especial, siendo precedida por un consejo divino, con el anuncio de que había de poseer una personalidad que reflejara, en ciertos aspectos, la de su Creador: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y señoree en toda la tierra y en todo animal" (Gn 1:26-30). Volveremos sobre algunos de estos términos, limitándonos aquí a observar que el relato adicional de (Gn 2:4-25) destaca la creación del hombre en relación con el Huerto de Edén, que había de ser la cuna apropiada que Dios preparó para este nuevo ser. El versículo clave es el séptimo: "Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente (o alma viviente)". Se cumple el propósito de (Gn 1:26), y se detalla más el hecho de la creación del hombre notado ya en (Gn 1:27). Por "polvo de la tierra" hemos de entender los elementos que estructuran la creación material, y se nos enseña que, en cuanto a su cuerpo (animado por su alma), el hombre es parte de la naturaleza, siendo evidentes las analogías entre el cuerpo humano y el de los animales más desarrollados. Ahora bien, en conformidad con el proyecto de (Gn 1:26), Dios tomó una iniciativa especial en cuanto al hombre. Sin duda toda vida animal procede del Creador, pero en este caso el proceso vital es general, no distinguiendo la Palabra entre una especie y otra desde este punto de vista. En el caso del hombre, Dios le dio espíritu conforme a su naturaleza especial. Había otros muchos "seres vivientes", pero el soplo de Dios, en el caso del hombre, determinó no sólo que fuese la corona de la creación material, sino que recibiera "espíritu humano", procedente directamente de Dios, como algo diferente de la vitalidad de meros animales, aun tratándose del más desarrollado de ellos. 3. El gran abismo Es muy necesario que apreciemos la importancia de esta diferencia esencial entre el hombre y los demás seres creados de este suelo, pues la "humanidad", según la revelación bíblica, no depende de que el hombre sea superior a otros animales en cuanto a la estructura de su cuerpo o la perfección de ciertas facultades suyas. La unión del cuerpo "formado" por Dios, y el espíritu que procedió de una manera especial de Dios, dio lugar a un "alma", equivalente en lo esencial a la personalidad humana, que no está limitada por la naturaleza. El hombre es "material" por cuanto su cuerpo es "polvo", y al "polvo" volverá, pero es "espíritu" gracias a su relación especial con Dios. Por muchos cráneos y huesos que nos traigan los antropólogos de los estratos de las rocas, no pueden probar por evidencias materiales que el ser del cual formaban parte fuese hombre en este sentido bíblico. Limitándose las investigaciones a lo material, y las de los científicos no pueden pasar más allá, es imposible que desemboquen a conclusiones verídicas y completas sobre un ser que supera lo material, gracias a un acto creador de Dios en la esfera del Espíritu. Es cierto que esta superioridad se refleja en la inteligencia aventajada del hombre, pero supone mucho más que eso. Los antropólogos, al recoger sus pruebas y evidencias, debieran empezar con la más obvia de todas ellas: el inmenso abismo que separa al hombre normal del más desarrollado de los animales. De ahí que los hombres de todos los tiempos, y procedentes de cualquier estrato social, han considerado la vida humana como sagrada, no siéndolo la del animal, que puede sacrificarse libremente en el servicio del hombre. El que mata a un ser humano con alevosía es un homicida criminal; el que sacrifica un animal, por razones adecuadas, hace uso de su señorío en la esfera de la naturaleza: algo que Dios le ha conferido. La naturaleza del hombre 1. El conjunto de espíritu, alma y cuerpo Es necesario examinar los términos bíblicos que describen al hombre, pero sin que perdamos de vista la unidad de su ser como personalidad equilibrada, según la enfatiza Pablo en (1 Ts 5:23): "El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo". El Apóstol menciona espíritu, alma y cuerpo, pero subrayando a la vez que el "ser" es uno, y así ha de ser guardado, hasta la consumación de la obra de Dios en relación con el hombre, para la Venida del Señor. A veces el alma representa la persona, como en (Hch 2:41): "Y se añadieron aquél día (a los discípulos) como tres mil almas (personas)". A veces "alma" indica toda la vida interior del hombre, en contraste con el régimen externo del cuerpo dentro de la naturaleza, según las palabras del Maestro en (Mt 16:26): "Pues, ¿qué provecho tendrá el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?". El vocablo griego "psuche" se traduce a veces por "alma", y en otros lugares por "vida", igual que "nephesh" (hebreo) en pasajes como (Is 53:10-12). Esto no impide el que se haga una distinción entre "alma" y "espíritu" en otros contextos, y es indiscutible (bíblicamente) que es el espíritu, aquel "soplo de Dios" de (Gn 2:7), que permite la relación del hombre con Dios. 2. El cuerpo en relación con el alma y con el espíritu Al dar a los corintios profundas enseñanzas sobre el tema de la resurrección, Pablo echa luz sobre las relaciones cuerpo-alma y cuerpo-espíritu (1 Co 15:42-49). A los efectos de estas breves notas hemos de limitarnos a señalar que el Apóstol llama el cuerpo en su estado actual "soma psuchicon", o sea, el cuerpo controlado por el alma (1 Co 15:44), mientras que el cuerpo de resurrección se designa como "sóma pñuematicon", o sea, el cuerpo controlado por el espíritu. La traducción "cuerpo animal" estaba bien cuando se entendía que (etimológicamente) "animal" se deriva de "ánima" o "alma", pero pocos lo comprenden ahora. El alma, desde este punto de vista, es el principio vital que da consistencia y orden al cuerpo. No se debe despreciar el cuerpo, ya que es obra del Dios Creador. Es verdad que puede ser instrumento para obras malas, pero también, en el hombre regenerado, es Templo del Espíritu Santo siendo animado por el Espíritu de Resurrección (Ro 8:11). Aun en la gloria seremos hombres con cuerpo, alma y espíritu, pero, libres ya del pecado, el espíritu redimido, bajo la influencia total del Espíritu de Dios, controlará el cuerpo de resurrección, cumpliéndose el anhelo que Pablo expresó en (1 Ts 5:23). Algunos términos importantes 1. Imagen y semejanza de Dios Léanse (Gn 1:26) (Gn 5:1-3) (Gn 9:1-7) (Sal 8:5-6) (1 Co 11:7) (Stg 3:9). Ha habido diversos intentos de distinguir entre "imagen" y "semejanza", creyendo muchos expositores que "imagen" es aquello que el hombre recibe de Dios, como determinante de su naturaleza, y que, por ende, no pudo perderse por la Caída. En cambio, según ellos, la "semejanza" tiene que ver con una justicia original, con atributos divinos "comunicables", que se perdieron necesariamente al caer el hombre en el pecado, pudiendo ser recreada la semejanza por la regeneración (Ef 4:24) (Col 3:10). No hay lugar aquí para examinar estos conceptos en detalle, y lo seguro de la enseñanza bíblica es que el "hombre" no dejó de serlo por la Caída, bien que ésta afectó todas las partes de su ser, con todas sus facultades humanas, como se destaca por la consideración de los versículos notados arriba. La imagen y semejanza de Dios en el hombre persisten potencialmente, pero su manifestación depende ahora de la obra de gracia por medio del Hijo del Hombre. Recordemos los rasgos que distinguen al hombre del mero animal: su inteligencia superior, su capacidad para el raciocinio, su sentido estético, la operación de poderes emotivos y afectivos que no dependen del instinto o del mero entrenamiento, su carácter como ser moral, capaz de distinguir entre el bien y el mal, el modo en que actúa su voluntad, su capacidad de "filosofar", o sea, de preguntar por el significado de la vida y del cosmos, sus investigaciones científicas, la posibilidad de "crear" obras de arte, y, sobre todo, la posibilidad de comunicar con Dios. Aun después de la Caída, Dios se dirige directamente al hombre, llamándole "tú", esperando la respuesta de su criatura. Es natural que el hombre emplee estas facultades en el ejercicio de su dominio concedido por Dios en el mundo mineral, vegetal y animal, pero ahora no todo puede serle sujeto, ya que ha salido del derrotero de la voluntad de Dios, dentro de la cual estaba llamado a actuar (He 2:5-8). 2. Carne y cuerpo Los hebreos no hablaban del "cuerpo" del hombre, sino de su "carne": vocablo que puede emplearse en buen sentido para expresar lo esencial del hombre como parte de la naturaleza (Sal 63:1). Sin embargo, se emplea más frecuentemente para indicar la flaqueza del hombre deslizado de Dios, y de allí surge el uso de la palabra como equivalente de la naturaleza caída heredada de Adán "Cuerpo" traduce "soma" en el Nuevo Testamento, siendo instrumento del pecado en el hombre caído, pero igualmente capaz de cumplir la voluntad de Dios en el hombre regenerado (Ro 8:10-11). Es importantísimo que nos libremos de la idea antibíblica de que el mal tiene su origen en la materia, y, dentro de la misma línea, que el pecado surge del cuerpo. El pecado (véase abajo) es el movimiento de la voluntad pervertida del hombre, que se expresa a través del cuerpo, como instrumento, pero que no nace en la parte material. La "carne" (en sentido peyorativo) no ha de identificarse con el cuerpo. 3. Corazón En lenguaje figurado la Biblia atribuye funciones morales o afectivas a varios órganos del cuerpo, de los cuales el más importante es el corazón, entendido como el "motor" del ser humano, la fuente no sólo de los afectos y pasiones, sino también de la inteligencia y sede de la voluntad. Por eso el Maestro insistía en que lo externo (comidas, bebidas, actos ceremoniales, etc.) no determinaba resultados morales y espirituales, sino que éstos surgían del corazón, o sea, de los móviles que operaban en el centro del ser humano (Mr 7:1-23). Las decisiones vitales de la vida se fraguan en el "corazón", decidiendo toda la actuación del ser humano. De ahí la importancia de la petición: "Dame, hijo mío, tu corazón" (Pr 23:26). Una mirada al epígrafe de "corazón" en una concordancia bíblica revelará la importancia de esta figura en la Biblia. 4. Mente Este término se destaca bastante en los escritos del apóstol Pablo, ya que mente o entendimiento (traduciendo "nous, dianoia, phronénia"), es sede del raciocinio: facultad típica del hombre, que ha sido entenebrecida de modo especial por las operaciones del príncipe de este mundo (Ef 5:17-6:12). La caída del hombre 1. El hombre y la voluntad de Dios El hombre, como obra de Dios, ha de quedarse dentro de la voluntad de su Creador, para cuya gloria fue formado y maravillosamente dotado. Esto no supone una sujeción arbitraria, ya que no puede haber verdadera bendición fuera de la voluntad divina, puesto que Dios es la suma de todas las excelencias concebibles. El hombre fue creado libre, ya que Dios no quiso que esta asombrosa creación fuese una marioneta que él manejara sólo por la imposición de su voluntad. El amor no tiene valor alguno, ni puede existir, si no se ofrece libremente. No sabemos lo que habría sido la meta del hombre si hubiese guardado su inocencia, pero, desde luego, no había límites a las posibilidades de su desarrollo, dentro de su categoría como hombre. La libre sumisión se conoce por la prueba y por eso fue preciso plantar en el Edén un árbol de la ciencia del bien y del mal, cuyo fruto fue prohibido al hombre. Los movimientos de la voluntad se desconocen si no surge la necesidad de llegar a decisiones, y la libertad del hombre exigía algo que la pusiera a prueba. La Caída es el acto por el cual el hombre llegó a ser desleal al principio fundamental de su ser como hombre: la sumisión en amor a su Creador. El diablo, a través de la serpiente, señaló la alternativa: "Vosotros seréis como Dios", induciendo a la criatura a "endiosarse", lo que llegó a significar, de hecho, la sujeción a las potencias satánicas. La rebeldía separó al hombre de la vida de Dios, y eso trajo como consecuencia inevitable toda la secuela de males que han surgido de esta falsificación de la naturaleza, desarrollo y destino del hombre. 2. El estado del hombre caído La Biblia echa mucha luz sobre el estado del hombre desde su caída, y haremos bien en estudiar este reiterado diagnóstico, sin olvidarnos de la necesidad de comprender lo que significan las figuras empleadas. Un pasaje de importancia fundamental se halla en (Ef 2:1-3), y otro en (Ef 4:17-5:14). La victoria que el diablo consiguió al separar al hombre de la voluntad de Dios le dio ocasión de establecer, sobre la base de una sociedad de hombres caídos, su propio sistema, que el apóstol Juan llama "el mundo" en sentido peyorativo (1 Jn 2:12-17). El "mundo" de (Jn 3:16) es el de los hombres, objetos del amor de Dios. Por dentro de cada hombre caído se halla la "carne", en su sentido malo, cuyas nefastas obras se describen en (Ga 5:19-21), declarando Pablo que son incompatibles con el Reino de Dios. Todas las asombrosas facultades del hombre, como "imagen" de su Creador, se hallan afectadas por el pecado, que puede definirse como todo movimiento de la voluntad del hombre en contra de la de Dios, sea consciente o inconsciente. Al seguir las sugerencias satánicas, el hombre, en este aspecto moral de su ser, llegó a ser "hijo" del diablo, como enfatiza el mismo Señor: "Vosotros sois hijos de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir" (Jn 8:44). ¿Qué pasa con la voluntad del hombre, que hemos apreciado como elemento esencial de su personalidad? Algunos teólogos, dando un sentido muy literal a la declaración de Pablo, "muertos en vuestras delitos y pecados" (Ef 2:1,5), niegan el "libre albedrío" del hombre caído, afirmando que ni siquiera es capaz de aceptar la oferta del Evangelio si Dios no le "regenera" antes por una acción soberana, ajena a la voluntad meramente humana. Otra escuela concede gran importancia al esfuerzo humano al colaborar con la gracia de Dios. Los pasajes mencionados han de leerse a la luz de toda la Biblia, que ilustra con abundantes ejemplos el caso de hombres que se someten a Dios y reciben su bendición, destacando el de otros que, manteniéndose como "hijos de desobediencia", rechazan las ofertas de gracia, quedando bajo la condenación que merece su rebeldía. Dentro de esta perspectiva amplia, y tomando en cuenta seriamente todas las declaraciones bíblicas en su contexto, parece justificada la siguiente conclusión: a) El hombre caído carece totalmente de poder para salvarse a sí mismo, siendo "muertas" todas sus obras a causa de la tacha del pecado que las afea, aun las religiosas y las que son muy aceptables en la sociedad humana. b) Sin embargo, la cruz es un "hecho eterno", determinado por Dios antes de los siglos, de modo que, estando satisfecha su justicia, pone su gracia a la disposición de todos los hombres, llamándoles a sí mismo, y haciendo posible que acudan al llamamiento. c) El arrepentimiento y la fe no son obras meritorias humanas, sino la manifestación de la debida postura que el hombre ha de adoptar al oír el Evangelio. El hombre sumiso reconoce su culpabilidad y su debilidad, lo que le lleva a "invocar el Nombre del Señor" y "todo aquel que invocare el Nombre del Señor será salvo" (Ro 10:13). d) Todo es de gracia, pues, pero la responsabilidad moral del hombre se mantiene, ya que puede "dejarse salvar", abriendo la puerta de su vida al Espíritu Santo, quien le convence de pecado y le revela la Persona y Obra del Salvador, sin que haya "obra buena" o mérito alguno de su parte. 3. Las consecuencias de la Caída Algunas de estas consecuencias se han estudiado en el párrafo anterior, pero conviene recalcar otras facetas que afectan al hombre, sea personalmente, sea en relación con la raza perdida. a) La muerte. "La paga del pecado es muerte" (Ro 6:23), porque la separación de la vida de Dios (Ef 4:18) supone un estado de muerte espiritual, ya que el hombre natural no puede agradar a Dios; sigue como consecuencia la muerte física en su día, pues "la muerte pasó a todos los hombres por cuanto todos pecaron" (Ro 5:12). En el caso de los rebeldes que no aceptan el valor de la Obra de Cristo (universal en potencia) la muerte física les introduce a la perdición eterna, o sea, la muerte en su última expresión, que no es aniquilamiento, sino la experiencia de las últimas consecuencias de la separación de Dios en la personalidad consciente del hombre. b) La ira de Dios. Los hombres caídos son "hijos de ira", o sea, su estado de pecado y de culpabilidad establece una trágica tensión entre Dios y ellos que se denomina "ira". Eso no quiere decir que "Dios se enfada", sino que describe el estado inevitable que existe cuando el hombre pecador se halla en la presencia del Dios infinitamente justo y santo. La "ira" trae consigo los juicios, que son aplicados con absoluta imparcialidad y justicia, sea en esta vida, sea en los últimos tiempos (Jn 3:36) (Jn 5:25-27)(Ro 1:18-2:16) (Ro 5:9) (Ef 2:3) (Ef 5:6) (1 Ts 1:10). c) La frustración. En (Ro 8:19-24) Pablo hace ver que Dios sujetó a la creación "a la vanidad" en vista del pecado, y "vanidad" equivale a "frustración". Muchas cosas humanas quizá tengan un principio aceptable, pero nunca llegan a su consumación. Así el apóstol recoge en una breve frase el significado del libro de Eclesiastés, que manifiesta el fracaso de los pensamientos del hombre "debajo del sol". A causa del pecado el hombre carece de los medios para solucionar los problemas que surgen de la vida y de la sociedad; no sólo eso, sino que le falta poder para lograr una verdadera satisfacción interior. Hay cosas buenas, ya que la naturaleza es obra de Dios, como también el hombre en la sociedad en su sentido original, pero si no rige la voluntad de Dios para el desarrollo y la consumación de lo creado, todo ello desemboca en la frustración, dolor y muerte. El pecado original y la depravación total del hombre 1. El pecado original y los actos voluntarios de pecado Las enseñanzas de (Ro 5:12-21) enfocan luz sobre dos personajes: Adán, en quien se hallaba toda la raza cuando pecó; y Cristo, como Hijo del Hombre, quien como perfecto Representante de la raza, llevó a cabo la obra de la redención. Por su desobediencia Adán arrastró todos sus descendientes a un estado de pecado y de condenación, pues "todos pecaron" (en él) (Ro 5:12). Cristo (el Creador) al encarnarse recabó "para sí" la "humanidad", y al expiar el pecado, elevó la raza potencialmente en su Persona, haciendo posible la salvación de todos. El pecado original es un término teológico que podemos aceptar en el sentido de que toda la raza cayó en Adán, de modo que los seres que nacen se hallan en un estado de pecado: algo que se manifiesta luego en actos voluntarios de pecado, sin excepción alguna aparte del Señor Jesucristo. Fundamentalmente, pues, pecamos porque somos pecadores y no llegamos a ser pecadores por el hecho de pecar, bien que lo segundo surge de lo primero. Pero nadie puede quejarse por estar envuelto en la condenación a causa del pecado de Adán, puesto que el "Postrer Adán" llevó la sentencia de la ley y vivificó la raza por su Resurrección. Pero la consideración de la responsabilidad moral de cada ser humano excluye el "universalismo", que enseña que todos los hombres serán salvos automáticamente por la obra de Cristo. Como un ser moralmente responsable, cada hombre ha de relacionarse con Cristo por medio de la sumisión y la fe, uniéndose así con el segundo Cabeza de la raza, asegurando su participación personal en la obra que, potencialmente, abarca a todos. Los actos voluntarios de pecado surgen de la raíz del pecado original. 2. La depravación total del hombre pecador De nuevo nos enfrentamos con un término teológico que se basa en (Ro 3:10-18), y pasajes parecidos, que manifiestan que "no hay justo, ni aun uno", señalando el efecto del pecado en todas las partes del ser humano. El término puede aceptarse con tal de que se entienda bien: a) No quiere decir que todos los hombres hayan llegado al límite extremo de la manifestación del pecado y de la perversidad, pues si fuera así la sociedad humana sería un infierno, destruyéndose a sí misma como tal. Hay muchas obras que son muy aceptables entre los hombres, como reconoció Cristo al decir: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre?" (Mt 7:11). El Maestro señaló el "pecado original", pero aun así esperaba "buenas dádivas", es decir, buenas obras entre los hombres. En este sentido es posible hacer referencia a una persona inconversa diciendo: "Es una buena persona, que hace favores cuando puede". b) La depravación total quiere decir que aun las buenas obras de los hombres llevan la mancha del pecado y por eso no pueden ser aceptables como "meritorias" delante de Dios; "No por obras, para que nadie se gloríe". c) Señala también la terrible verdad de que existe el germen de todo pecado en el corazón de todo ser humano. Al mencionar los peores crímenes y perversidades que prevalecen en sectores depravados, señalamos algo que, potencialmente, existe en nuestro propio corazón, ya que constituyen el nefasto fruto de la carne que se halla en todos los individuos de la raza caída. La gran variedad que existe en la crianza y en las circunstancias de cada cual disimula mucho este hecho, pero no debiéramos olvidarlo jamás, ya que nos libramos de las peores consecuencias de la Caída sólo por la gracia de Dios. El Hijo del Hombre y el destino del hombre 1. El significado del título Examinaremos las evidencias bíblicas sobre la Persona de Cristo en el estudio siguiente, pero el tema del "hombre" exige una breve referencia al título que Cristo aplicaba constantemente a sí mismo: el Hijo del Hombre. El propósito de Dios al crear el hombre (ya hemos notado sus gloriosas posibilidades) no podía quedar frustrado por la maliciosa intervención de Satanás. Una vez caído el hombre, no era posible "reformarle", pero el plan eterno de Dios se basaba sobre su redención, o sea, determinaba su liberación de la potencia del diablo. Cuando el Hijo de Dios, Agente en la creación del hombre, se encarnó, con todo derecho recabó para sí la "humanidad" que él mismo había dado. Nosotros no hemos visto más que "hombres pecadores", y, por eso, tendemos a identificar el pecado con la esencia del hombre, mientras que, de hecho, es lo que afea y estropea su humanidad. El título "Hijo del Hombre" indicaba que la raza se resumía en Cristo, y que, según el término de Pablo, el "Postrer Adán" había de morir por todos los hombres, vivificando la raza luego por su Resurrección. Agotó en su Persona los funestos resultados del pecado, expiando la culpabilidad delante del Trono de Dios, para "recrear" al hombre según la potencia de su Resurrección (1 Co 15:20-22) (2 Co 5:13-18). Hallamos un maravilloso resumen de esta nueva creación en (Ro 8:29): "Por que a los que (Dios) antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el Primogénito entre muchos hermanos". Se desarrolla el mismo tema en (He 2). 2. El destino del hombre Las citas anteriores aseguran el hecho primordial de la redención de la raza en Cristo. Los hombres asociados por la fe con Cristo llevarán con diáfana claridad la "imagen" del Hijo del Hombre, sin perder por ello la personalidad creada y redimida, que es precisamente lo que Dios planeó con el fin de llevarla a la perfección y glorificación de la meta final. Comprendido este hecho fundamental, caben infinitas posibilidades de bendición, de servicio y de adoración que notaremos al tratar el tema en capítulos posteriores.

domingo, 24 de febrero de 2019

CAMINAR A LA LUZ DE CRISTO

Confesar el pecado a otros nos mantiene humildes y es sumamente honroso ante Dios. Él que se humilla será exaltado y el que se exalta, será humillado. Todos somos humanos, todos nos equivocamos, todos pecamos y todos podemos ser perdonados y redimidos por la gracia redentora de Cristo. Arrepentirse y hablar sus pecados no era un problema ni para la Iglesia primitiva ni para los hombres de Dios en el Antiguo Testamento. Había un entendimiento muy diferente de lo que esto significaba. Ellos tenían la preeminencia en Dios. Lo que Dios pensaba era lo más importante, no lo que el hombre opinara; hoy en día parece que es al revés. Usted no ve, por ejemplo, un pleito tremendo entre Pedro y los autores de los Evangelios, porque le publicaron a perpetuidad su pecado cuando negó a Cristo. Yo creo que ellos lo platicaron con Pedro, y este ha de haber dicho: “Si por supuesto, escriban sobre esto, es necesario que lo que yo hice quede como ejemplo para otros”. Lo mismo cuando Lucas escribe sobre Pedro, diciendo de él era digno de condenar su comportamiento con los gentiles. Usted no ve que Pablo oculte su pecado, antes habla de sí mismo como un abortivo. Ni tampoco ve que David destituya a Samuel de su puesto por escribir y hacer público su pecado. David era un hombre conforme al corazón de Dios. Se ven confesiones de sus pecados y fracasos por todos lados en los Salmos. Él mismo escribió para que quedara publicada su confesión, y cómo él se sentía delante de Dios. (Salmo 51:1-14) “Ten piedad de mí, Oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante mí. Contra ti, contra ti sólo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres Justo cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas. He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tu deseas la verdad en lo más íntimo, y en lo secreto me harás conocer sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, que se regocijen los huesos que has quebrantado. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu. Restitúyeme el gozo de tu salvación y sostenme con un espíritu de poder. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de delitos de sangre, OH Dios, Dios de mi salvación; entonces mi lengua cantará con gozo tu justicia”. (Paráfrasis del autor) Fíjese como la perspectiva, el punto de vista de David es tan diferente al que nosotros tenemos. Para David no era importante como él se viera ante los hombres, sino que fuera Dios el reconocido como justo en su Palabra y tenido por puro en Su Juicio. David sabía que si él se humillaba y hacia público su pecado escribiéndolo y quedara a perpetuidad. Dios sería exaltado y le daría por recompensa el predicar la verdad, y que la gente realmente viniera a los pies de Dios, arrepentida y con convicción de pecados. Por lo menos esto es lo que nosotros debemos querer, predicar a Jesús y que la gente verídicamente cambie sus caminos. Aquí podemos aparentar que somos unos santos inmaculados, que jamás cometieron ningún error, y los hombres te pondrán en alto y escribirán sobre ti; pero en el Cielo se ve y se escribe diferente. Al lado de cada uno de nosotros hay un ángel que escribe día y noche el libro de nuestra vida. (Apocalipsis 20:12) “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Hoy en día los llamados al arrepentimiento que se hacen en las Iglesias, son tenidos por los creyentes como algo vergonzoso. Pasan los inconversos y unos poquitos más, y el resto de la Iglesia se queda sentada como si todos creyéramos que en toda esa gente inmóvil ya no hay más pecado. Es más importante que los hombres nos tengan por “perfectos” que lo que Dios está viendo de nosotros. Para Dios no hay momentos más maravillosos que cuando corremos al altar a confesar nuestros pecados. Para Él es la fiesta más hermosa. Cuando confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos, hay fiesta de ángeles en los Cielos. Para Dios no es vergonzoso que vayamos y nos arrepintamos todos los días, si es necesario. Cada vez que lo hacemos, El es reconocido justo en su Palabra y puro en su Juicio. ¡Pecamos de tantas maneras, oh santos de Dios! Cada vez que limitamos al Espíritu, pecamos. Por esto es importante entender el significado de la cruz de Cristo que nos da la total libertad y la victoria sobre el pecado. Confesar nuestros pecados para Él es la fiesta más hermosa. Cada vez que ponemos nuestras estructuras religiosas y le cortamos la libertad a lo que Dios quiere hacer, pecamos. Cada vez que pudiendo movernos por fe, escogemos métodos humanos para resolver las cosas, pecamos. Cada vez que aceptamos reproche alguno contra el hermano, cuando hacemos acepción de personas. Cuando vemos al hermano tener necesidad y cerramos contra él nuestro corazón. y cada vez que escogemos proteger nuestra reputación en vez de dar pasos de amor; y amar, a veces tiene un precio muy alto. Cuando nos olvidamos de los huérfanos y de las viudas aún en nuestras propias Iglesias. Cuando son prioritarios nuestros deseos materiales en este mundo, que la obra de Dios o el acordarse de los pobres. Y a esta lista añado, los celos, las envidias, los pleitos, las divisiones, el juzgar a los demás y todas las obras de la carne, además de las terribles abominaciones. ¿Realmente crees amado lector, que alguien se puede quedar sentado en la banca porque de verdad ya no tiene pecado? ¿No es ya tiempo de agradar a Dios y hablar verdad los unos con los otros, y quitarnos las máscaras que en fondo todo el mundo sabe que tenemos? Medita en esto y determina caminar en nuevos niveles de luz, y llevar todos tus pecados a la Cruz de Cristo.