LA SANTA BIBLIA
jueves, 21 de marzo de 2019
“NADA DE LO QUE ENTRA DE AFUERA PUEDE HACER IMPURO AL HOMBRE. LO QUE SALE DEL CORAZÓN DEL HOMBRE ES LO QUE LO HACE IMPURO”.
Marcos 7:14-23
"Y llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga. Cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. El les dijo: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre."
Nuestro estudio surge de la acusación que los fariseos y escribas hicieron a los discípulos de Jesús porque los vieron "comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas" (Mr 7:2). Un incidente tan sencillo como comer pan si haberse lavado las manos, originó una profunda e interesantísima explicación de parte del Señor sobre dos temas claves que separaban a Cristo del judaísmo:
En la primera parte, el Señor trató el asunto de la fuente de la autoridad. Ya hemos tenido ocasión de considerar que mientras que los judíos daban tanta o más autoridad a su tradición que a las Escrituras, Jesús afirmó que la única fuente de autoridad está en las Escrituras.
El segundo tema que el Señor trató, y que no es menos importante, tenía que ver con la verdadera naturaleza de la contaminación y la purificación. Según los judíos, la contaminación actuaba desde afuera hacia dentro, mientras que el Señor afirmó que lo contrario es lo cierto. Los judíos afirmaban que la contaminación real era la física, pero Jesús dijo que la verdadera contaminación era la moral y espiritual.
"Oídme todos, y entended"
Por la forma en la que el Señor introdujo su enseñanza, podemos percibir la seriedad e importancia de lo que estaba a punto de decir. El no quería que simplemente le escucharan, sino que entendieran lo que les estaba diciendo.
Y también a nosotros se nos dirige esta nota de atención, porque después de dos mil años, sigue estando igual de arraigado en el corazón del hombre que la verdadera pureza espiritual tiene que ver con cosas externas. ¡En cuantas religiones sigue habiendo innumerables ritos de lavamientos para alcanzar la pureza del alma! ¡Cuántos cristianos mantienen listas de alimentos prohibidos, en la creencia de que si comen de ellos verán estropeada su relación con Dios!
"Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar"
La afirmación que el Señor hizo no deja lugar a dudas: Ningún alimento puede contaminar al hombre moral o espiritualmente.
Sin embargo, este claro principio expresado por el Señor, ha sido malinterpretado con frecuencia. Algunos han llegado a decir que nada de lo que se hace con el cuerpo puede afectar al espíritu. Pablo tuvo que enfrentar este problema en (1 Co 6:12-20). Allí había ciertas corrientes filosóficas que estaban llevando a los creyentes a pensar que podían hacer lo que quisieran con su cuerpo, porque eso no afectaría a su vida espiritual. Y así estaban pasando de la libertad que tenían para comer cualquier alimento, a las prácticas sexuales fuera del marco del matrimonio. Ahora bien, ¿es esto lo que Jesús quería decir? ¿Realmente no importa lo que hagamos con nuestro cuerpo?
Para contestar correctamente a esta pregunta, lo primero que debemos notar es que Jesús estaba tratando sobre la comida y los lavamientos de las manos. Aquí no estaba hablando de relaciones sexuales.
En segundo lugar, el Señor completó esta afirmación diciendo que es lo que sale del corazón lo que contamina al hombre, y entre las cosas que enumeró como procedentes de un corazón malo, se encuentran también los "adulterios y las fornicaciones" (Mr 7:21). Por lo tanto, una relación sexual prohibida por Dios, no es algo inofensivo que se realiza simplemente en el plano físico sin que llegue a afectar al espíritu, sino que por el contrario, se trata realmente de un asunto que surge del corazón y que encuentra su cauce de expresión por medio del cuerpo físico.
"¿También vosotros estáis así sin entendimiento?"
Como en pasajes anteriores, el evangelista nuevamente vuelve a subrayar la incomprensión de los discípulos. Y en esta ocasión, pareciera como si el Señor estuviera contrariado por esta falta de comprensión. Es como si les estuviera diciendo: "que los escribas y los fariseos no entiendan mi enseñanza no me extraña, pero que vosotros, que habéis estado conmigo por tanto tiempo sigáis así, me parece inexcusable".
Sin embargo, podemos hacernos una idea de las dificultades con las que se encontraban los discípulos. No olvidemos que ellos se habían criado bajo las enseñanzas del Antiguo Testamento, y siempre habían considerado que ciertos alimentos eran impuros y los contaminarían si los comían. Pero ahora Jesús les estaba diciendo que ningún alimento que el hombre coma, puede contaminarlo. ¿Cómo debían entender esto? ¿Se trataba de una nueva enseñanza que contradecía lo que decía el Antiguo Testamento?
La verdad es que, en cierto sentido, el Señor no estaba diciendo nada nuevo. No debemos olvidar que todas aquellas leyes ceremoniales del Antiguo Testamento tenían como finalidad enseñar por medio de cosas externas principios espirituales internos. Ya tuvimos ocasión de comentar que por ejemplo, los lavamientos establecidos por la ley ceremonial tenían como finalidad enseñar al israelita la necesidad de la limpieza interior. Así que, el Señor coincidía plenamente con lo que enseñaba la ley ceremonial, en que lo verdaderamente importante era la pureza del corazón.
Y por otro lado, en relación a los alimentos prohibidos, cuando un israelita quedaba inmundo por comer cerdo, la contaminación no le venía por el cerdo que había comido, sino por la desobediencia que surgía de su corazón y que le llevaba a hacer lo que Dios había prohibido. Por lo tanto, tampoco en esto el Señor estaba entrando en contradicción con la ley ceremonial.
"Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre"
Con estas palabras, el Señor enunció una verdad fundamental que marca la diferencia clave entre el cristianismo y todas las demás religiones del mundo y por supuesto, del judaísmo de los tiempos de Jesús. Mientras que los líderes judíos consideraban que el ser humano (especialmente el judío) era básicamente bueno, y que su problema era simplemente el peligro de la contaminación espiritual por contacto con el pecado externo, el Señor consideraba que el corazón del hombre, incluido el del judío, era pecaminoso, y que su problema era que constantemente procedían de su interior pensamientos y acciones que lo contaminaban a los ojos de Dios.
Esta afirmación molesta al ser humano, que siempre intenta justificar sus propios pecados atribuyéndolos a la maldad de otros hombres, a sus malos ejemplos, a las malas compañías, a las injusticias sociales..., pero se olvida que cada hombre lleva consigo el manantial de la maldad.
Es cierto que el mundo y Satanás incentivan el pecado, pero sólo lo pueden hacer porque ya está dentro del corazón de los hombres.
En realidad, lo que el Señor estaba diciendo es que en el corazón de todos los hombres sin distinción, se encuentra la simiente de todos los pecados que encontramos aquí: "los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez".
Quizá permanezcan inertes toda nuestra vida, tal vez el miedo a las consecuencias, los comentarios de la opinión pública, el deseo de parecer personas respetables, los contengan e impidan su desarrollo. Pero todo hombre lleva dentro de sí la raíz de todos los pecados.
¿Cómo puede el hombre llegar entonces a tener una relación correcta con Dios? Si entendemos la gravedad de la pecaminosidad del corazón humano descrita por el Señor, nos daremos cuenta inmediatamente de que dejar de comer ciertos alimentos, o lavarnos las manos de una forma determinada antes de comerlos, no podrá cambiar de ninguna manera nuestro corazón ni colocarnos en una buena relación con Dios. ¡Eso es absurdo!
Al mismo tiempo, comprenderemos también que el hombre no se puede salvar haciendo buenas obras, porque todo lo que haga estará manchado por surgir de un corazón pecaminoso.
La única posibilidad es que Dios nos dé un corazón nuevo y transformado. Este fue el ruego que el rey David le hizo a Dios después de que se dio cuenta de la maldad de su corazón cuando pecó con Betsabé: "Crea en mí, oh Dios un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí" (Sal 51:10).
¡Que no nos pase como a los judíos, que estaban tan acostumbrados a pensar que el peligro de la contaminación espiritual radicaba en el contacto con cosas externas, que se olvidaron de la contaminación espiritual que procedía de sus propios corazones!
"Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos"
Estas palabras no son de Jesús, sino que fueron añadidas por Marcos a modo de conclusión. Y seguramente, más que de Marcos, serían del mismo apóstol Pedro, que como ya hemos considerado en otras ocasiones, fue la fuente de donde Marcos recibió su evangelio.
Nos resulta inevitable pensar en la estrecha relación que esta declaración guarda con la experiencia vivida por el apóstol Pedro en Jope y que encontramos relatada en el libro de Hechos (Hch 10:9-16). Allí Pedro tuvo una visión en la que declinó tres veces la invitación del Señor a matar y comer animales impuros, y la respuesta del Señor fue similar a lo que Marcos expresa en su evangelio: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común".
Sin lugar a dudas, esta declaración era revolucionaria, y a Pedro y a los primeros cristianos judíos, les llevó un buen tiempo comprenderla y asimilarla. En realidad, lo que encontramos en este pasaje de Marcos, es un anticipo de lo que más tarde llegaría a ser una verdad consumada: la abolición de las diferencias entre alimentos limpios e inmundos.
Pero debemos fijarnos en que no fue en este momento durante el ministerio de Jesús cuando él abolió las diferencias entre los alimentos, sino cuando después de su muerte y resurrección, el evangelio iba a comenzar su extensión por el mundo gentil.
La razón era lógica. Los judíos como nación había rechazado a su Mesías, y a partir de ahí, Dios envió su evangelio a los gentiles. Con el fin de facilitar el contacto entre judíos y gentiles, tanto en la evangelización, como también en la comunión entre ambos grupos en las iglesias, el Señor abolió la prohibición de comer ciertos alimentos que previamente estaban prohibidos para los judíos.
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