LA SANTA BIBLIA

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jueves, 28 de febrero de 2019

“¿QUIÉN SOY YO?”

El hombre y el pecado La creación del hombre 1. La importancia del hombre Toda la inmensa riqueza de la naturaleza no pasaría de ser "un cero a la izquierda" si no hubiera un ser, como el hombre, capaz de contemplarla, explorarla, disfrutar de ella y controlarla hasta los límites de su comprensión, voluntad y facultades. Según la revelación bíblica, el hombre sólo se entiende y sólo adquiere importancia en relación con Dios, y por eso hemos presentado primeramente la doctrina bíblica de Dios para pasar después al estudio del "hombre". Con todo, si deseamos hacer preguntas filosóficas ("filosofía" quiere decir amor a la verdad, o el intento de comprender lo que perciben nuestros sentidos), hemos de tomar en consideración al hombre como punto de partida, puesto que es inútil preguntar: "¿Cómo he de entender mi medio ambiente?" si antes la persona que piensa no haya llegado a formular algunas contestaciones a preguntas más íntimas: "¿Quién soy yo? ¿Hay manera de entender mi personalidad, frente a mí mismo, frente a Dios y en relación con mis semejantes? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuáles son las posibilidades de mi vida y mi destino?". Diferentes filósofos darían respuestas distintas si uno les pidiera una definición de "persona" o "personalidad", pero cualquier hombre equilibrado, usando sólo su "sentido común", comprende que todo pensamiento y raciocinio empieza con lo que él es. La personalidad humana es el factor primordial y básico, y con ella tenemos que empezar, diciendo: "Yo soy yo, y por eso puedo pensar y actuar en este mundo". De paso quizá debiéramos aclarar que en estos estudios se emplea "hombre" en su sentido genérico, que abarca todo ser humano, varón o hembra. Si el contexto exige que se haga una distinción de sexos, lo indicaremos oportunamente. 2. La luz de la revelación La Biblia confirma nuestra impresión sobre la importancia del hombre dentro del medio ambiente de la naturaleza, y aun como protagonista relacionado con los planes eternos de Dios. En la narración del libro de Génesis la creación del hombre se destaca como única y especial, siendo precedida por un consejo divino, con el anuncio de que había de poseer una personalidad que reflejara, en ciertos aspectos, la de su Creador: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y señoree en toda la tierra y en todo animal" (Gn 1:26-30). Volveremos sobre algunos de estos términos, limitándonos aquí a observar que el relato adicional de (Gn 2:4-25) destaca la creación del hombre en relación con el Huerto de Edén, que había de ser la cuna apropiada que Dios preparó para este nuevo ser. El versículo clave es el séptimo: "Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente (o alma viviente)". Se cumple el propósito de (Gn 1:26), y se detalla más el hecho de la creación del hombre notado ya en (Gn 1:27). Por "polvo de la tierra" hemos de entender los elementos que estructuran la creación material, y se nos enseña que, en cuanto a su cuerpo (animado por su alma), el hombre es parte de la naturaleza, siendo evidentes las analogías entre el cuerpo humano y el de los animales más desarrollados. Ahora bien, en conformidad con el proyecto de (Gn 1:26), Dios tomó una iniciativa especial en cuanto al hombre. Sin duda toda vida animal procede del Creador, pero en este caso el proceso vital es general, no distinguiendo la Palabra entre una especie y otra desde este punto de vista. En el caso del hombre, Dios le dio espíritu conforme a su naturaleza especial. Había otros muchos "seres vivientes", pero el soplo de Dios, en el caso del hombre, determinó no sólo que fuese la corona de la creación material, sino que recibiera "espíritu humano", procedente directamente de Dios, como algo diferente de la vitalidad de meros animales, aun tratándose del más desarrollado de ellos. 3. El gran abismo Es muy necesario que apreciemos la importancia de esta diferencia esencial entre el hombre y los demás seres creados de este suelo, pues la "humanidad", según la revelación bíblica, no depende de que el hombre sea superior a otros animales en cuanto a la estructura de su cuerpo o la perfección de ciertas facultades suyas. La unión del cuerpo "formado" por Dios, y el espíritu que procedió de una manera especial de Dios, dio lugar a un "alma", equivalente en lo esencial a la personalidad humana, que no está limitada por la naturaleza. El hombre es "material" por cuanto su cuerpo es "polvo", y al "polvo" volverá, pero es "espíritu" gracias a su relación especial con Dios. Por muchos cráneos y huesos que nos traigan los antropólogos de los estratos de las rocas, no pueden probar por evidencias materiales que el ser del cual formaban parte fuese hombre en este sentido bíblico. Limitándose las investigaciones a lo material, y las de los científicos no pueden pasar más allá, es imposible que desemboquen a conclusiones verídicas y completas sobre un ser que supera lo material, gracias a un acto creador de Dios en la esfera del Espíritu. Es cierto que esta superioridad se refleja en la inteligencia aventajada del hombre, pero supone mucho más que eso. Los antropólogos, al recoger sus pruebas y evidencias, debieran empezar con la más obvia de todas ellas: el inmenso abismo que separa al hombre normal del más desarrollado de los animales. De ahí que los hombres de todos los tiempos, y procedentes de cualquier estrato social, han considerado la vida humana como sagrada, no siéndolo la del animal, que puede sacrificarse libremente en el servicio del hombre. El que mata a un ser humano con alevosía es un homicida criminal; el que sacrifica un animal, por razones adecuadas, hace uso de su señorío en la esfera de la naturaleza: algo que Dios le ha conferido. La naturaleza del hombre 1. El conjunto de espíritu, alma y cuerpo Es necesario examinar los términos bíblicos que describen al hombre, pero sin que perdamos de vista la unidad de su ser como personalidad equilibrada, según la enfatiza Pablo en (1 Ts 5:23): "El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo". El Apóstol menciona espíritu, alma y cuerpo, pero subrayando a la vez que el "ser" es uno, y así ha de ser guardado, hasta la consumación de la obra de Dios en relación con el hombre, para la Venida del Señor. A veces el alma representa la persona, como en (Hch 2:41): "Y se añadieron aquél día (a los discípulos) como tres mil almas (personas)". A veces "alma" indica toda la vida interior del hombre, en contraste con el régimen externo del cuerpo dentro de la naturaleza, según las palabras del Maestro en (Mt 16:26): "Pues, ¿qué provecho tendrá el hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma?". El vocablo griego "psuche" se traduce a veces por "alma", y en otros lugares por "vida", igual que "nephesh" (hebreo) en pasajes como (Is 53:10-12). Esto no impide el que se haga una distinción entre "alma" y "espíritu" en otros contextos, y es indiscutible (bíblicamente) que es el espíritu, aquel "soplo de Dios" de (Gn 2:7), que permite la relación del hombre con Dios. 2. El cuerpo en relación con el alma y con el espíritu Al dar a los corintios profundas enseñanzas sobre el tema de la resurrección, Pablo echa luz sobre las relaciones cuerpo-alma y cuerpo-espíritu (1 Co 15:42-49). A los efectos de estas breves notas hemos de limitarnos a señalar que el Apóstol llama el cuerpo en su estado actual "soma psuchicon", o sea, el cuerpo controlado por el alma (1 Co 15:44), mientras que el cuerpo de resurrección se designa como "sóma pñuematicon", o sea, el cuerpo controlado por el espíritu. La traducción "cuerpo animal" estaba bien cuando se entendía que (etimológicamente) "animal" se deriva de "ánima" o "alma", pero pocos lo comprenden ahora. El alma, desde este punto de vista, es el principio vital que da consistencia y orden al cuerpo. No se debe despreciar el cuerpo, ya que es obra del Dios Creador. Es verdad que puede ser instrumento para obras malas, pero también, en el hombre regenerado, es Templo del Espíritu Santo siendo animado por el Espíritu de Resurrección (Ro 8:11). Aun en la gloria seremos hombres con cuerpo, alma y espíritu, pero, libres ya del pecado, el espíritu redimido, bajo la influencia total del Espíritu de Dios, controlará el cuerpo de resurrección, cumpliéndose el anhelo que Pablo expresó en (1 Ts 5:23). Algunos términos importantes 1. Imagen y semejanza de Dios Léanse (Gn 1:26) (Gn 5:1-3) (Gn 9:1-7) (Sal 8:5-6) (1 Co 11:7) (Stg 3:9). Ha habido diversos intentos de distinguir entre "imagen" y "semejanza", creyendo muchos expositores que "imagen" es aquello que el hombre recibe de Dios, como determinante de su naturaleza, y que, por ende, no pudo perderse por la Caída. En cambio, según ellos, la "semejanza" tiene que ver con una justicia original, con atributos divinos "comunicables", que se perdieron necesariamente al caer el hombre en el pecado, pudiendo ser recreada la semejanza por la regeneración (Ef 4:24) (Col 3:10). No hay lugar aquí para examinar estos conceptos en detalle, y lo seguro de la enseñanza bíblica es que el "hombre" no dejó de serlo por la Caída, bien que ésta afectó todas las partes de su ser, con todas sus facultades humanas, como se destaca por la consideración de los versículos notados arriba. La imagen y semejanza de Dios en el hombre persisten potencialmente, pero su manifestación depende ahora de la obra de gracia por medio del Hijo del Hombre. Recordemos los rasgos que distinguen al hombre del mero animal: su inteligencia superior, su capacidad para el raciocinio, su sentido estético, la operación de poderes emotivos y afectivos que no dependen del instinto o del mero entrenamiento, su carácter como ser moral, capaz de distinguir entre el bien y el mal, el modo en que actúa su voluntad, su capacidad de "filosofar", o sea, de preguntar por el significado de la vida y del cosmos, sus investigaciones científicas, la posibilidad de "crear" obras de arte, y, sobre todo, la posibilidad de comunicar con Dios. Aun después de la Caída, Dios se dirige directamente al hombre, llamándole "tú", esperando la respuesta de su criatura. Es natural que el hombre emplee estas facultades en el ejercicio de su dominio concedido por Dios en el mundo mineral, vegetal y animal, pero ahora no todo puede serle sujeto, ya que ha salido del derrotero de la voluntad de Dios, dentro de la cual estaba llamado a actuar (He 2:5-8). 2. Carne y cuerpo Los hebreos no hablaban del "cuerpo" del hombre, sino de su "carne": vocablo que puede emplearse en buen sentido para expresar lo esencial del hombre como parte de la naturaleza (Sal 63:1). Sin embargo, se emplea más frecuentemente para indicar la flaqueza del hombre deslizado de Dios, y de allí surge el uso de la palabra como equivalente de la naturaleza caída heredada de Adán "Cuerpo" traduce "soma" en el Nuevo Testamento, siendo instrumento del pecado en el hombre caído, pero igualmente capaz de cumplir la voluntad de Dios en el hombre regenerado (Ro 8:10-11). Es importantísimo que nos libremos de la idea antibíblica de que el mal tiene su origen en la materia, y, dentro de la misma línea, que el pecado surge del cuerpo. El pecado (véase abajo) es el movimiento de la voluntad pervertida del hombre, que se expresa a través del cuerpo, como instrumento, pero que no nace en la parte material. La "carne" (en sentido peyorativo) no ha de identificarse con el cuerpo. 3. Corazón En lenguaje figurado la Biblia atribuye funciones morales o afectivas a varios órganos del cuerpo, de los cuales el más importante es el corazón, entendido como el "motor" del ser humano, la fuente no sólo de los afectos y pasiones, sino también de la inteligencia y sede de la voluntad. Por eso el Maestro insistía en que lo externo (comidas, bebidas, actos ceremoniales, etc.) no determinaba resultados morales y espirituales, sino que éstos surgían del corazón, o sea, de los móviles que operaban en el centro del ser humano (Mr 7:1-23). Las decisiones vitales de la vida se fraguan en el "corazón", decidiendo toda la actuación del ser humano. De ahí la importancia de la petición: "Dame, hijo mío, tu corazón" (Pr 23:26). Una mirada al epígrafe de "corazón" en una concordancia bíblica revelará la importancia de esta figura en la Biblia. 4. Mente Este término se destaca bastante en los escritos del apóstol Pablo, ya que mente o entendimiento (traduciendo "nous, dianoia, phronénia"), es sede del raciocinio: facultad típica del hombre, que ha sido entenebrecida de modo especial por las operaciones del príncipe de este mundo (Ef 5:17-6:12). La caída del hombre 1. El hombre y la voluntad de Dios El hombre, como obra de Dios, ha de quedarse dentro de la voluntad de su Creador, para cuya gloria fue formado y maravillosamente dotado. Esto no supone una sujeción arbitraria, ya que no puede haber verdadera bendición fuera de la voluntad divina, puesto que Dios es la suma de todas las excelencias concebibles. El hombre fue creado libre, ya que Dios no quiso que esta asombrosa creación fuese una marioneta que él manejara sólo por la imposición de su voluntad. El amor no tiene valor alguno, ni puede existir, si no se ofrece libremente. No sabemos lo que habría sido la meta del hombre si hubiese guardado su inocencia, pero, desde luego, no había límites a las posibilidades de su desarrollo, dentro de su categoría como hombre. La libre sumisión se conoce por la prueba y por eso fue preciso plantar en el Edén un árbol de la ciencia del bien y del mal, cuyo fruto fue prohibido al hombre. Los movimientos de la voluntad se desconocen si no surge la necesidad de llegar a decisiones, y la libertad del hombre exigía algo que la pusiera a prueba. La Caída es el acto por el cual el hombre llegó a ser desleal al principio fundamental de su ser como hombre: la sumisión en amor a su Creador. El diablo, a través de la serpiente, señaló la alternativa: "Vosotros seréis como Dios", induciendo a la criatura a "endiosarse", lo que llegó a significar, de hecho, la sujeción a las potencias satánicas. La rebeldía separó al hombre de la vida de Dios, y eso trajo como consecuencia inevitable toda la secuela de males que han surgido de esta falsificación de la naturaleza, desarrollo y destino del hombre. 2. El estado del hombre caído La Biblia echa mucha luz sobre el estado del hombre desde su caída, y haremos bien en estudiar este reiterado diagnóstico, sin olvidarnos de la necesidad de comprender lo que significan las figuras empleadas. Un pasaje de importancia fundamental se halla en (Ef 2:1-3), y otro en (Ef 4:17-5:14). La victoria que el diablo consiguió al separar al hombre de la voluntad de Dios le dio ocasión de establecer, sobre la base de una sociedad de hombres caídos, su propio sistema, que el apóstol Juan llama "el mundo" en sentido peyorativo (1 Jn 2:12-17). El "mundo" de (Jn 3:16) es el de los hombres, objetos del amor de Dios. Por dentro de cada hombre caído se halla la "carne", en su sentido malo, cuyas nefastas obras se describen en (Ga 5:19-21), declarando Pablo que son incompatibles con el Reino de Dios. Todas las asombrosas facultades del hombre, como "imagen" de su Creador, se hallan afectadas por el pecado, que puede definirse como todo movimiento de la voluntad del hombre en contra de la de Dios, sea consciente o inconsciente. Al seguir las sugerencias satánicas, el hombre, en este aspecto moral de su ser, llegó a ser "hijo" del diablo, como enfatiza el mismo Señor: "Vosotros sois hijos de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir" (Jn 8:44). ¿Qué pasa con la voluntad del hombre, que hemos apreciado como elemento esencial de su personalidad? Algunos teólogos, dando un sentido muy literal a la declaración de Pablo, "muertos en vuestras delitos y pecados" (Ef 2:1,5), niegan el "libre albedrío" del hombre caído, afirmando que ni siquiera es capaz de aceptar la oferta del Evangelio si Dios no le "regenera" antes por una acción soberana, ajena a la voluntad meramente humana. Otra escuela concede gran importancia al esfuerzo humano al colaborar con la gracia de Dios. Los pasajes mencionados han de leerse a la luz de toda la Biblia, que ilustra con abundantes ejemplos el caso de hombres que se someten a Dios y reciben su bendición, destacando el de otros que, manteniéndose como "hijos de desobediencia", rechazan las ofertas de gracia, quedando bajo la condenación que merece su rebeldía. Dentro de esta perspectiva amplia, y tomando en cuenta seriamente todas las declaraciones bíblicas en su contexto, parece justificada la siguiente conclusión: a) El hombre caído carece totalmente de poder para salvarse a sí mismo, siendo "muertas" todas sus obras a causa de la tacha del pecado que las afea, aun las religiosas y las que son muy aceptables en la sociedad humana. b) Sin embargo, la cruz es un "hecho eterno", determinado por Dios antes de los siglos, de modo que, estando satisfecha su justicia, pone su gracia a la disposición de todos los hombres, llamándoles a sí mismo, y haciendo posible que acudan al llamamiento. c) El arrepentimiento y la fe no son obras meritorias humanas, sino la manifestación de la debida postura que el hombre ha de adoptar al oír el Evangelio. El hombre sumiso reconoce su culpabilidad y su debilidad, lo que le lleva a "invocar el Nombre del Señor" y "todo aquel que invocare el Nombre del Señor será salvo" (Ro 10:13). d) Todo es de gracia, pues, pero la responsabilidad moral del hombre se mantiene, ya que puede "dejarse salvar", abriendo la puerta de su vida al Espíritu Santo, quien le convence de pecado y le revela la Persona y Obra del Salvador, sin que haya "obra buena" o mérito alguno de su parte. 3. Las consecuencias de la Caída Algunas de estas consecuencias se han estudiado en el párrafo anterior, pero conviene recalcar otras facetas que afectan al hombre, sea personalmente, sea en relación con la raza perdida. a) La muerte. "La paga del pecado es muerte" (Ro 6:23), porque la separación de la vida de Dios (Ef 4:18) supone un estado de muerte espiritual, ya que el hombre natural no puede agradar a Dios; sigue como consecuencia la muerte física en su día, pues "la muerte pasó a todos los hombres por cuanto todos pecaron" (Ro 5:12). En el caso de los rebeldes que no aceptan el valor de la Obra de Cristo (universal en potencia) la muerte física les introduce a la perdición eterna, o sea, la muerte en su última expresión, que no es aniquilamiento, sino la experiencia de las últimas consecuencias de la separación de Dios en la personalidad consciente del hombre. b) La ira de Dios. Los hombres caídos son "hijos de ira", o sea, su estado de pecado y de culpabilidad establece una trágica tensión entre Dios y ellos que se denomina "ira". Eso no quiere decir que "Dios se enfada", sino que describe el estado inevitable que existe cuando el hombre pecador se halla en la presencia del Dios infinitamente justo y santo. La "ira" trae consigo los juicios, que son aplicados con absoluta imparcialidad y justicia, sea en esta vida, sea en los últimos tiempos (Jn 3:36) (Jn 5:25-27)(Ro 1:18-2:16) (Ro 5:9) (Ef 2:3) (Ef 5:6) (1 Ts 1:10). c) La frustración. En (Ro 8:19-24) Pablo hace ver que Dios sujetó a la creación "a la vanidad" en vista del pecado, y "vanidad" equivale a "frustración". Muchas cosas humanas quizá tengan un principio aceptable, pero nunca llegan a su consumación. Así el apóstol recoge en una breve frase el significado del libro de Eclesiastés, que manifiesta el fracaso de los pensamientos del hombre "debajo del sol". A causa del pecado el hombre carece de los medios para solucionar los problemas que surgen de la vida y de la sociedad; no sólo eso, sino que le falta poder para lograr una verdadera satisfacción interior. Hay cosas buenas, ya que la naturaleza es obra de Dios, como también el hombre en la sociedad en su sentido original, pero si no rige la voluntad de Dios para el desarrollo y la consumación de lo creado, todo ello desemboca en la frustración, dolor y muerte. El pecado original y la depravación total del hombre 1. El pecado original y los actos voluntarios de pecado Las enseñanzas de (Ro 5:12-21) enfocan luz sobre dos personajes: Adán, en quien se hallaba toda la raza cuando pecó; y Cristo, como Hijo del Hombre, quien como perfecto Representante de la raza, llevó a cabo la obra de la redención. Por su desobediencia Adán arrastró todos sus descendientes a un estado de pecado y de condenación, pues "todos pecaron" (en él) (Ro 5:12). Cristo (el Creador) al encarnarse recabó "para sí" la "humanidad", y al expiar el pecado, elevó la raza potencialmente en su Persona, haciendo posible la salvación de todos. El pecado original es un término teológico que podemos aceptar en el sentido de que toda la raza cayó en Adán, de modo que los seres que nacen se hallan en un estado de pecado: algo que se manifiesta luego en actos voluntarios de pecado, sin excepción alguna aparte del Señor Jesucristo. Fundamentalmente, pues, pecamos porque somos pecadores y no llegamos a ser pecadores por el hecho de pecar, bien que lo segundo surge de lo primero. Pero nadie puede quejarse por estar envuelto en la condenación a causa del pecado de Adán, puesto que el "Postrer Adán" llevó la sentencia de la ley y vivificó la raza por su Resurrección. Pero la consideración de la responsabilidad moral de cada ser humano excluye el "universalismo", que enseña que todos los hombres serán salvos automáticamente por la obra de Cristo. Como un ser moralmente responsable, cada hombre ha de relacionarse con Cristo por medio de la sumisión y la fe, uniéndose así con el segundo Cabeza de la raza, asegurando su participación personal en la obra que, potencialmente, abarca a todos. Los actos voluntarios de pecado surgen de la raíz del pecado original. 2. La depravación total del hombre pecador De nuevo nos enfrentamos con un término teológico que se basa en (Ro 3:10-18), y pasajes parecidos, que manifiestan que "no hay justo, ni aun uno", señalando el efecto del pecado en todas las partes del ser humano. El término puede aceptarse con tal de que se entienda bien: a) No quiere decir que todos los hombres hayan llegado al límite extremo de la manifestación del pecado y de la perversidad, pues si fuera así la sociedad humana sería un infierno, destruyéndose a sí misma como tal. Hay muchas obras que son muy aceptables entre los hombres, como reconoció Cristo al decir: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre?" (Mt 7:11). El Maestro señaló el "pecado original", pero aun así esperaba "buenas dádivas", es decir, buenas obras entre los hombres. En este sentido es posible hacer referencia a una persona inconversa diciendo: "Es una buena persona, que hace favores cuando puede". b) La depravación total quiere decir que aun las buenas obras de los hombres llevan la mancha del pecado y por eso no pueden ser aceptables como "meritorias" delante de Dios; "No por obras, para que nadie se gloríe". c) Señala también la terrible verdad de que existe el germen de todo pecado en el corazón de todo ser humano. Al mencionar los peores crímenes y perversidades que prevalecen en sectores depravados, señalamos algo que, potencialmente, existe en nuestro propio corazón, ya que constituyen el nefasto fruto de la carne que se halla en todos los individuos de la raza caída. La gran variedad que existe en la crianza y en las circunstancias de cada cual disimula mucho este hecho, pero no debiéramos olvidarlo jamás, ya que nos libramos de las peores consecuencias de la Caída sólo por la gracia de Dios. El Hijo del Hombre y el destino del hombre 1. El significado del título Examinaremos las evidencias bíblicas sobre la Persona de Cristo en el estudio siguiente, pero el tema del "hombre" exige una breve referencia al título que Cristo aplicaba constantemente a sí mismo: el Hijo del Hombre. El propósito de Dios al crear el hombre (ya hemos notado sus gloriosas posibilidades) no podía quedar frustrado por la maliciosa intervención de Satanás. Una vez caído el hombre, no era posible "reformarle", pero el plan eterno de Dios se basaba sobre su redención, o sea, determinaba su liberación de la potencia del diablo. Cuando el Hijo de Dios, Agente en la creación del hombre, se encarnó, con todo derecho recabó para sí la "humanidad" que él mismo había dado. Nosotros no hemos visto más que "hombres pecadores", y, por eso, tendemos a identificar el pecado con la esencia del hombre, mientras que, de hecho, es lo que afea y estropea su humanidad. El título "Hijo del Hombre" indicaba que la raza se resumía en Cristo, y que, según el término de Pablo, el "Postrer Adán" había de morir por todos los hombres, vivificando la raza luego por su Resurrección. Agotó en su Persona los funestos resultados del pecado, expiando la culpabilidad delante del Trono de Dios, para "recrear" al hombre según la potencia de su Resurrección (1 Co 15:20-22) (2 Co 5:13-18). Hallamos un maravilloso resumen de esta nueva creación en (Ro 8:29): "Por que a los que (Dios) antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el Primogénito entre muchos hermanos". Se desarrolla el mismo tema en (He 2). 2. El destino del hombre Las citas anteriores aseguran el hecho primordial de la redención de la raza en Cristo. Los hombres asociados por la fe con Cristo llevarán con diáfana claridad la "imagen" del Hijo del Hombre, sin perder por ello la personalidad creada y redimida, que es precisamente lo que Dios planeó con el fin de llevarla a la perfección y glorificación de la meta final. Comprendido este hecho fundamental, caben infinitas posibilidades de bendición, de servicio y de adoración que notaremos al tratar el tema en capítulos posteriores.

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