LA SANTA BIBLIA
jueves, 14 de febrero de 2019
¿CÓMO, PUES, HARÍA YO ESTE GRANDE MAL, Y PECARÍA CONTRA DIOS?
(Gn 39:8-9)
José: fidelidad a toda prueba (Génesis 39)
La esposa del capitán era bastante más joven que él. Tendría unos veinte y pocos años. Era una de esas que de haberse presentado a un concurso de belleza se llevaba el primer premio. Era elegante y bella. Se vestía con ropas que resaltaban su hermosura, y tratándose de vestidos, el precio no importaba. Después de todo ¿para qué se había casado con el capitán de la guardia personal del Faraón? El dinero nunca fue un problema en esa mansión.
Pero lo que más nos llamaría la atención eran esos perfumes exóticos que cuando ella pasaba perduraba el hálito de su aroma. Los sirvientes de la casa podían seguirle el rastro: decían que tales fragancias tenían poderes mágicos. Temida como esposa del famoso y valiente militar Potifar, los sirvientes, en secreto, entre ellos, la llamaban Potifarsa, destacando su cualidad de farsante.
El capitán le doblaba la edad; bastante calvo y de grisácea barba; estatura mediana, musculoso, de mirada penetrante y parca para la sonrisa. Se había destacado brillantemente en muchas acciones militares. Era hombre de confianza de Faraón. Cada vez que el emperador se ausentaba, y a veces lo hacía por varias semanas, siempre requería la compañía de Potifar. No había sustituto.
José era un joven que acababa de cumplir 18 años. Era un esclavo. Se decía que había sido vendido por unos madianitas. Hablaba muy poco de su familia. De muy buen parecer, llevaba una abundante cabellera negra y ojos inquisidores. Era elegante, inteligente, y parecía extraño que su educación fuese muy superior de lo que se podía esperar de un cautivo. En la casa de Potifar había tenido un "ascenso meteórico". Rápidamente se ganó la confianza de sus jefes inmediatos. Siempre se le veía bien dispuesto y todo lo que hacía le salía bien. Nunca se quejaba. A poco de llegar, el capitán, que tenía buen "ojo clínico", se dio cuenta que este joven era de mucho "potencial". En forma progresiva le fue dando más y más responsabilidades en la casa y en sus negocios, incluyendo la administración de sus posesiones de ganados y cultivos. El militar vio con agrado que por primera vez en su vida podía ver un aumento constante con sus crías y cosechas, y sus posesiones incrementadas. Potifar había notado que este esclavo era muy distinto a cuantos había tenido antes. Era un creyente en una deidad que en Egipto no se conocía mucho y que se llama Jehová. Cuando su amo lo interrogó, José con todo respeto le explicó quien era ese Dios Eterno que él adoraba.
Potifarsa pensó que ese era el día perfecto. El capitán había salido y no volvería hasta el siguiente día. Era de tardecita. Ella se ingenió para que uno a uno todos los criados se fueran de la casa o estuvieran en la parte alejada de la mansión separada de los aposentos privados. Ella se quedó sola con aquella nodriza que conocía desde niña y que siempre estaba dispuesta a complacer a su ama en todo lo que a ésta se le ocurría.
Esa tarde Potifarsa se había hecho maquillar cuidadosamente. Se había perfumado con esas esencias que excitan los sentidos. Llamó a la "niñera" y le ordena que llame a José, pues tiene que hablarle "privadamente". Cuando pase, que cierre ella la puerta, asegurándose que nadie pueda entrar. La "ama de cría" se sonríe con una mueca maliciosa como si entendiera perfectamente lo que su patrona está tramando.
José entra en la habitación. Potifarsa, como si fuera ascendiente directa y con las mismas mañas de nuestra conocida Dalila, trata de seducirlo con esas frases de amor como las que abundan hoy en las telenovelas de la tarde.
El muchacho sabe que está en una posición peligrosa. La mujer se le acerca atrevidamente. Por unos segundos parecería que José titubea. Ella percibe y aprovecha su confusión:
— Te quiero mucho; no hay peligro. Mi marido está lejos y no hay nadie en la casa.
José se ha repuesto de su instante de debilidad y le responde:
— Mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Gn 39:8-9).
Ella ahora se acerca osadamente, lo abraza y lo trata de arrastrar. José forcejea, se libra de ella y huye, aunque dejando en manos de Potifarsa algunas de sus "ropas íntimas" que ella consigue retenerle.
La mujer empieza a gritar ordenando a su nodriza que busque y traiga a todos los de la casa. Ya tenía su teatro bien montado.
A media mañana del siguiente día vuelve Potifar. Su esposa le cuenta "su historia" con detalles, lloriqueos y escenas de teatro callejero. Potifar se enfurece. Es un hombre que sabe que no hay que tomar decisiones precipitadas pero ordena que José sea arrestado. Dos de sus soldados lo buscan y se lo traen. Potifar ni lo mira ni le habla. Tampoco le da oportunidad de defenderse. Los esclavos no tienen ese derecho. Ordena que sea encarcelado.
Esa misma noche en la celda José se pregunta por qué Dios ha permitido esto. Si él hubiera sucumbido a la tentación ahora estaría disfrutando de una buena cena y un lugar limpio y confortable para el descanso. Podía salir y mirar las estrellas del cielo todas las veces que quisiera. Pero ahora solo tiene el derecho de ver esa ventanita pequeña y alta que apenas le permite ver algo de luz.
Esa misma noche el capitán no puede dormir. Tiene en su mente la mirada triste de José en el momento en que es encarcelado por sus soldados. El oficial se pregunta cómo es posible que un hombre que habla tanto de su Dios que es santo, lo haya traicionado de esa manera. Una duda empieza a asomar en su mente: ¿Y si mi esposa me estuviera mintiendo...? Pasan las semanas y las dudas le siguen persiguiendo.
Varios meses han transcurrido. Las cosechas ahora son pobres como antes. El ganado ya no crece como lo venía haciendo. La producción lechera ha bajado mucho. El capitán ha puesto a otra persona en el puesto de José pero no es lo mismo. Ya ha cambiado varias veces de mayordomo pero estos nuevos empleados no se pueden comparar con aquel joven que había comprado de los ismaelitas.
Potifar se da cuenta que desde que José salió nada funciona como antes. Recuerda aquella vez que le preguntó a José por la causa de su éxito y él sencillamente respondió que era la bendición de su Dios.
La historia bíblica y nosotros
Por un lado esta es una historia de pasión pecaminosa, calumnia, crueldad, despecho. Por el otro lado vemos en José el joven con integridad, pureza, fidelidad a su superior y temor reverencial de Dios.
Nos preguntamos: ¿por qué Dios permite que los creyentes rectos sufran injustamente?
José ha pasado de una crisis a otra. Sus hermanos casi lo matan y al final deciden venderlo como esclavo a una caravana de ismaelitas que pasan por allí. ¡Quién iba a pensar que ese esclavo iba a llegar a ser el segundo en poder en el imperio más grande del momento!
¿Cuál es la clave del éxito de José? El texto lo establece claramente: "Mas Jehová estaba con él" (Gn 39:2).
A pesar de todas las dificultades que le sobrevenían esta palabra "mas" hace una diferencia muy grande. "Jehová estaba con él". No solamente el Eterno estaba con José sino que el joven lo sabía y actuaba de acuerdo al hecho de reconocer la presencia y la soberanía de Dios en su vida.
Potifar se daba cuenta de las cualidades extraordinarias de este muchacho. Por eso lo nombró encargado (mayordomo) de toda su casa y posesiones. El militar nunca ha tenido un empleado como éste. Desde que José está a cargo de sus negocios las cosechas son copiosas. La calidad de los productos es excelente. Los ganados de vacas y ovejas se multiplican de una manera nunca vista. Las transacciones que emprende el joven esclavo son todas con mucho provecho. Se han comprado nuevos campos para el ganado y los cultivos.
El capitán, quien no es un hombre de fe en el Dios de Abraham, se da cuenta que hay algo muy distinto en este muchacho. Le ha inquirido varias veces a José cuál es el secreto para su éxito. La respuesta era sencilla: Jehová en su gracia está conmigo.
El "mayordomo" sabe muy bien que no son sus dones naturales o habilidades propias sino la bendición de Dios.
Como resultado de su éxito ha mejorado la "calidad de vida" del joven. El mozo reconoce que su amo le tiene confianza total y todo lo ha dejado para que disponga. Todo, menos, por supuesto, su esposa. Y ese sentido de responsabilidad es tan profundo que él no lo cambiará por nada.
En la primera parte del capítulo 39 todo parece ir marchando bien. Esta es la calma antes de la tempestad.
Potifarsa lo invita quizás amparándose en su estado social más alto. Ella cree que tiene todo tipo de derechos sobre ese esclavo. Ella lo ha intentado en numerosas oportunidades y en cada una de ellas José se rehúsa. La mujer estaba acostumbrada a dar órdenes y ser obedecida. Encuentra aquí a un joven que está dispuesto a decir ¡no! Y esto es lo mismo que hoy necesitamos: jóvenes que sean fieles al Señor y que estén dispuestos a decir ¡no! cuando corresponde. ¡Qué fácil le hubiera sido a José haber cedido y después echarle la culpa a las circunstancias!
Algunos de los psicólogos modernos hubiera dicho que si José hubiera consentido no estaría mal porque era la "voluntad consensual" de dos personas. Pero para José pecar contra Dios era algo muy serio.
La mujer lo toma por las ropas para arrastrarlo al lugar para cometer el pecado y José huye.
La Palabra dice "Honroso es en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla pero a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios" (He 13:4).
Nos podemos imaginar el enojo de esta mujer. Seguramente piensa que el joven la ha "despreciado" y muchas veces se ha repetido a sí misma que "¡A mi nadie me desprecia!". El amor fingido y sensual de la mujer se ha transformado en pocos minutos en un odio mortal.
José le da argumentos por su rechazo. Noten que las causas por la cual la desecha no es porque ella no sea lo suficiente bonita o atractiva. Por supuesto que lo era. Las razones de la negativa son morales y espirituales:
"Tú eres su mujer" (Gn 39:9). Es decir: perteneces a tu esposo.
Mi amo me tiene confianza absoluta y no voy a defraudarlo (Gn 39:8).
Tal adulterio sería una gran maldad. Notemos que no dice "yo no haría eso", sino a lo malo lo llama por su nombre.
El argumento final: "¿Cómo pecaría yo contra Dios?". Nos llama la atención en José ese temor profundo y reverencial al Todopoderoso.
Dios le ha salvado la vida, le ha bendecido y por encima de todo él sabe que el Señor es Santo. Si bien los "Diez Mandamientos" todavía no habían sido dados oficialmente, sus principios eran aplicables desde el comienzo de la Creación.
Hoy vivimos en una sociedad con una tendencia a minimizar las cosas. Les restamos importancia, las hacemos aparecer como menos peligrosas o menos serias que lo que son. A lo que nuestros abuelos llamaban robo ahora se le llama "abuso de confianza" o "apropiación indebida".
Es interesante que José preserva su pureza. La castidad no es una virtud que sólo las mujeres deben ejercer. La pureza es exigida al hombre de la misma manera que a la mujer.
¡Para José pecar contra Dios era algo grave! (Gn 39:9). ¡Por supuesto que lo es! Al principio se defiende con argumentos morales. Pero esto no es lo suficiente para la esposa de Potifar. Cuando ella físicamente trata de arrastrarlo consigo él no tiene más remedio que huir.
Con el paso de las horas, lo peor del enojo de Potifar tiene que haber cedido para volverlo sumamente intrigado. ¿Cómo pudo ser posible que un hombre probadamente fiel, y temeroso de un Dios santo, pudiera cometer tal maldad? En (1 Co 3:16) leemos: "¿no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual está en vosotros, santo es". Salomón enseña claramente sobre el tema: "el marido no está en casa... lo rindió con la suavidad de sus muchas palabras...va como el buey al degolladero... como el ave se apresura a la red, y no sabe que es contra su vida, hasta que la saeta traspasa su corazón" (Pr 7:19-23).
Observemos la secuencia de los ataques. A la primera invitación José dice no. Luego las "invitaciones" se repiten y las negativas también se reiteran. Por fin sucede la circunstancia "ideal". El marido no está en la casa y no hay nadie alrededor. Para la esposa del capitán no hay nadie observando, pero para José, Dios es "el que todo lo ve".
Las Escrituras nos enseñan: "Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre comete, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca" (1 Co 6:18). José, acusado injustamente, es encarcelado. Está de nuevo en la parte más baja de esa " montaña rusa" que ha sido su vida con unos pocos altos y muchos bajos. Pero no es el fin de la historia, dado que "Jehová estaba con él y le extendió su misericordia y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel" (Gn 39:21).
No olvidemos que más vale estar en la cárcel siendo fiel al Señor y con su bendición, que vivir en el pecado en la mansión de Potifarsa.
Al pasar el tiempo y por la misericordia del Eterno, José llega a ser la persona de más importancia en el imperio, después del faraón. Las pruebas y dificultades Dios las ha permitido y orquestado, todo para su bien. Sin embargo, no todos los que sufren injusticias y pruebas, pasándolo mal aquí, siempre llegan a puestos de honor y prominencia, con los cuales, como José, quizás hayan soñado. Dios tiene un propósito que puede ser muy distinto para cada persona. Pero si en la vida nos tocara la parte de sufrimiento y pruebas no hay que desmayar. El Apóstol lo resume así: "Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Ro 8:18).
"No es algo nuevo que los mejores hombres hayan sido acusados falsamente de las peores infracciones por aquellos mismos que son los peores criminales. De la manera que vemos esta historia uno pensaría que el honesto y puro José era un hombre malo y que esta mujer pecaminosa era una mujer virtuosa".
Es maravilloso que en el plan de Dios, para poder llegar al palacio real era necesario pasar antes por la cárcel real. Para poder salvar a todo un gran país de una hambruna tremenda, fue necesario que un hombre se mantuviera fiel a su Dios y que estuviera dispuesto a pagar el precio, cueste lo que cueste: en este caso la prisión.
Es sin duda en la casa de Potifar donde José aprende mucho de la cultura de los egipcios, lo que le va a resultar después tan útil en el palacio imperial. Desde ese lugar, donde se encuentran "presos políticos", va a ser catapultado hasta las esferas más altas del poder.
El enemigo de los creyentes siempre trata de perjudicarnos pero Dios es quien tiene la última palabra. Quizás José podía decir como muchas centurias después lo haría el apóstol Pablo: "Quiero que sepáis hermanos que las cosas que me han sucedido han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio y a todos los demás" (Fil 1:12-13).
Nos llama la atención que José ha sido condenado sólo a la cárcel en vez del castigo habitual muchísimo más severo de cientos de latigazos o aún la muerte. Es probable que se dio cuenta que su esposa le ha mentido. Algunos comentaristas como Keil y Deitzch comparten esta opinión. Aún en el día de hoy, un delito como del que José fue acusado podría determinar la pena de muerte en muchos países del mundo.
El texto nos muestra que Potifar se enfureció, lo cual fue posiblemente su natural reacción primaria. Quizás el capitán tiene que "salvar las apariencias" y no le queda otra que dejar a José en la cárcel.
Aquí vemos nuevamente la mano de Dios con su plan perfecto. Esta prisión parecería que sería semejante a la que hoy llamaríamos para "presos políticos", mientras se decidiera su destino final.
1. Las distintas ropas de José
Las ropas del amor paterno: demostrado en las prendas de muchos colores (Gn 37:23).
Las ropas del engaño: las teñidas de sangre animal por sus hermanos para engañar al padre (Gn 37:31).
Las ropas de la calumnia: las que retiene la mujer de Potifar (Gn 39:15).
Las ropas no mencionadas: las usadas en la cárcel.
Las de su dignidad como el segundo después del faraón.
2. Contrastes entre José y David (en relación a Betsabé) (2 S 11)
José sufrió por su fidelidad mientras que David lo hizo por su pecado.
José fue tentado expresamente por la esposa de Potifar, mientras que David lo fue viendo a la mujer de Urías que imprudentemente se estaba bañando a su vista.
José finalmente recibió la bendición de Dios, mientras que David fue disciplinado por su pecado.
3. El líder que hay en cada uno
El dirigente tiene que poder decir un no rotundo cuando corresponde. Esta debe ser la respuesta frente a una situación que afecte lo moral, lo económico, lo ético o tenga que ser una posición contraria a las enseñanzas de las Escrituras. En esos casos debe decir no aunque parezca un error y le impida seguir su "ascenso en la escalera de la organización".
El liderazgo de José se observa desde su temprana edad. Él sabe que ser un ejemplo de honestidad e integridad es esencial. El hijo del patriarca Israel (Jacob) no esperó al estar en la cumbre del imperio para hacer su trabajo con el máximo de responsabilidad y rectitud. Lo hizo tan bien cuando estaba de esclavo de Potifar, como preso en la cárcel, o en el consejo de ministros de Faraón.
Dios en su misericordia borra los pecados de aquel que ha caído y se arrepiente, pero muchas veces las cicatrices que quedan en la familia o en la iglesia son prácticamente imborrables. El Señor perdona al arrepentido pero muchas veces son los hombres los que nunca van a perdonar ni a olvidar.
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