LA SANTA BIBLIA
viernes, 19 de mayo de 2017
AUNQUE A VECES NOS CUESTE CREER…, DIOS NOS AMA
Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob, (Malaquías 1:1-14)
Malaquías es quien cierra el telón en el Antiguo Testamento y tiene, valga la expresión, "la última palabra". Él es el último de una larga sucesión de profetas que predijeron la venida del Mesías. Aunque tengamos que retroceder hasta mil años antes de la llegada de Jesús, podemos ver que, a través de los siglos, Dios comunicó de manera insistente la futura venida del Mesías; y la última de estas voces que sirvió como canal de comunicación de Dios hacia los hombres fue, precisamente, la de voz del profeta Malaquías.
Las profecías de Malaquías, el mensaje de este profeta, es un llamado a los apóstatas. El diálogo divino, en la profecía de Malaquías está diseñado como un llamado a "romper la barrera de la incredulidad, el desengaño y el desaliento del pueblo de Israel". Dios muestra su constante amor, a pesar del letargo y adormecimiento espiritual de Israel. Y el oráculo o profecía que Malaquías tenía que comunicar de parte de Dios, era para que el pueblo, y los sacerdotes, se detengan y comprendan que la falta de bendiciones no ha sido provocada por la despreocupación de Dios, sino por su falta de obediencia a la Ley del Pacto.
En definitiva, este último libro del Antiguo Testamento concluirá, como veremos, con una dramática profecía de la venida del Mesías y de Juan el Bautista: "Yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí" (3,1).
Después de Malaquías vinieron 400 largos años de silencio profético, durante los cuales Dios no volvió a hacer revelación alguna a los hombres. Pero pasados esos años, se cumplió el tiempo, y el cielo rompió en cantos de alabanza ante la venida del Mesías.
Aunque no sabemos mucho sobre Malaquías, a través de su libro podremos conocer a una persona muy interesante y con un fino sentido del humor.
¿Cuál fue el contexto histórico de Malaquías?
Malaquías fue dirigido a la nación de Israel unos cien años después del retorno del pueblo de su cautiverio y esclavitud en Babilonia. Al principio, la gente se había entusiasmado con la idea de reedificar Jerusalén y el Templo, así como restaurar el antiguo sistema del culto. Pero su celo e interés inicial pronto decayeron y comenzaron a cuestionarse, una vez más, la providencia de Dios, mientras su fe degeneraba rápidamente en cinismo.
Al igual que todos los profetas, Malaquías fue un mensajero de Dios. Su nombre significa, precisamente, "Mi mensajero". La versión de la Biblia septuaginta, que es la traducción más antigua y popular del Antiguo Testamento al griego, traduce su nombre "un ángel". Y, como hemos visto en numerosas ocasiones al estudiar la Biblia, los ángeles son mensajeros de Dios.
Y aunque no sabemos mucho acerca de la persona de Malaquías, esto no debe detenernos en nuestro estudio de sus profecías. Nos debe interesar, de hecho, mucho más el mensaje, que el mensajero. Nuestra preocupación está enfocada en su mensaje, que viene de parte de Dios, y no en su historia biográfica. Al igual sucedería si recibimos un certificado de Correos en nuestro domicilio: lo abriríamos sin dilación alguna y no nos entretendríamos con preguntas y cavilaciones acerca de la vida del cartero, sus antepasados, su pueblo natal o su contexto familiar.
Así que, Malaquías podría ser un nombre propio, el del profeta, o simplemente significar "mensajero". En realidad, el Espíritu de Dios usó ese mismo método en el evangelio según Marcos. Ya nos hemos ha dado cuenta que los cuatro Evangelios representan a Cristo desde diferentes perspectivas. Mateo lo presenta como "el Rey". Y si Él era el Rey, entonces tenía que, forzosamente, pertenecer al linaje del antiguo rey David. Y es así como comienza el evangelio de Mateo: El libro de las generaciones de Jesucristo, hijo de David. Y lo hace así, porque esa declaración era lo importante, que Él fuera identificado como descendiente de David. En cambio, cuando leemos el evangelio de Marcos, éste le presenta como "el Siervo de Dios", por lo cual el evangelista no se preocupó en cuanto a Su genealogía. Porque la característica más importante en un siervo es, si éste puede hacer su trabajo. Y Marcos tenía la certeza que el Señor Jesucristo hizo bien su trabajo, y que fue el "perfecto Siervo". Así es que, aquí, en Malaquías, su nombre se utiliza del mismo modo.
En cuanto a la fecha, el peso de la tradición supone que fue escrito unos mil años después de Moisés, el primer profeta y escritor bíblico, es decir, en torno al año 450 a.C. Malaquías fue profeta en la época de Nehemías, como Hageo y Zacarías fueron los profetas en la época de Esdras, Zorobabel y Josué. Así es que Malaquías profetizó durante el tiempo del liderazgo de Nehemías o casi inmediatamente después.
Ahora bien, ya hemos mencionado que Malaquías fue un mensajero, y que lo importante del mensajero, no es su persona, sino su mensaje. Y deseamos añadir algo antes de entrar de lleno a la Palabra. El mismo profeta utiliza esta expresión de mensajero en 3 ocasiones a lo largo de este libro, haciendo 3 referencias muy significativas a otros mensajes. Por ejemplo, en el segundo capítulo, versículo 7, Malaquías se refiere a Leví, a la tribu de Leví, como los mensajeros del Señor: "Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos". Estas palabras nos sugieren que cada mensajero, cada testigo, o cada maestro de la Palabra es, o actúa, como un ángel del Señor, y que él es un mensajero del Señor. De la misma manera sucede en el libro de Apocalipsis, donde hay un mensaje para cada una de las siete iglesias, comenzando cada uno de ellos: Al ángel de la iglesia en Éfeso. Y creemos que el ángel o mensajero de cada iglesia no era meramente una figura divina, sino un mensajero humano: el pastor de la iglesia.
La segunda ocasión en la que el profeta utilizó la expresión de mensajero fue cuando anunció la venida de Juan el Bautista como "mi mensajero". En el capítulo 3, versículo 1, leemos: "He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto". Hay un tercer mensajero, y es una referencia a Cristo, como el Mensajero del pacto.
Antes mencionamos que Malaquías hizo gala de un maravilloso sentido del humor. Su método de enseñanza o de transmisión era un método de preguntas y respuestas. Lo primero que él hacía, era citar una declaración, una pregunta que Dios realizaba a Israel. Y posteriormente, él emitía la respuesta de manera breve y sarcástica. Más de un oyente de su época habrá tildado a Malaquías de arrogante, presuntuoso e incluso, insultante. Ya tendremos oportunidad de verlo cuando analicemos el texto que tenemos ante nosotros. Porque Malaquías tenía unas buenas respuestas de parte del Señor. Y ya que eran las respuestas del Señor, podemos afirmar, fuera de toda duda, que El Señor posee un afinado sentido del humor.
"Profecía de la palabra del Señor contra Israel, por medio de Malaquías."
Malaquías comunicó el mensaje de Dios en el que se denunciaba el pecado que imperaba en el pueblo de Israel. Y como podemos observar, la primera palabra de todo el libro es, precisamente, "profecía", que algunas versiones bíblicas traducen por "carga", aludiendo así a una sentencia agobiante que el profeta tuvo que pronunciar.
¿Por qué utiliza Malaquías una expresión tan severa como la que acabamos de leer?: "Profecía de la palabra del Señor contra Israel...”. Porque el profeta va a lidiar con los mismos problemas y dificultades con que trató el líder hebreo Nehemías, como por ejemplo, los numerosos pecados de los sacerdotes, el casamiento de judíos con esposas extranjeras y paganas, acompañado en ocasiones, con el divorcio de sus propias mujeres israelitas. Pero Dios habla de manera muy clara y directa sobre estos pecados.
Otro de los pecados comunes era, que la gente estaba demostrando negligencia en cuanto al mandamiento del "diezmo en sus ofrendas". Y aquí tendremos nuevamente una reprensión dura y severa de parte de Dios.
Tras estas áridas palabras, el versículo 2 comienza, sin embargo, de una forma realmente dulce y maravillosa: Yo os he amado, dice el Señor. Y dijisteis, ¿En qué nos amaste?
¿Qué tal? ¿Podemos imaginarnos que esta gente tuviera la audacia de hablarle a Dios de esa manera? ¿En qué nos amaste? Quizá haya personas que hablen de la misma manera, dentro o fuera de la iglesia y digan: "Mirad lo que nos está sucediendo hoy. ¿Cómo podéis decir que Dios nos ama?" Resulta interesante notar que, en ocasiones, al leer la Biblia, pudiera parecernos que el amor de Dios "brilla por su ausencia". Por ejemplo, si retrocedemos al libro de Deuteronomio, al período en que el pueblo hebreo estaba deambulado por el desierto durante 40 años, sería muy difícil hacerle creer a alguna persona, que Dios amaba a Su pueblo con locura. Pero en el capítulo 10 de Deuteronomio, versículo 15, podemos leer lo que Dios les dijo: Solamente de tus padres se agradó el Señor para amarlos. Y esta es una declaración asombrosa, porque anteriormente Dios no había realizado una afirmación como esta. Dios nunca le dijo a Abraham que le amaba, aunque realmente le amaba. Lo que quiero señalar, es que Dios no tenía por qué afirmar a la humanidad Su amor por nosotros. Pero aquí Él dijo: Solamente de tus padres se agradó el Señor para amarlos, y escogió su descendencia después de ellos, a vosotros, de entre todos los pueblos, como en este día.
"Yo os he amado, dice el Señor; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? dice el Señor. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí, y convertí sus montes en desolación, y abandoné su heredad para los chacales del desierto."
Esta es una declaración extraordinaria de Dios hacia la nación de Israel. El pueblo estaba haciéndose preguntas sobre la autenticidad del amor de Dios hacia ellos. Por eso, Dios les recordó aquí el origen de Su nación.
El gran privilegio de Israel como pueblo amado de Dios se presenta aquí de manera enfática, al comparar la nación escogida, con la de Edom. En respuesta a la afirmación del amor del Señor por ellos, el pueblo se había limitado a fijarse en su condición de debilidad, y en todo lo que había perdido desde el cautiverio. Porque no sólo habían expresado incredulidad y dudas acerca del amor de Dios, sino que llegaron a rechazarlo con violencia. A pesar de eso, Dios reafirmó Su amor por ellos y les recordó que conforme a Su pacto había preferido a Jacob por encima de Esaú, padre de los Edomitas, habitantes de Edom. Así, en este libro final del Antiguo Testamento, el amor divino, inmerecido y persistente hacia Israel es reiterado una y otra vez por el Señor, e ilustrado por su elección de Jacob, padre de todos los judíos. Por elección divina, Dios escogió a Jacob y sus descendientes para que se convirtieran en herederos de su promesa.
Y Dios dice en la epístola a los Romanos, capítulo 9, versículo 13: Como está escrito, a Jacob amé, y a Esaú aborrecí. Y quiere decir que aunque esta nación había fracasado y ninguno de ellos merecía el amor de Dios, aún así Dios continuaba amando a Jacob y a sus descendientes.
¿Por qué aborreció el Señor a Esaú? Aunque el libro del Génesis no menciona odio alguno hacia Esaú, la profecía de Abdías más de mil años después indicó que el Señor aborreció la idolatría de los descendientes de Esaú. De la misma forma, el amor del Señor hacia Jacob se refiere a sus descendientes, quienes fueron Su pueblo por elección divina, a través del cual vendría el Redentor del mundo.
¿Sabemos que el amor y la misericordia de Dios no excluye Su aborrecimiento hacia lo malo, lo impuro? De hecho, muchos grandes pensadores y poetas se han hecho eco de esta idea: uno no puede amar, sin aborrecer. Amor y aborrecimiento u odio, van siempre de la mano. Quien ama a alguien, odia su ausencia o su lejanía. Quien odia a alguien, ama lo contrario que esa persona representa. Amor y odio son eternos compañeros. Y si Dios ama lo bueno, entonces, naturalmente, Él aborrece lo malo. No puede ser de otra manera.
Por ello, nos sorprende cuando escuchamos que el amor de Dios excluye Su castigo para con los hombres, pues eso implicaría un Dios malo, sin escrúpulos. Nada más lejano de la realidad. Según la Palabra de Dios, Él ama apasionadamente al hombre, pues es creación Suya, pero aborrece, y odia intensamente el pecado. Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza y lo hizo con sentimientos, porque Él tiene sentimientos: la Biblia nos habla que Él ama, se enfada, en ocasiones se pone celoso, tiene paciencia, tiene ira, etc., y dice la Palabra que Él siempre nos ama, tanto que envió a Su Hijo para morir, en lugar nuestro, para que nosotros no tuviéramos que hacerlo. ¿Daríamos la vida de nuestro hijo, por la de otra persona? Dios sí lo hizo. Porque le ama más intensamente de lo que nosotros podamos imaginarnos. Dios nos ama de manera apasionada e incondicional. Pero, aborrece el pecado, las malas obras, los malos pensamientos, la frialdad espiritual, el adormecimiento moral, la falta de prioridades a la hora de escoger entre lo bueno y lo mejor, siendo lo bueno las cosas sanas de la vida, y lo mejor, Él mismo.
Para hablar claramente y sin tapujos, aunque con todo respeto y cariño. La Biblia, no nos fue dada por Dios para aumentar nuestro conocimiento. Nos fue dada para cambiar nuestra vida. Jesús no murió para que nos convirtiéramos en eruditos de la Palabra, ni en teólogos, ni siquiera en aficionados a su lectura. Jesús murió para que usted pudiera vivir eternamente, y que Su muerte en la tierra no fuera el final, sino el principio de la vida verdadera; plena, intensa, sin dolor, ni enfermedades, ni problemas, una vida tal y como Él la diseñó antes de que el pecado entrara en el mundo.
Malaquías, nos enseñará que el amor de Dios es persistente y perseverante para conquistar nuestras vidas. Pero que, al igual que sucedió con el pueblo de Israel, nuestra desobediencia hará que el Espíritu Santo retenga las bendiciones que Él nos ha prometido. Y de la misma manera que la historia de Israel se puede dividir de acuerdo a la obediencia y desobediencia hacia Dios, en nuestras vidas podremos experimentar las bendiciones de Dios, si obedecemos, y la destrucción, si desobedecemos. ¿Destrucción de qué? De nosotros mismos, de nuestra autoestima, de nuestras relaciones familiares y de pareja, de nuestros proyectos futuros, etc.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
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